—Puede que necesites retirarte, Pedro. Tu memoria parece estar fallando —Edgar soltó la garganta de Pedro con un empujón. No estaba de humor para que alguien más faltara al respeto a Alessandra delante de él.
—Debe ser mala. ¿Cómo podría olvidar que estás aquí para casarte con esta maravillosa mujer? —Pedro se tocó la boca con la mano, regañándose por hacer tal comentario. —Me disculpo por el comentario, señorita.
—No me ofendió. Debe ser extraño para alguien venir a casarse con un abrigo cubriendo su cabeza —respondió Alessandra.
—La iglesia ha visto cosas más extrañas. Ahora, entréguenme los anillos —Pedro extendió su mano esperando que los anillos fueran colocados en su palma. —¿Tienen anillos, verdad?
—Sólo el anillo de compromiso —Edgar metió la mano en el bolsillo de sus pantalones para sacar el anillo que había recogido hace un rato. —¿Te gusta este?
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