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Deidad 2.309

Después de la reunión con las diosas, Hitomi, volvió a la mansión de Viggo en la región norte de Orario.

Hitomi desde el carruaje negro con bordes dorados podía ver la mansión de tres pisos con torres en cada esquina y cupulas celestes en la cima. La cúpula del centro de la mansión era la que más resaltaba y estaba pintada de celeste igual que las otras. Las paredes de la mansión eran blancas y estaban rodeadas por islas de pasto y flores.

Una vez que Hitomi bajo del carruaje, entro a la casa, fue al tercer piso y camino por el pasillo a la habitación de Viggo. Una vez que alcanzó la puerta de la habitación, golpeo un par de veces, pero como nadie respondió, abrió la puerta y entró a la habitación. Las ventanas estaban abiertas, la enorme cama tendida y los cuadros pintados con todo tipo de paisajes repartidos por toda la habitación.

Hitomi no encontró a Viggo, pero supuso que él estaría en uno de los cuadros pintados. Pronto iba a ser hora de la cena. Así que Hitomi tendría buena excusa para ir a molestarlo antes de tiempo. Ella fue a la muralla a la izquierda de la cama, toco un botón y la muralla se deslizo hacia un lado. Entonces quedó un espacio oscuro y rectangular. Era el ascensor a la habitación secreta donde Viggo guardaba sus pinturas dimensionales.

Hitomi se subió al ascensor, presiono el botón de piedra en el suelo y la muralla se deslizo, ocultando la habitación. El ascensor descendió varios metros hasta que se detuvo con suavidad y Hitomi se encontró con una habitación iluminada. Parecía una galería de arte más que cualquier otra cosa. Con las murallas llenas de cuadros pintados con todo tipo de paisajes hermosos.

Hitomi avanzó por los cuadros pintados y como vio el suelo sin marcas de tierra o agua, fue difícil decidir a donde Viggo había ido. Entonces se detuvo frente a un cuadro pintado con la imagen de un desierto rodeado de murallas rocosas. En el suelo había algo de arena y supo que esta era una posibilidad.

Hitomi toco el cuadro pintado como lo había hecho otras veces y sin darse cuenta, parpadeo y se encontró frente a un taller de herrería, en medio de un desierto. Por delante de ella había un enorme dintel de tres metros de alto por cuatro de ancho. Ella miró hacia adentro del taller de herrería y vio mesones de trabajo, herramientas, espadas y lanzas por todos lados, manchas de grasa, hollín y carbón. Se escuchaba el tañido del metal siendo golpeado por un martillo.

Hitomi atravesó el dintel y siguió el sonido del tañido. Sus ojos se fueron a una esquina del taller, donde había un enorme yunque y un par de metros más allá, una fragua emitiendo un terrible calor.

Al mismo tiempo, un hombre semi desnudo, pelirrojo, con un delantal de cuero manchado de grasa, levantaba un martillo y templaba una espada. El choque del martillo con el metal al rojo vivo lanzaba chispas hacia los lados. El pelirrojo, llamado Viggo, dejo de golpear el metal y lo sumergió en una fuente de piedra con un líquido gris. El agua gris gorgoreo, soltó una nube de vapor y se tranquilizó. Viggo dejo remojando el mental y después de unos segundos, lo saco para volver a colocarlo en las brasas calientes de la fragua.

Viggo se dio la vuelta, llevaba el cabello rojo amarrado en una coleta y tenía varias manchas de tizne negro en la cara. Sonrió al ver a Hitomi y se apartó de la fragua.

—Hola— dijo Viggo con una sonrisa en los labios. Era casi dos cabezas más alto que Hitomi, quien solo medía un poco más de un metro con sesenta comparado con los más de dos metros de Viggo.

—Hola, Viggo— dijo Hitomi con una amplia sonrisa. Sus ojos se fueron a la cara, sobre todo a los ojos azules y a la boca grande con labios gruesos. Sin embargo, su mirada también deambulo por el cuerpo de Viggo, sobre todo por los brazos gruesos con músculos definidos. Ella tomo una profunda respiración y continuo —venía a preguntarte algunas cosas—

—Claro, dime— dijo Viggo, miró a la fragua y añadió —pero antes dame un minuto para sacar la espada de la fragua. Creo que mañana seguiré con la forja—

Hitomi asintió, ya que podía parecer que Viggo llevaba un par de horas, pero llevaba más de veinticuatro horas metido aquí. Era una de las grandes ventajas de ser un dios con una sangre especial que le permitía crear cuadros pintados con una distorsión temporal. Una hora aquí significaba un día en el mundo exterior.

Viggo y Hitomi salieron del taller de herrería y se sentaron en el exterior, en una banca de madera larga. El paisaje exterior era un desierto con colinas de roca sólida. No había sol como tal, pero había iluminación natural y una temperatura que rondaba los treinta grados mientras corría un viento suave.

—¿Qué me querías preguntar?— preguntó Viggo

Hitomi miró a Viggo, él se había quitado el delantal manchado de grasa y estaba con el torso desnudo y unos pantalones oscuros. Traspirado y todo, se veía sensual, pero Hitomi apartó esos pensamientos de su mente y continuo —bueno, Atena me regaño por andar ocupando la información para ganar dinero—

—¿Regaño?— preguntó Viggo y la miró a la cara

Hitomi desvió la mirada y corrigió —bueno, regaño, regaño, no. Sin embargo, dijo que ahora me acompañaría todos los días—

—¿No es eso bueno? ¿Vas a tener a la diosa de la sabiduría para ayudarte a gestionar tus recursos?—

—Siento que ella me va a detener—

—¿Por qué piensas eso?— preguntó Viggo

—Bueno— dijo Hitomi, lo miró a los ojos y continuo —parecía que desaprobaba mi forma de hacer las cosas—

—Puede ser, pero no huyas de este desafío— dijo Viggo —siempre te estás comparando con Semiramis, cosa que no apoyo. Sin embargo, quiero que sepas que para ella no todo fue bonito al principio. Paso por muchas dificultades, le quisieron robar y se puede decir que solo se salvó porque cierto misthios guapo y encantador estaba ahí para ayudarla—

—¿Un desafío?— preguntó Hitomi algo confundida

—Sí, estar con alguien que sabe más que uno siempre es un desafío— respondió Viggo —todo el tiempo estás expuesto a ser regañado, como tú dices, pero no quiere decir que sea malo. Solo tienes que ser más astuto y aprender las reglas del juego—

—¿Las reglas del juego?— preguntó Hitomi más confundida

—Sí, las reglas del juego— dijo Viggo —cada cosa tiene sus propias reglas y eres premiado cuando las sigues. Al mismo tiempo, puedes ser sancionado si no las sigues. Por ejemplo, cuando luchas contra otra persona, debes estar concentrado. Si no sigues esa pequeña regla, corres el riesgo de ser noqueado— Hitomi asintió y Viggo continuo —por otro lado, en los negocios, si tu no lees el contrato, corres el riesgo de firmar algo que te puede perjudicar—

—Sí, eso lo entiendo— respondió Hitomi —también el hecho de no saber nada de un negocio en el que te interesa invertir. Es peligroso—

—Lo entiendes muy bien, así que aprende de Atena y en lugar de verlo como un problema, velo como una oportunidad de ser más creativa e ingeniosa. Como reina de los dioses, debes tener cuidado con lo que dices, podría ser utilizado en tu contra—

Hitomi se agarró el estómago y dijo —ughh— como si algo le hubiera caído mal. En un principio pensó que sería increíble estar con Viggo y ser la reina de los dioses, pero a medida que avanzaban los días y la fecha se acercaba, se sentía más nerviosa.

—Tranquila— dijo Viggo —lo vas a hacer genial—

Hitomi miró a Viggo, él sonreía confiado, era una sonrisa amistosa y agradable —¿Tú lo crees?— preguntó

—Yo lo creo, Hitomi es muy inteligente— dijo Viggo —el otro día, tu sistema por turnos y delegación de responsabilidades, fue muy bueno ¿Lo has conversado con Atena?—

Hitomi negó con la cabeza y Viggo soltó un suspiro como si estuviera decepcionado.

—Hitomi— dijo Viggo

Hitomi miró a Viggo con miedo y agacho la cabeza

—Hitomi, mírame— dijo Viggo y Hitomi levantó su rostro y lo miró a los ojos. Viggo miró esos hermosos ojos verdes, el rostro ovalado con el cabello rojo, liso y largo. Además de las largas y bonitas orejas de elfo. Viggo sonrió y continuo —eres genial, eres inteligente y sabes muchas cosas. No debes tener miedo a presentar tus ideas, son las más ingeniosas e inteligentes que he escuchado. Por otro lado, tienes que entender algo, nadie te va a castigar por pensar diferente del resto. Al contrario, pensar diferente es tu poder y te hace ver el mundo de una forma diferente ¿Entendido?—

—Me gustaría ser como Viggo— dijo Hitomi con una pequeña sonrisa

—¿Descuidado?—

—No, yo dije eso, tú sabes, confiar en mí misma—

Viggo quedó mirando a la hermosa elfa de cabello rojo. Tenía bonitas facciones igual que la mayoría de los elfos. Un cuerpo esbelto, pero con unos senos bastante desproporcionados para un cuerpo tan delgado. Era bonita, inteligente, muy inteligente. Viggo no entendía en un principio a las personas inteligentes. Le parecían demasiado retraídos como para entablar una conversación. La única persona (mortal) que no seguía esa tendencia, era su padre, pero el resto, eran como Asfi o Hitomi. Viggo entendía que la confianza se construía con cada logro y enemigo vencido, pero eso era en el mundo físico. Viggo podía ver a sus enemigos, sentir el peligro y responder. Sin embargo ¿Cómo lo hacían las personas intelectuales? ¿A quién vencían dentro de su cabeza como para creer en sus propias ideas?

—Sabes, creo que sería bueno para ti que conocieras a mi abuelo—

—¿Tú abuelo? ¿Pero si en tú árbol genealógico no hay nadie así?—

—Yo lo llamo abuelo, es una buena persona, te podría dar algunas ideas para adquirir confianza. La verdad, es que yo soy guerrero y he construido mi confianza en base a luchar, pero no creo que tu puedas entender eso—

—Yo entiendo, pero, bueno, no es como si yo tuviera confianza—

—Por eso te digo que conozcas a mi abuelo— dijo Viggo —él tiene algunos trucos que yo y mi padre no hemos podido alcanzar. A lo mejor tú puedes lograr lo que nosotros no hemos podido—

—No, yo nunca— dijo Hitomi y agacho la cabeza

Viggo soltó un suspiro y le tomo la barbilla, le levantó el rostro y la miró a los ojos —tú lo vas a hacer ¿Entendido?—

—Pero yo—

—Nada de peros ¿Entendido? Solo dale una oportunidad—

—Está bien, si Viggo quiere, yo lo intentare—

—Bien— respondió Viggo, un poco frustrado con los intelectuales. Era como si él los tuviera que tomar y empujar a enfrentar sus miedos. Como si carecieran del valor y la inteligencia a pesar de todo lo que sabían. Ellos, sabiendo tanto, deberían ser los que menos temieran al mundo. Sin embargo, la vida no tenía sentido y los que sabían menos, como él, parece que tenían menos miedo de hacer cosas.

—Ven, vamos a darnos una ducha— dijo Viggo, la tomo de la mano y la guio.

Hitomi lo siguió y le dijo —pero yo no necesito un baño en estos momentos— pero de repente cayó en cuenta de algo y sonrió de forma astuta —Viggo, no me había dado cuenta de cuánto te gustaba—

—Por supuesto que me gustas— dijo Viggo como si fuera lo más obvio y la llevo fuera del cuadro pintado.

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