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Tendencias del alma 1.60

Semiramis y Viggo llegaron a la casa del líder de la ciudad después de haber avisado a la tripulación. El lugar estaba resguardado en el frontis por dos guardias, otros dos en los patios y un vigilante en el techo del segundo piso. Todos los guardias tenían una gran estatura y de contextura fornida, cada uno iba vestido con una coraza de bronce y llevaban una espada xiphos a la cintura.

Los tipos tenían una presencia intimidante, pero en cuanto vieron a Semiramis quedaron atónitos y bajaron la guardia. Para empezar, ni siquiera notaron a Viggo que iba detrás de ella y bajo el brazo izquierdo llevaba un bulto de pieles.

-Vengo a ver al líder de la ciudad- dijo Semiramis sin ni siquiera presentarse. Los dos guardias del frontis quedaron estupefactos ante su belleza. Después de un par de segundo, uno de ellos se dio la vuelta y entro a la casa sin llevar a cabo el protocolo básico, como preguntarle el nombre al invitado.

Semiramis soltó un suspiro cargado de fastidio y se cruzó de brazos mientras esperaba que la vinieran a buscar.

Al rato siguiente volvió el guardia con la cara roja de la vergüenza. Se paró delante de Semiramis y le pregunto -disculpe ¿Podría decirme su nombre?-

Semiramis alzo la ceja en señal de molestia y le dijo -Semiramis-

-Entiendo- respondió el guardia y volvió al interior de la casa.

Por su parte, Viggo miró la gran muralla de dos metros de alto que separaba los terrenos de la calle. La casa era de dos pisos, con dos ventanas en el segundo piso y una puerta en el primero. Además, se podían ver jardines floridos rodeando la casa. Sin embargo, pese a estos dos tipos que se veían intimidantes, el lugar carecía de todo resguardo. Bueno, era entendible, por una parte, esta ciudad solo existía porque funcionaba como nexo entre Persia y Grecia. De lo contrario, los grandes mercaderes la hubieran abandonado hace mucho tiempo y la población se hubiera dispersado para irse a otras ciudades. Así que el líder de la ciudad era solo de nombre. Lo más probable es que solo era un mandado de algún tipo adinerado que administraba la ciudad como se le daba la gana.

Para bien o para mal, Anfípolis solo era una sombra de lo que fue alguna vez. Todavía conservaba una magistral entrada con esculturas de leones apostados a los lados, con una larga escalinata de mármol y en la cima, una estatua del poderoso dios Apolo sentado en su trono. También conservaban una Estoa, pero ya nadie daba sermones, ni explicaba las artes, ni rebatía la política o educaba a la población. También estaba el templo de Apolo, pero ya nadie peregrinaba a estas tierras para presentar sus ofrendas.

Al rato siguiente volvió el guardia e invito a Semiramis a entrar. Viggo también la acompaño y nadie le pregunto nada, ni siquiera por el bulto de pieles de animales. Avanzaron por los pasillos de la casa y los llevaron a una espaciosa sala de estar, en el primer piso. Ahí esperaron durante media hora mientras admiraban el mobiliario y las esculturas.

Semiramis se paró delante de un hermoso jarro de un metro de alto, con hermosos dibujos de los dioses.

Viggo se acercó a su lado y le dijo -prepárate, la persona que mandaron a traer viene con unas 30 personas. Prácticamente a rodeado la casa-

-¿Me protegerás?- pregunto Semiramis con un sentimiento de inquietud en su corazón

-Si te portas bien, puede que sí- respondió Viggo en broma

Semiramis se dio la vuelta para mirarlo y vio esos grandes ojos azules sonriendo, junto a una magnifica sonrisa en los labios. Ella soltó un suspiro y cerró los ojos. Tomo una profunda respiración y lo volvió a mirar tratando de conservar un aspecto imperturbable.

-Protégeme- ordeno

-Dalo por hecho-

La puerta que daba al pasillo se abrió y entraron dos sirvientes de piel morena llevando un gran cofre semi abierto rebosante de joyas de oro. Se podían ver hermosos collares, cetros, coronas y todo tipo de adornos con incrustaciones de piedras preciosas de muchos colores.

Detrás de los sirvientes paso un hombre gordo y moreno, de bigote de brocha y barba de chivo. Tenía los ojos saltones, una gran papada y una prominente barriga. Llevaba un turbante negro sobre su cabeza, mientras vestía una túnica purpura.

-A sido un tiempo, Semiramis- dijo el hombre gordo a gran voz, parecía auténticamente feliz de poder verla.

Semiramis avanzó hasta el hombre e hizo una reverencia -ha sido un tiempo, general. Como me pediste, vine con los materiales desde Atenas. Espero que usted se haya acordado de las telas y las alfombras-

-Claro, claro- dijo el general con ligereza, como si fuera un tema sin importancia. Miró a Viggo y lo apunto con la mano -¿Y tú?-

-Soy el guardaespaldas- respondió Viggo con una gran sonrisa. Lo que lo hizo ser subestimado y relegado al último puesto de importancia en la mente del general.

-Ven conmigo, Semiramis- dijo el general, le tendió la mano y Semiramis estiro la suya y la posó sobre los rechonchos dedos llenos de anillos de oro con cierta reticencia. El general la llevo frente al cofre y tomo un puñado de monedas de oro con su mano derecha y se las acercó.

Semiramis frunció el ceño, pero de todos modos tomo una de las monedas y la miró por ambas caras. Después dejo la moneda sobre la mano del general y este puso un rostro apático ante el poco entusiasmo.

-¿Hay algo que te desagrada?- pregunto el general

Semiramis hizo un rostro cargado de disgusto y Viggo se rio por dentro. Pensó que, de seguro, a esto se refería Kiara con parecer un hombre que está deseoso de ser aprobado. Ahora, habría que ver porque Semiramis piensa en hacer negocios con este tipo a pesar de que le desagrada.

-Todo es muy bonito- dijo Semiramis -pero no hemos venido a esto. El general me prometió telas y alfombras. Al mismo tiempo, yo traje mercaderías equivalentes a los productos-

El general entrecerró los ojos y se dio la vuelta. Llevo sus manos hacia su espalda y entrelazo sus dedos a la altura de la columna -Como siempre- dijo -te muestras poco dispuesta a darme tu favor. Podrías haber preguntado si era para ti, podrías haber preguntado si era un regalo o si persistía en mi propuesta de tantos años, pero no, siempre esquiva, siempre espinosa, siempre indispuesta a mostrarme tu lado dulce-

-En aquella época yo era la esposa del príncipe, no se hubiera visto bien que te hubiera tratado con demasiada amabilidad- respondió Semiramis -ahora soy una comerciante, y después de lo que paso en Persia, no ando buscando una relación. Además, todos sabemos lo que pasa con tus amantes-

El general se dio la vuelta y le lanzó una bofetada que lanzó a Semiramis por el suelo -¡Impertinente!- le grito -eso no es de tu incumbencia. Has caído bajo, ya no tienes nada, y todavía te muestras altanera. Te ofrezco un montón de regalos que deberían abrirte los ojos y convencerte de cuál es tu mejor opción, pero sigues siendo igual de arrogante- el general aplaudió dos veces y diez hombres entraron por la puerta y bloquearon la salida -mátenla- dijo con una voz indiferente -la reina del príncipe pagara un buen precio por su cabeza-

-¡Entonces esa perra te envió para matarme!- grito Semiramis enfurecida, apretó sus puños con impotencia y miró al general con indecible ira.

-Sí, pero te tengo en alta estima desde el principio. Pensé que, si te mostraba mi valía, terminarías convencida de que lo mejor para ti era seguirme. Una vez que te tuviera entre mis brazos, también convencería a Scheherezade. Entonces negociaría con la reina y de ser posible, te mantendría a mi lado. De lo contrario, te entregaría y conservaría a Scheherezade. Sin embargo, ninguna de ustedes está dispuesta a mostrar el más mínimo respeto. Scheherezade ni siquiera se presentó a la reunión. Es un pena, es un dolor para mi noble corazón-

Semiramis abrió los ojos, llenos de incredulidad y se sintió terrible al saber que todo esto ni siquiera era para obtenerla. Si no que ella era solo un mero medio para quedarse con su amiga. Agacho la mirada sintiéndose horrible, pero de repente escucho el grito agónico de dos hombres. Semiramis miró al frente y vio a Viggo cayendo de pie mientras dos de los cinco guardias caían al suelo con la cabeza cubierta de sangre. Los otros tres guardias trataron de desenfundar sus espadas, pero Viggo avanzó como si se deslizara por el suelo y los remato a todos dándoles a cada uno un hachazo en la cabeza.

-¡¿Tus ordenes?!- pregunto Viggo con voz potente

Semiramis miró al gordo general delante de ella y dijo con toda la furia de su corazón -mátalo-

Viggo asintió, tomo el hacha con su mano derecha, giro sobre su eje y lanzó el hacha contra el general, dándole en plena frente y lanzándolo al suelo.

-¡¿Qué sucede ahí?!- gritaron desde fuera

-Espérame aquí- dijo Viggo

Semiramis lo vio salir al pasillo con las manos desnudas y saltar hacia atrás esquivando un espadazo. Después avanzar en un movimiento fluido, como si se estuviera deslizando y darle un puñetazo en la cabeza al atacante. La cara estallo en sangre y el tipo cayó inconsciente al instante. Después avanzó por el pasillo y Semiramis supo por los gritos que Viggo tenía la ventaja. Él siempre era así, saltando al abordaje y luchando con las manos desnudas. Moviendo sus puños con la velocidad del viento y golpeando con la fuerza de las montañas. ¿Quién era Viggo en realidad? Se pregunto Semiramis.

A los pocos minutos, Viggo trajo a un tipo flaco y alto, vestido con una túnica purpura de bordes dorados. Debía medir más de 1,7 mts, pero parecía un niño temeroso. Viggo lo empujo y cayó al suelo de rodillas.

-Este tipo es el líder de la ciudad- dijo Viggo

Semiramis quien estaba parada al lado del cofre con joyas de oro, se dio la vuelta para mirarlo y pregunto con una mirada severa -¿Cuáles son tus ordenes?- todavía se podía ver la marca roja de la bofetada en su mejilla derecha.

-Me dijeron que asista al general en todas sus solicitudes- respondió el líder de la ciudad en un tartamudeo casi ininteligible.

-¿Quién?-

-No lo sé, solo se le conoce como el Sabio de Mileto-

Semiramis agacho la mirada sin saber a quién se refería.

-Eso da lo mismo- dijo Viggo. Semiramis levantó su rostro y lo miró lleno de sorpresa. El líder también lo miró lleno de miedo. Viggo lo pudo ver en sus ojos, así que sonrió satisfecho y continuo -vas a decirle al Sabio de Mileto que ha ofendido a la reina hetera. Será mejor que lleve su culo a Corintio y pida las disculpas del caso-

-Eso, eso…- dijo el líder con voz estridente y cargada de miedo

Viggo le dio un manotazo en la nuca y continuo -ya te dije que hacer. Créeme, si dices lo que te digo, nadie será capaz de hacerte daño-. El líder asintió muerto de miedo y Viggo continuo -ahora, lleva las telas y alfombras que trajo este tipo a mi barco. Tienes una hora. Si no veo las telas y alfombras, te visitare-

Entonces Viggo paso por su lado sin darle más miradas. Saco su hacha de la cabeza del general muerto y camino hasta el cofre con joyas. Las empujo y acomodo hasta que la tapa del cofre se pudo cerrar y le puso el pestillo. Después tomo su hacha con la mano izquierda y después tomo la aldaba lateral del cofre para echárselo al hombro como si fuera tan liviano como una pluma.

-Vamos- dijo Viggo y Semiramis lo siguió de cerca, un poco impresionada por el despliegue de fuerza. Viggo se movía como si el gran cofre con joyas no pesara nada. Sin embargo, ahora que había recuperado la calma, Semiramis se acercó a Viggo y le pellizco el estómago.

-¿Desde cuándo mi barco es tu barco?- pregunto Semiramis en un tono molesto

-Es solo una forma de decirlo- respondió Viggo con una gran sonrisa, divertido por hacerla enojar -el tipo estaba tan asustado que tenía que hacerlo lo más fácil de entender para que no la cagara-

-Mis cosas son mías. Que ni siquiera se te pase por la cabeza pensar que solo porque tenemos una relación corporal, puedes decidir sobre mis cosas-

-Bueno, como tu digas- dijo Viggo manteniendo la sonrisa -entonces este cofre es todo mío. Qué bueno por ti, ahora ya no tienes que pagarme-

-Ladrón, eso era para mi-

-"¡Era!" tú lo dijiste, tiempo pasado. Tú lo rechazaste y el tipo dueño de este cofre murió. Así que como estaba justo por la zona, tome lo que estaba botado-

-Descarado- dijo Semiramis con fastidio

Viggo solo se largó a reír y siguió avanzando con el cofre en el hombro.

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