¿Podrá Robert Golden salir de su estado de miseria viviendo en las calles y cumplir sus sueños de tener su propio taller de automóviles?
Se encontraba en el carguero tiritando de frío; pero vivo, por suerte, pero ¿Por cuánto tiempo? Siendo un hombre desnutrido al punto de tener un cuerpo esquelético, se encontraba en el compartimiento de carga como polizonte. No sabía si al descubrirlo lo echarían al mar; pero poco le importaba en este momento, muy poco.
Toda su vida quiso ser mecánico de autos, trabajar en aquellos bellos ejemplares de la modernidad y el progreso. Con veinte años el joven Robert Goldenstein, o Bobby para los amigos, fue un genio a la hora de armar cosas. Su primera bicicleta la armó él solo a los diez años y también armó una lámpara, con la ayuda de su padre quien era electricista. Aun recordaba los días en que su padre lo llevaba de viaje por los viñedos de Viena en aquel modelo Ford T. Reía las veces que pensaba como ese trasto les daba problemas todo el tiempo; pero conseguía, al cabo de un rato, andar. La mayor parte del tiempo con la ayuda de Robert al tratar de arreglar ese motor.
Recordaba un día cuando todo salió perfecto. Debía tener doce años y su padre, quien ya mostraba un ligero problema en su respiración que derivaría unos años después en un cáncer de pulmón, decidió que esta vez podrían ir por los viñedos sin que ese coche se estropease. Era ya algo tarde y sin un poco de luz Robert no podría arreglar el auto; pero su padre tenía una gran confianza y los dos subieron esa tarde. Aun pensaba en el ocaso que daba en el frente de su auto, como si estuviesen conduciendo al ocaso de sus vidas; pero Robert creía que era el ocaso de su padre a donde conducía. La última vez que lo vio fue precisamente tres años después, cuando el cáncer de pulmón ya estaba matándolo, él tomo su auto para conducir un poco, Robert vio como su auto se iba en ese ocaso y no le volvió a ver sino hasta el funeral. Su padre murió por un fallo respiratorio mientras conducía.
Aquello fue en 1926, unos años antes de la llegada de los Nazis al poder.
Ahora en 1940 el mismo Robert estaba huyendo de Alemania antes de que los Nazis le matasen.
Hitler había tomado control de Austria y todos los judíos eran llevados a los campos de concentración. Los que podían escapar eran aquellos que se ocultaban demasiado bien o los que se iban antes de que el dominio de Hitler se expandiera por toda Europa.
Robert eran de los que sabían que había que irse antes de que fuese tarde; pero por desgracia un general Nazi, llamado Kraus, iba en su búsqueda, él tenía que largarse cuanto antes si quería sobrevivir.
Trataba de borrar sus memorias mientras el carguero continuaba camino a otra tierra, lo más lejos posible de la Alemania Nazi.
Veía en sus recuerdos como conducía ese condenado Ford T, como los oficiales de la Gestapo les perseguían, como un disparo hecho por el general Kraus mataba a su esposa embarazada, como logro huir apretando el acelerador y luchando contra todo instinto de no desviar su atención de la carretera. Veía como fue, gracias a los autos, que él pudo salvarse al llegar a un pequeño puesto Francés y poder pasar sin mayores problemas argumentando que su esposa estaba durmiendo, faltaban unos meses antes de que Alemania entrase en Francia.
Después logró colarse en el carguero para descansar un poco, pudiendo por fin lamentarse tranquilamente por la muerte de su esposa y su hijo no nato. No había comido nada en días y de a poco el iba muriendo de hambre como también frío.
Habían pasado semanas desde su escape y ahora el amanecer le sonreía desde una ventana, el joven Robert Goldstein vio la ciudad de Nueva York en las cercanías. Sonriendo, con unas pocas lágrimas de consuelo, pudo acostarse y descansar mientras que el sol de la mañana volvía a acariciar su rostro. Robert había llegado a su nueva casa.