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—Es raro que estés tomando la iniciativa, ¿Lo haces solo para que se me pase el enojo?

—Admite que son celos. Por otro lado, no, no lo hago solo por eso, creo que ha pasado suficiente tiempo sin hacer nada, y debes recompensarme por haberme inducido al sexo.

—¿Dónde está mi cosita? ¿Qué te hicieron mientras no estaba contigo? Jamás imaginé oírte decir eso.

—Quería aprovechar para responder tus dudas. Yo sí siento esas ganas que tú sientes, sí me hacía falta hacerlo contigo, sí me toco cuando me siento con ganas y sola. ¿Eso responde la duda del otro día?

—¿Te golpeaste la cabeza?

—¿No es así como te gustan las mujeres? ¿No me digas que te incomoda que sean honestas contigo?

—No sé ni de qué estás hablando, pero me gusta esa mirada que tienes ahora—iba hacer mi siguiente movida, pero tocaron la puerta.

—¿Está ahí, señor? —al escuchar la voz de Alfred, me sentí irritado. Siempre joden en el momento que la cosa se pone buena.

—Lastima, nos interrumpieron— Daisy se dio la vuelta y le agarré el brazo.

—Quédate afuera y resuelve todo ese desastre, ahora tengo un asunto muy importante que atender— le dije a Alfred.

—Como ordene, señor.

—¿A dónde creíste que ibas, cosita? ¿Crees que seguiré permitiendo interrupciones? — la jalé hacia mí.

—Creí que eso era más importante, John.

—Mi mujer está pidiéndolo a gritos, ¿Cómo crees que te dejaría con las ganas para atender a unos muertos?

—Me encanta lo organizado que eres, porque conoces cuales son tus prioridades— esta mujer ya se pasó.

Tiré todo lo que habían en el escritorio y la incliné sobre el.

—No creas que pasaré por alto tus provocaciones— bajé su pantalón y la dejé en ropa interior, me acerqué detrás de ella y froté mi erección en su trasero—. ¿Sientes como me tienes?

—John— gimió

No pensé que ella se pondría así tan de repente, sin duda esta Daisy me excita más. Bajé el cierre y dejé visible mi erección, sólo con acercarlo y rozarlo en su trasero, se estremeció. Tiene tanta suerte que juré no ser tan cruel con ella, o de lo contrario ya estuviera dentro de su agujero trasero. ¿Quién no se sentiría tentado viendo esta cena servida? Lo rocé en su vagina y la penetré de golpe. Vi como se sujetó fuertemente del escritorio y reí. Estaba controlando sus gemidos y puse mis manos sobre el escritorio, a ambos lados de ella y me acerqué a su oído.

—Grita todo lo que quieras, deja que escuchen esa linda voz.

—¿Quieres que me escuchen? Eres un pervertido.

—Mientras sea yo quien esté provocando esos dulces gemidos, no tengo objeción en que lo hagas— la embestía más rápido, haciendo que no pudiera controlar su voz.

Alcé su pierna, colocándola encima del escritorio y jalé su pelo con una mano, para luego acercarme a ver su rostro. Entrecerró sus ojos y mordía sus labios, señal de que estaba disfrutándolo. Estuve así por un tiempo, observando su pervertida expresión, mientras continuaba penetrándola.

—¿Te gusta? —reí—. Esa expresión lo dice todo. ¿Quién diría que estarías haciendo ese tipo de expresiones tan pervertidas, cosita?— mordí su oreja y soltó un gemido muy lindo, que me provocó un escalofrío en todo el cuerpo.

—Me gusta mucho, John— gimió.

No pensé que una mujer podría volverme tan loco y provocarme tanto. Con mi otra mano agarré su mentón, girando su rostro para besarla. Sus húmedos besos y esos suaves labios, me tenían muy caliente. Su interior estaba muy húmedo, en cada estocada se podía escuchar claramente. Agarré sus manos y las puse por arriba de su cabeza, presionándolas contra el escritorio. No podía pensar en nada más que llenarla de mi, ya no soportaba un segundo más. Su interior se sentía muy caliente y húmedo, que era inevitable.

—Esto tendrás por provocarme, cosita— aceleré mis movimientos y de una última estocada profunda, me corrí dentro de ella.

—¿Qué estás haciendo, John? Llevas dos veces haciendo esto.

—Cuatro, cosita. Nadie te manda a provocarme así. ¿Dirás que no te gusta que lo haga? Tu cuerpo tiembla mucho en ese momento, y hasta tus gemidos se vuelven más excitantes, ¿No te has dado cuenta? ¿Qué sientes que te provoca eso?— pregunté entre fatiga.

—¡Idiota!— me salí de ella y metí mi dedo repentinamente en su vagina, se sentía muy caliente y húmedo.

—¿Qué haces, John? —preguntó sorprendida, tratando de mirar lo que hacía.

La masturbé por unos segundos y lo saqué.

—Levántate— le ordené y se levantó, girándose hacia mí.

—No hagas esas cosas, John.

—Abre la boca—acerqué mi dedo a su boca y ella lo miró.

—¿Esto es otra de tus fantasías?— arqueó una ceja y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

—Pruébala, está recién procesada y calientita—Daisy sonrió.

—Eres sin duda un pervertido—la abrió y metió mi dedo en su boca, cerró los ojos y lo chupó. No pareció desagradarle. No pude evitar morder mis labios, pues esa escena se vio jodidamente excitante. Ya estaba sintiendo ganas de continuar.

—Que niña tan obediente. Para la próxima la vas a sacar tu misma directamente. ¿Te gustó?

—Sí— ella sonrió y lamió sus labios. Maldición, si continúa con esa provocación, no saldremos de aquí nunca.

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