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Nueva cárcel

Cuando entré a mi "nueva cárcel", sentí que mi libertad dependía del capitán de "La Castiza". Luego de que Antonio me dejó ahí, escuché que la puerta fue cerrada por fuera, como si pudiera escapar de este barco lleno de hombres malolientes y rodeado por el océano.

El sitio no era el mejor, por lo menos había una cama para que pudiera reposar, una mesa y un estante con varios libros. Luego de esta breve inspección, caminé hacia un cofre grande que se encontraba al pie de la cama y, al abrirlo, encontré que dentro había algunas extrañas ropas.

Mientras revisaba el interior del cofre, escuché que alguien se acercaba a la puerta. De inmediato me puse en alerta para ver quién entraba y me di cuenta que era el hermano Juan quien entraba, luego de que un marinero lo había dejado pasar.

—¡Indira! —exclamó con los ojos llenos de emoción.

—¡Fray Juan! —contesté su saludo a punto de llorar— ¡Perdóneme!

—No tienes que disculparte —contestó mientras se acercaba— sé que la situación en la que te encontrabas te hizo tomar este camino. Acepto tu decisión, pero no renuncies a tu dignidad.

—Siento que cometí un error al aceptar la propuesta del capitán, pero no tenía opción, quería mi libertad —dije con la voz entrecortada.

—Lo sé —dijo con mirada triste— pero ahora ya no podré ser tu tutor. Fue una orden de Antonio.

—¿Por qué? Pero aún me falta mucho por aprender.

Fray Juan me miró con ternura y sólo acarició mi cabeza.

—Ya hablas bastante bien mi idioma, así que no necesitas aprender más de mí. Por eso vine a despedirme y desearte lo mejor.

Su adiós fue como una espada que atravesaba mi corazón. Primero me arrebatan de mi hogar y ahora me quitan a la persona que fue un bálsamo para este viaje tortuoso. Entonces comencé a llorar y el hermano Juan me abrazó para consolarme. Sentía que otra vez estaba sola.

Sin embargo, el momento no duró mucho, ya que el marinero que esperaba al misionero afuera, lo llamó. Fray Juan me soltó y movió su mano haciendo la señal de la cruz, la cual me había enseñado durante los rosarios.

—Que Dios te bendiga y te acompañe —dijo y luego caminó hacia la puerta.

Cuando la puerta se cerró, me derrumbé y comencé a llorar. Había perdido a mi amigo y guía en la iluminación. ¿Acaso este era el precio que tenía que pagar para obtener mi libertad?

No sé cuánto lloré, pero las lágrimas agotaron mis energías y me quedé dormida. En mi sueño sentí como si mi alma se hubiera apartado de mi cuerpo y alcanzado el Nirvana. No desperté hasta que sentí hambre.

Cuando abrí los ojos, intenté incorporarme, pero mis músculos estaban entumecidos luego de haber dormido tanto tiempo en el suelo. Aunque al inicio del viaje tuve que dormir sentada junto a las demás chicas, esta vez sentí que la posición que había tomado fue la peor, ya que me costó trabajo mover mis piernas y brazos.

Después de varios minutos pude levantarme y pensé que sería bueno cambiarme de ropa. Llevaba muchos días usando la misma y sentía que la tenía pegada a la piel gracias al sudor y el ambiente tan insalubre. El capitán había procurado dejarme una cubeta con agua limpia, la cual no estaba cuando llegué ahí, así que pensé que la habían llevado cuando me encontraba dormida.

Entonces me limpié con un poco de agua y me puse ropa limpia. Después traté de peinarme, pero me costó mucho trabajo debido a que mi cabello estaba tan tieso y enredado tras más de un mes sin poder arreglarlo.

Traté de dejar un poco de agua para usar cuando me hiciera falta. No sabía si iba poder bañarme después y pues la vida en este barco era todo menos limpia.

En el momento en que había terminado de asearme, escuché que alguien estaba entrando. Eso me sorprendió y pronto me puse en alerta. Entonces una voz profunda y seductora provino de la puerta.

—Buenos días Indira, veo que ya estás despierta —dijo Antonio mientras entraba—. Parece que estabas muy agotada, porque dormiste un día completo. Supongo que tienes apetito, ¿te gustaría desayunar?

Después de esto, el capitán se acercó, eso hizo que diera un paso atrás para intentar mantener la distancia, ya que en ese momento no tenía la seguridad que antes había mostrado cuando acepté ser su protegida.

En tanto, él me miraba de pies a cabeza como si estuviera aprobando mi vestuario.

—¿Vendrás conmigo?

Ante esto, no dije nada y sólo asentí. Antonio no estuvo conforme con mi respuesta e insistió en un tono imponente.

—¿No me contestarás como se debe? ¿Me acompañas o no?

—Sí... señor —contesté temerosa.

—¿Señor? ¿Dónde quedó aquella chica que me retó el otro día?

Su pregunta me hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Realmente no me sentía muy fuerte, sin embargo debía mantenerme firme. Entonces tomando fuerzas de flaqueza, respondí:

—Ahora que estoy bajo su poder, ¿cómo prefiere que lo llame?

—Mmm... no me gusta que me llamen señor —respondió meditativo—. Por que eres tú, me puedes llamar Antonio a secas. Quiero que me trates como alguien de tu familia —señaló con una sonrisa que suavizó la expresión dura de su rostro.

Su invitación me hizo sentir un vuelco en mi corazón. No estaba acostumbrada a llamar por su nombre a cualquier hombre. Ni a mi padre y mucho menos a mis hermanos les decía así. Tan es así, que incluso mi madre jamás había llamado a mi papá por su nombre. Eso era demasiado para mí.

—Inténtalo, di mi nombre —insistió con una sonrisa.

—Aaaa… Anto… nio —dije con la mirada en el piso.

—Vamos —señaló mientras me tomaba por los hombros— mírame a los ojos y llámame por mi nombre.

—Está bien... Antonio —dije tratando de mantener la mirada.

—Excelente, así me gusta —exclamó, mientras palmeaba mi hombro derecho y tomaba mi mano para salir del camarote.

Antonio me llevó a su cabina, donde me hizo sentar en la mesa que ya tenía la comida servida. Los alimentos eran similares a lo que nos ofrecían durante el confinamiento, solo que estaban colocados en platos más limpios. Eso me hizo sentir mal por mis compañeras, que en ese momento debían estar comiendo las sobras que les daban cada día.

Al verme meditativa, el capitán me sacó de mis pensamientos.

—¿No te gusta?

—Lo siento, sólo estaba pensando en mis compañeras.

—No pienses más en ellas —dijo serio, mientras comía un pan.

Su respuesta me entristeció y las lágrimas comenzaron a salir. Aunque intentaba comer, un nudo en mi garganta hizo que fuera difícil el poder tragar. Me sentía como una traidora por estar disfrutando de comodidades mientras las demás sufrían penurias.

Al no poder ocultar mi pena, Antonio se levantó y golpeando la mesa, exclamó.

—¿Te arrepientes? ¿Quieres volver con tus amigas?

—¡No!

—Y entonces, ¿por qué lloras? ¿Acaso soy tan desagradable?

—¡No! —grité.

—Olvida a esas prisioneras, olvídate de Juan. ¡Eres mía! —refutó mientras me agarraba fuerte del brazo. Su expresión descompuesta y sus ojos llenos de rabia me asustaron. Entonces traté de soltarme.

—¡Suéltame!

—¡Deja de llorar!

—¡Suéltame! Por favor, me lastimas.

—Más te va a doler si no me obedeces.

—¡Está bien! ¡Basta! ¡Suéltame ya, Antonio! —grité desde lo más profundo de mis entrañas. Las lágrimas se habían ido y ahora mis ojos lo miraban con furia.

Cuando lo llamé por su nombre, el capitán se detuvo y me soltó. Dio unos pasos atrás y después salió de la cabina, azotando la puerta. Eso hizo que pudiera respirar de alivio.

Después de unos minutos, comencé a probar la comida. Mi apetito era tal, que me la gasté toda y me sentí aliviada. Como Antonio no regresaba, me levanté y caminé hacia un estante, donde había varios libros. Aunque el hermano Juan me había enseñado a hablar el castellano, apenas podía leer. Eso me frustró mucho, porque quería saber de qué trataban esos ejemplares.

Sin embargo, un libro atrajo mi atención. El título decía algo sobre "cosas" de la "Nueva España". Antes de que lo pudiera tomar, escuché que alguien entraba.

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