Viggo y Scheherezade avanzaron a caballo por las grandes calles de Atenas (Atica) hasta llegar al cabo que se introducía en la mar. La gran extensión de tierra que se había vuelto el puerto más próspero de toda Grecia, donde todos los días atracaban más de cien barcos que vienen de todas las regiones. En muchos aspectos, era un enorme mercado de más de 1 kilómetro de ancho por 5 kilómetros de largo. Las calles medían entre 10 y 15 metros de ancho, con toldos a ambos lados del camino. Los cuales eran ocupados por los mercaderes quienes traían sus productos y los ofrecían a todo pulmón; Uvas y Vino de Masalia. Mármol de Roma. Pescado y Sal de Cartago. Trigo de Sicilia. Hermosas Telas y Alfombras de Alejandría, al otro lado del mar. Cerdos de la ciudad vecina, Megaride y Vasijas de Corintio.
Viggo sostenía firmes las riendas mientras el caballo iba esquivando a las personas. Al mismo tiempo, Scheherezade se apegaba contra su espalda sintiendo el agradable calor corporal, escuchando las gaviotas y el movimiento de las olas. Como estaban cerca del mar, la brisa marina aumentaba la sensación a frio. Sin embargo, abrazar a Viggo se sentía como ser rodeada por la luz del sol. Al menos, así lo creía Scheherezade.
-Viggo- dijo Scheherezade -¿Crees que es buena idea hacer el negocio del mármol?-
-Bueno, digamos que el mármol convierte una bella estatua en una obra divina- dijo Viggo mirando el camino por delante y tratando de evitar chocar a los transeúntes -sin embargo, cada estatua tiene sus propios detalles. El barco se mueve mucho en altamar, así que yo creo que quieren evitar que se estropee el material o al menos, no recibir las perdidas-
-Entiendo, pero, sabes…No me gusta ese tipo que le encargo el mármol a Semiramis-
-¿Cómo es eso?-
-No lo sé, es solo un sentimiento en mi corazón. Cuando lo miró, me dan ganas de salir corriendo. Sin embargo, Semiramis dijo que uno tiene que hacer a un lado sus prejuicios si quiere hacer negocios-
-Tú y Semiramis son dos personas diferentes. Hazles caso a tus instintos y nunca los descuides. Si sientes que estas en peligro, huye-
Scheherezade asintió con una pequeña sonrisa, cerró los ojos y froto su mejilla en la espalda de Viggo. Era un sentimiento tan relajante que se quedó quieta sin decir nada más. Por su parte, Viggo continúo conduciendo su caballo por las calles del puerto de Pireo, hasta que doblo en una esquina a la derecha y avanzo con dirección al puerto norte, frente a la Isla de Salamina.
A medida que se acercaban al puerto, el viento era más fuerte y el oleaje más sonoro. Viggo vio al final de la calle cuatro grandes estatuas de 3 metros de altura. Estaban puestas sobre grandes murallas y distribuidas de dos en cada lado. Las cuatro eran de hombres sabios con largas túnicas que tenían expresiones intelectuales mientras la intención en su mirada era como si te quisieran convencer de algo. Al fondo del camino se veía el puerto, con un gran barco de madera oscura apegado a la orilla. Tenía la vela recogida y se veían varios hombres llevando todo tipo de vasijas al interior del barco a través de una pasarela que conectaba el muelle con la cubierta. A un lado del barco se veía a una mujer de cabello oscuro vistiendo un largo vestido negro de bordes dorados que le llegaba hasta las rodillas (quiton). Llevaba una espada en un vaina atada a su cintura mientras miraba a Viggo con el ceño fruncido. Al mismo tiempo, un joven de unos 20 años a su lado derecho le decía algo.
Viggo apuro su paso y vio a la mujer del cabello oscuro señalar al barco con su mano y mandar al joven a trabajar con el resto. El joven se dio media vuelta y se fue a hacer lo que le dijeron.
-Llegas tarde- fue lo primero que dijo la mujer del cabello oscuro en un tono de reproche cuando Viggo estaba a diez metros de distancia. Su voz sonaba cautivadora, mitad sensual y mitad irónica.
-¿Qué te puedo decir?- dijo Viggo con una sonrisa astuta -se me hizo un poco tarde en el camino. Ya sabes, pase por Corintio y tenía mucho que mirar-
La mujer dio un sonoro bufido, se cruzó de brazos acentuando sus senos y frunció el ceño en señal de enojo -apresúrate y deja tu caballo con uno de mis hombres- dijo -ellos lo despacharán a la caballeriza y después de eso partiremos-
-Como digas- respondió Viggo de forma relajada, lo que hizo enojar aún más a la mujer. Ella se dio media vuelta y camino a la pasarela para subir a cubierta mientras su largo cabello oscuro se mecía de lado a lado.
Viggo se bajó del caballo y miró a Scheherezade. Él extendió sus brazos para recibirla y ella se apoyó en sus firmes manos. Viggo la tomo por la cadera y la bajo al suelo. Sin embargo, una vez que ella puso sus pies del suelo, no soltó a Viggo. Ella lo quedo mirando, Viggo le devolvió la mirada. Se quedaron así durante un minuto, como si tuvieran una conversación en secreto y después se soltaron. Viggo sonrió, se acercó y le dio un pequeño beso en la mejilla. El obstruyo la sensación de la piel, pero la intención estuvo. Scheherezade sonrió complacida e hizo su velo hacia un lado. Ella fue la que se acercó y le dio un beso en la comisura de sus labios. No hubo palabras, solo miradas coquetas. Ella se alejó de Viggo para subir al barco y cada pocos metros volteaba su rostro para mirarlo. Viggo solo se quedó de pie tocándose la comisura del labio y pensando en lo ireal que fue el beso de Scheherezade. Esta última al ver a Viggo con una expresión de anhelo soltó una risita que fue como la risa de un ángel. Muchos de los marineros la escucharon y la quedaron mirando, mientras Scheherezade subía la pasarela contoneando sus sensuales caderas.
Viggo soltó un suspiro y miró a uno de los marineros -Elián- dijo en un fuerte tono -por favor, lleva el caballo a las caballerizas-
Un hombre de apariencia robusta y gran estatura se apartó del grupo que llevaba las vasijas adentro del barco -de inmediato, ha sido un tiempo, mocoso- respondió
-Y que lo digas- respondió Viggo. Elián tomo las riendas del caballo y se lo llevo. Al mismo tiempo, varios hombres de la tripulación pasaron saludando a Viggo. Después de saludar a todos, Viggo subió al barco y solo se encontró a Scheherezade mirando un pergamino.
Viggo se acercó a ella y le pregunto -¿Por qué Semiramis anda de malas?-
-Sobre eso, será mejor que se lo preguntes a ella- respondió Scheherezade con una pequeña sonrisa
-Ok, ahí veremos si quiere decir algo ¿Te ayudo en algo?-
-Por ahora no, solo tengo algo que revisar algunas cosas-
Viggo asintió y volteó su rostro para mirar a la popa. Al fondo del barco estaba el camarote del capitán con una sola puerta de acceso. A los lados del camarote había escaleras que llevaban suelo tarima resguardada por un pasamanos. Semiramis estaba de pie mirando a todos con la atención de un águila. Evaluando el desempeño de sus marineros y vigilando que nada se perdiera. Ella estaba apoyada en pasamanos mientras la brisa del mar mecía su cabello. Sin duda alguna, su facciones y proporciones eran una fuente de inspiración para los poetas.
En el sentido estricto de la palabra, Semiramis y Scheherezade eran princesas, o más bien dicho, Semiramis debió haberse convertido en la esposa principal de un príncipe de Persia, al otro lado del mar. Pero por alguna razón desconocida estaba aquí en Grecia, haciendo comercio con Scheherezade. Viggo tenía sus propios secretos, así que jamás pregunto por los de los demás. Sin embargo, tenía que admitir que ambas mujeres eran hermosas. Sobre todo, Scheherezade, que tanto de forma visual como auditiva era interesante.
Por un lado, Semiramis era de piel clara, ojos de pupilas amarillas y cabello oscuro como la noche. Su rostro tenía forma de diamante con delicadas facciones. Sobre todo, su mentón se veía sexi, sin una pisca de grasa. Viggo pensando en lo que había hecho con Kiara el otro día, tuvo algunos pensamientos sobre Semiramis. Besar esos gruesos labios cereza sería una gran experiencia, pensó. O, bajar por ese fino cuello y devorar esos grandes senos que trataba de disimular con una tela que los aprieta. Sin embargo, ellos siempre habían tenido una relación de negocios, así que agito su cabeza para sacar esos pensamientos de su cabeza.
Por otro lado, Scheherezade que estaba en el centro del barco, era la visión idílica de la lujuria. De tez morena y rostro con forma de diamante. Ojos color esmeraldas, mirada lánguida y labios carnosos. Su físico era de manera misteriosa, delgado (al menos su rostro, cuello, hombro, brazos y estómago). Sin embargo, los senos, caderas, trasero y muslos era explosivos. Por eso llevaba una túnica que la cubría casi por completo, ya que en los primeros viajes era una constante distracción para los marineros.
-¿Miraste suficiente?- pregunto Semiramis en tono molesto mientras miraba a la cubierta
-No tanto- respondió Viggo con una sonrisa astuta, camino hasta ella y se detuvo a su lado, apoyando las manos en la baranda y mirando a los marineros que llevaban las vasijas a unas compuertas abiertas en el centro de la cubierta, las cuales llevaban a la bodega en el interior del barco.
Los dos se quedaron en silencio durante un largo tiempo, mirando como los marineros trabajaban, hasta que Viggo capto al mismo muchacho que con anterioridad le hablaba a Semiramis. El tipo lo miraba con resentimientos, a lo mejor, porque estaba parado al lado de Semiramis o porque estaba solo mirando a diferencia del resto que trabajaba.
-¿Quién es?- pregunto Viggo
Semiramis soltó un suspiro y dijo -es un muchacho nuevo, vino a trabajar en lugar de su padre que se había lastimado la espalda. Es…voluntarioso-
-¿Y coqueto?- pregunto Viggo en broma. Sin embargo, Semiramis asintió con seriedad. Viggo sonrió con incomodad y le pregunto -¿Te gusta?-
-¡No!- respondió Semiramis alzando la voz, todos los marineros detuvieron su movimiento y la quedaron mirando. Semiramis se sonrojo y les dijo -vuelvan a lo suyo-
-Sí- respondieron todos a coro y retomaron el acarreo de las vasijas
Semiramis se apoyó sobre la baranda y dijo -no, Viggo, no me gusta. Le he dicho hasta el cansancio que deje de insinuárseme, pero sigue diciendo que está enamorada de mi-
Viggo levantó los hombros en señal de indiferencia y dijo -él es joven, tú eres joven ¿Por qué no?-
-No es tan fácil- respondió Semiramis en un tono molesto -además, eres solo un niño ¿Qué sabes de esto?-
-¿Entonces por qué me das explicaciones?-
Semiramis agacho la mirada y dijo en voz baja -no quiero que le digas a la reina que estoy coqueteando con alguien ¿Creo?-
-En dos años jamás me he inmiscuido en tus asuntos, no creo que lo haga en estos momentos-
-Pero si ella te pregunta-
-No es mi asunto, Semiramis, puedes hacer lo que quieras. Solo trata de que esto no te pase la cuenta a futuro-
-No- murmuro Semiramis -nunca más en la vida. Ningún otro-
Viggo negó y se quedó mirando como los marineros llevaban toda la mercadería a la bodega y cerraban las compuertas en el centro de la cubierta del barco. Una vez que todo estuvo en su lugar, Semiramis ordeno zarpar con dirección a la isla de Ceos mientras una fuerte brisa ondeaba su largo cabello oscuro como la noche. Ella parecía seria en lo que había dicho, pero en los asuntos del corazón poco puede mandar la cabeza, pensó Viggo. Aunque claro, también pensó en lo que dijo Semiramis y entendió que tenía la razón ¿Qué sabia Viggo del amor con su poca experiencia?
Una vez que se alejaron del cabo de Atenas, se adentraron en el mar y vieron a lo lejos una isla de playas de arena blanca. Al mismo tiempo, vieron a tres barcos venir en su dirección, a lo que Semiramis miró a Viggo, quien iba sentado sobre la baranda mientras la brisa marina ondeaba su cabello rojo como la sangre.
-¿Algún problema con esos barcos?- pregunto Semiramis
Viggo sonrió mirando la puesta del sol en el horizonte y dijo -no, no siento nada. Solo son mercantes-
-Qué bueno- respondió Semiramis mientras miraba a Viggo de soslayo. Él parecía de los más divertido disfrutando del viaje, pero a ella aún se le retorcía el estómago de pensar en luchar contra los piratas en medio del mar. Morir era su menor preocupación, hasta un alivio. Sin embargo, si quedará viva y cayera en desgracia, además de perder a Scheherezade y el barco, sería el fin del mundo.
Por otro lado, con algún poco de suerte de los dioses, la reina hetera la encontró cuando recién llego a Grecia y le propuso que fuera su comerciante. Semiramis en aquella época se aferró a eso como un náufrago se aferra a una tabla en medio del mar. Ahora que lo piensa ¿Por qué acepto con tanta facilidad? Siempre se pregunta lo mismo y al final, piensa que fue destino. Ya era bastante mala suerte haber sido una reina repudiada a tan corta edad. De alguna manera la vida tenía que equilibrar la balanza.
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