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El Mundo del Río y otras historias (3)

Como casi en todas partes, en el interminable valle había una llanura, de kilómetro y medio de ancho y llana como el piso de una casa. La cubría la hierba baja con la que nada podía acabar. Al fondo de la llanura se alzaban las colinas. Eran al principio montículos de unos seis metros de altura pero iban ensanchándose y elevándose hasta acabar siendo montañas. A diferencia de la llanura, en la que sólo había algunos árboles dispersos, las colinas tenían espesos bosques. Ochenta de cada cien eran «árboles de hierro» indestructibles, aquellos monstruos de profundas raíces cuya madera soportaba el fuego y no se inmutaba lo más mínimo ante los ataques del hacha de acero más aguda (si es que existía algún hacha de acero en aquel mundo). Entre ellos crecían altos pinos, de entre quince y treinta metros de altura, y robles, abedules, olmos, álamos y otras variedades del mismo tamaño. Bajo los árboles había hierba más alta y matorrales de bambú.

Tras las colinas se alzaban las montañas. Las partes más bajas eran accidentadas, torturadas, había en ellas cañones y fisuras y pequeñas mesetas. Pero a los quinientos metros de altura las montañas se convertían en una especie de acantilado sin interrupciones. Lisas como el cristal, las montañas se remontaban durante otros mil quinientos metros, en línea recta, inclinándose en algunos casos hacia fuera casi en la cima. Eran inescalables, como podía atestiguar todo aquel que lo había intentado. Si alguien deseaba ir al valle que había al otro lado de aquel en el que se hallaba, tenía que seguir el curso del Río, y eso podía tomarle años. El Valle del Río era como una serpiente a escala planetaria, retorciéndose hacia abajo a partir de las fuentes en el Polo Norte y rodeando el Polo Sur para ascender de nuevo por el otro hemisferio hasta la boca del Polo Norte.

O al menos eso se decía. Nadie lo había demostrado aún.

En aquella zona, a diferencia de algunas otras en las que había estado, enormes enredaderas rodeaban los árboles e incluso algunos de los grupos de bambúes. De las enredaderas brotaban perennes flores de muchas formas, tamaños, y exhibiendo todas las gamas del espectro.

Durante dieciséis mil kilómetros, ambos lados del valle del río estallaban de color. Luego, con la misma brusquedad con que había cesado, los árboles recuperaban su ascético verde.

Pero aquella zona resplandecía de colores.

A un poco más de un kilómetro de la escena de la batalla, Mix ordenó que Bithniah timoneara hacia la orilla izquierda. Entonces Yeshua arrió la vela, y el catamarán deslizó su proa sobre la suave ladera de la orilla. Los tres saltaron de la embarcación, y muchas manos de la multitud que se había congregado agarraron la embarcación y tiraron de ella hasta sacarla completamente del agua. Hombres y mujeres rodearon a los recién llegados e hicieron numerosas preguntas. Mix empezaba a responder a una formulada por una atractiva mujer cuando fue interrumpido por soldados. Llevaban cascos y corazas de piel de pez reforzados con hueso, modelados según la moda imperante en tiempos de Carlos I y Oliver Cromwell. Llevaban pequeños escudos redondos de roble recubierto de piel y largas lanzas rematadas con piedra o madera o pesadas hachas de guerra o grandes mazas. Gruesas botas de piel de pez protegían sus piernas hasta por encima de las rodillas.

Su alférez al mando, Alfred Regius Swinford, oyó a medias la narración de Mix de lo que había ocurrido. De pronto, Mix se interrumpió y dijo:

Tenemos hambre. ¿No podríamos esperar a cargar nuestros cubos?

Hizo un gesto indicando las estructuras de piedra fungiformes de dos metros de altura que se alineaban junto a la orilla del Río. Los cilindros grises de los demás estaban insertados en las depresiones de la superficie.

¿Cubos? dijo el sargento. Nosotros les llamamos copias, extranjero. Una abreviatura de cornucopia. Dadme vuestras copias. Nosotros os la cargaremos, y podréis llenaros la barriga después de que Stafford os vea. Cuidaré de que sean convenientemente identificadas.

Mix se alzó de hombros; no estaba en situación de discutir, aunque, como todo el mundo, se sentía inquieto si su «cubo sagrado» estaba fuera de su vista. Los tres caminaron entre los soldados cruzando la llanura en dirección a una colina. Pasaron junto a un gran número de chozas de bambú de una sola habitación. En la parte superior de la colina había una amplia empalizada circular de troncos. Cruzaron la puerta de la empalizada hasta un enorme patio. La Casa del Consejo, su destino, era un largo edificio triangular de troncos en el centro de la empalizada. Había varias torres de observación y una amplia pasarela en la parte interior de la empalizada. Los troncos de afilada punta se elevaban muy por encima de ella, pero en ellos habían sido practicadas ventanas y troneras a través de las cuales los defensores podían arrojar lanzas o verter aceite de pescado ardiendo sobre los atacantes. También había cabrias de madera que podían hacerse colgar sobre la parte exterior de la empalizada para dejar caer redes llenas de enormes piedras.

Mix vio diez enormes depósitos de madera llenos con agua, y cobertizos que supuso contenían almacenados pescado seco, y bellotas para hacer pan, y armas.

Saliendo de uno de los cobertizos, sin embargo, aparecieron algunos hombres acarreando cestos de tierra. Debían estar cavando un túnel secreto subterráneo hasta el exterior para tener así una vía de escape o una forma de atacar al enemigo por la retaguardia. No podía ser considerado un buen secreto cuando se permitía a unos extranjeros observar evidencias de su construcción. Se sintió momentáneamente helado. Quizá a ningún extranjero que supiera del túnel se le permitiera abandonar el lugar.

Mix no dijo nada. Lo mejor que podía hacer era fingir ignorancia, aunque dudaba que el alférez de la patrulla pensara que era tan poco observador. No. Tenía que pensar alguna otra cosa, por débil que fuera.

Así que perforando un pozo dijo. Eso es una buena idea. Si sois sitiados, no necesitaréis preocuparos por el agua.

Exacto dijo Swinford. Deberíamos haberlo perforado hace mucho tiempo. Pero andábamos cortos de manos.

Mix no creyó haber engañado al alférez, pero al menos lo había intentado. Por aquel entonces el sol había alcanzado los picos de la hilera occidental de montañas. Un momento más tarde se hundió tras ellas, y el valle resonó con la erupción de las piedras a lo largo de las orillas. La cena estaba servida.

Stafford y su consejo se sentaban a una mesa redonda de pino en una plataforma del fondo de la sala. Antorchas de pino impregnadas con aceite de pescado y colocadas en abrazaderas a lo largo de las paredes iluminaban el lugar. El humo se alzaba hacia las vigas ennegrecidas y a las aberturas practicadas en el techo, pero el hedor a pescado empapaba la estancia. Bajo él flotaba otro hedor, el de cuerpos humanos sin lavar.

Mix pensó que podía haber habido una excusa para aquella suciedad en la Inglaterra del siglo XVII, pero que allí no había ninguna. El Río estaba a una distancia que se podía recorrer cómodamente a pie. Sin embargo, sabía que los viejos hábitos tardan en morir, aunque vayan cambiando lentamente. Con el constante paso de gente que procedía de culturas que se bañaban frecuentemente, una necesidad de mayor limpieza y una sensación de vergüenza asociada con la suciedad iban extendiéndose por todas partes. Dentro de otros diez o quince años, aquellos ingleses se enjabonarían regularmente en el Río. Bueno, la mayor parte de ellos lo harían, al menos. Siempre hay personas en cualquier cultura para quienes el agua es solamente para beber.

Además, aparte lo ofensivo del olor corporal y la estética de un cuerpo limpio, no había ninguna razón por la que debieran lavarse frecuentemente. No había enfermedades corporales en el Mundo del Río. Aunque hubiera muchas enfermedades mentales.

El alférez se detuvo ante la plataforma e informó a Stafford. Los demás que ocupaban la mesa, veinte en total, miraron a los recién llegados. Muchos fumaban cigarrillos o puros proporcionados por las copias, un artículo desconocido en sus tiempos en la Tierra, donde solamente se utilizaban las pipas.

Stafford se levantó de la mesa para saludar cortésmente a sus huéspedes. Era un hombre alto, metro noventa, con anchos hombros, largos brazos y cuerpo enjuto. Su rostro era largo y estrecho, sus cejas gruesas y enmarañadas, sus ojos grises, su nariz larga y puntiaguda, sus labios delgados, su barbilla prominente y profundamente hendida. Su pelo castaño descendía hasta sus hombros, ligeramente rizado en sus puntas.

Con una voz firme y agradable era nativo de Carlisle, cerca de la frontera escocesa les pidió que se sentaran a la mesa. Les ofreció que eligieran entre vino, whisky o licor. Mix, sabiendo que el suministro era limitado, tomó el ofrecimiento como una buena señal. Stafford no sería tan generoso en artículos caros con alguien hacia quien se sintiera hostil. Mix olisqueó, sonrió ante el aroma de un excelente bourbon, y dio un sorbo. Le hubiera gustado beberse el vaso hasta el fondo, pero eso hubiera significado que sus anfitriones se hubieran visto obligados a ofrecerle otro inmediatamente.

Stafford pidió a Tom Mix que presentara su propio informe. Este implicaba un largo relato, durante el cual fueron encendidos los fuegos en las dos grandes chimeneas a cada lado de la parte central de la gran sala. Mix observó que aquellos que traían la leña eran hombres y mujeres de aspecto mongólico, pequeños y muy morenos. Supuso que procedían del otro lado del Río, que estaba ocupado por hunos. Por lo que había oído, habían nacido en la época en que Atila había invadido Europa, el siglo V d. C. Si eran esclavos o refugiados del otro lado del Río era algo que no podía saber.

Stafford y los demás escucharon a Mix, con tan sólo unos breves comentarios

mientras bebían. Entonces fueron traídas sus copias, y todos comieron. Tom se vio agradablemente sorprendido por lo que le ofreció su cubo aquella noche. Era todo mejicano: tacos, enchiladas, burritos, una ensalada de frijoles, y el licor era tequila, con una rodaja de limón y un poco de sal. Le hizo sentirse más en su casa, especialmente cuando el tabaco resultó ser unos cuantos puritos obscuros y retorcidos.

A Stafford no pareció gustarle el licor que obtuvo. Lo olió, luego miró a su alrededor. Mix interpretó correctamente su expresión. Dijo:

¿Quieres cambiar?

¿Qué es lo que tienes? preguntó el otro.

Eso necesitó una larga explicación. Stafford había vivido cuando Norteamérica empezaba a ser colonizada por los ingleses, pero sabía muy poco de ella. Además, en su época, México era una zona conquistada por los españoles, y casi no tenía datos al respecto. Pero después de escuchar la exposición de Mix, le tendió su taza.

Tom la olisqueó y dijo:

Bueno, no sé lo que es, pero no le tengo miedo. Toma, prueba el tequila. Stafford siguió el procedimiento recomendado: bebió inmediatamente, y siguió

con el ritual de la sal y el limón.

¡Buf! ¡Parece como si tuviera fuego lamiéndome las orejas! Suspiró, y dijo:

Es de lo más extraño. Pero al mismo tiempo muy agradable y estimulante.

¿Qué hay del tuyo?

Mix dio un sorbo.

¡Ah! ¡No sé qué infiernos de destilación es! Pero tiene un sabor estupendo, aunque un poco denso. Sea cual sea su origen, se trata de un vino de alguna clase. Quizá sea el que acostumbraban a hacer los antiguos babilonios. Quizá sea egipcio, quizá malayo o un primitivo sake japonés, el vino de arroz. ¿Tenían vino los aztecas? No lo sé, pero es fuerte, y sin embargo sabroso.

»El tequila es un alcohol destilado de las semillas del agave. Bien, esto es una hermandad internacional, no hay ninguna discriminación contra el alcohol extranjero, así que a tu salud.

¡Salud!

Terminado el suministro de la copia, Stafford ordenó que fuera traído un barrilito de licor de líquenes. El licor estaba compuesto por alcohol destilado de los líquenes verdeazulados que crecían en las laderas de las montañas y luego cortado con agua, con el sabor añadido de las hojas secas de las enredaderas de los árboles reducidas a polvo. Tras engullir de un solo sorbo media taza, Stafford dijo:

No sé por qué los hombres de Kramer estaban tan ansiosos por mataros que se atrevieron a penetrar en mis aguas.

Hablando cuidadosa y lentamente, de modo que todos ellos pudieran comprenderle fácilmente, Mix empezó su historia. De tanto en tanto Stafford hacía una seña a un oficial, y este le llenaba de nuevo a Mix la taza. Mix era consciente de que aquella generosidad no estaba basada solamente en la hospitalidad. Si Stafford conseguía que su huésped se emborrachara lo suficiente, este podía, si era un espía, decir algo que no debiera. Mix, sin embargo, estaba aún muy lejos de sentir soltarse su lengua. Además, no tenía nada que ocultar. Bueno, no demasiado.

¿Cuánto quieres que retroceda en mi relato? dijo. Stafford se echó a reír.

De momento dijo deja a un lado tu vida en la Tierra. Y condensa todo lo anterior a tu primer encuentro con Kramer.

Bueno, pues desde el Día de Todas las Almas (término para indicar la resurrección general de por lo menos la mitad del género humano en el planeta) he estado bajando por el Río. Nací en 1880 d. C. y fallecí en 1940 d. C. Pero no fui resucitado entre gente de mi propia época y lugar. Me encontré en una zona ocupada por polacos del siglo XV. Al otro lado del Río había algún tipo de pigmeos indios americanos. Hasta entonces no había sabido que existieran tales hombres, aunque los indios cherokee tienen leyendas sobre ellos. Lo sé, porque en una cierta parte yo también soy cherokee.

Aquello era una mentira, una que unos estudios cinematográficos habían originado para darle un poco más de glamour. Pero la había dicho tan a menudo que la creía a medias. Además, no podía hacer ningún daño difundirla otro poco.

Stafford eructó y dijo:

Me di cuenta cuando te vi por primera vez que había en ti algo de sangre de piel roja.

Mi abuelo era un jefe de los cherokee dijo Mix. Esperaba que sus antepasados ingleses, holandeses de Pennsylvania e irlandeses le perdonaran.

De todos modos prosiguió, no estuve mucho tiempo con los polacos. Deseaba encontrar algún lugar donde pudiera comprender el lenguaje. Me sacudí el polvo de los pies y me largué como un mono de culo listado.

Stafford se echó a reír y dijo:

¡Vaya comparaciones!

No me tomó mucho tiempo descubrir que no había caballos en este mundo, ni ningún otro tipo de animales excepto el hombre, las lombrices de tierra y los peces. De modo que construí un bote. Y empecé a buscar a gente de mi propia época, esperando tropezarme con gente a la que conociera. O gente que hubiera oído hablar de mí. Fui bastante famoso durante mi vida; millones de personas me conocían. Pero dejemos eso de lado ahora.

»Supuse que si la gente estaba distribuida a lo largo de este valle siguiendo la secuencia temporal de la Tierra, aunque hubiese muchas excepciones, los habitantes del siglo veinte debían estar cerca de la desembocadura del Río. Tenía conmigo a unos diez hombres y mujeres y nos embarcamos con viento y corriente favorables hace unos cinco años. De vez en cuando, parábamos a descansar o a trabajar.

¿A trabajar?

Como mercenarios. Recibíamos cigarrillos extra, licor, buena comida. A cambio ayudábamos a los que necesitaban ayuda para una causa justa. La mayoría de los miembros de mi tripulación eran veteranos de las guerras de la Tierra. Uno de ellos había sido general de la Guerra de Secesión norteamericana. Yo me gradué en el Instituto Militar de Virginia

Otra prevaricación de los estudios cinematográficos.

He oído hablar de Virginia dijo Stafford. Pero

Tom Mix tuvo que hacer una pausa en su narración para preguntar cuánto sabía exactamente Stafford de la historia a partir de su muerte. El inglés respondió que había obtenido alguna información de un albanés errante que murió en 1901 y de un persa que murió en 1897. Al menos, suponía que esas fechas eran exactas. Los dos habían sido musulmanes, lo cual hacía difícil correlacionar su calendario con el cristiano. Además, ninguno de los dos sabía demasiado acerca de historia mundial. Uno había mencionado que las colonias americanas habían conseguido su independencia tras una guerra. No había sabido si creer o no al hombre. Era tan absurdo.

Canadá siguió siendo leal dijo Mix. Veo que tengo un montón de cosas que contarte. De todos modos, luché en la guerra Hispano-Norteamericana, en la Rebelión de los Boxers, en la Insurrección de las Filipinas, y en la Guerra de los Boers. Más tarde te explicaré qué son todas ellas.

Mix no había luchado en ninguna de ellas, por supuesto, pero qué infiernos. De todos modos, lo hubiera hecho si hubiera tenido la oportunidad. Había desertado de la caballería de los Estados Unidos en su segundo período de enganche debido a que deseaba ir a las líneas del frente y los malditos jefes lo mantenían en casa.

Fuimos capturados por esclavistas un par de veces cuando desembarcamos en lugares aparentemente amistosos. Escapamos, pero llegó un momento en que yo era el único que quedaba del grupo original. El resto habían resultado muertos o se habían marchado debido a que estaban cansados de viajar. Mi amada pequeña egipcia, la hija de un faraón bien, también resultó muerta.

En realidad, Miriam era hija de un tendero de El Cairo y había nacido en algún momento del siglo XVIII. Pero él era un cowboy, y los cowboys siempre embellecían un poco la verdad. Quizá más que un poco. De todos modos, figurativamente, era una hija de los faraones. Y lo que contaba en este mundo, como en el anterior, no eran los hechos sino lo que la gente creía que eran los hechos.

Quizá vuelva a encontrarla algún día dijo. Y a los otros también. Tanto

pueden haber sido resucitados Río abajo como Río arriba.

Hizo una pausa, y luego dijo:

Es curioso. Entre todos los millones, miles de millones quizá, de rostros que he visto bajando el Río, no he visto a nadie al que conociese en la Tierra.

Yo conocí a un individuo del siglo veinte dijo Stafford que calculaba que podría haber en este mundo por lo menos treinta y cinco mil millones de seres humanos.

Tom Mix asintió y dijo:

Sí, lo sé. Pero lo lógico sería pensar que en cinco años, aunque sólo fuese uno Bueno, algún día lo conseguiré. En fin, lo cierto es que construí esta última embarcación hace un año a unos ocho mil kilómetros de aquí. Mi nueva tripulación y yo navegamos sin novedad hasta que paramos en una de las piedras de Kramer a comer. Llevábamos algún tiempo comiendo sólo pescado y brotes de bambú y pan de bellota, y los demás estaban ansiosos de poder fumar y echar un trago. Corrí el riesgo y perdí. Nos llevaron ante el propio Kramer, un alemán del siglo quince, gordo y feo.

»Como muchos otros chiflados, no ha sabido aceptar el hecho de que este mundo no es exactamente lo que él pensaba que debía ser la vida después de la muerte. En la Tierra fue un hombre importante. Un inquisidor. Por su culpa murieron quemados muchos hombres, mujeres y niños, después de torturarlos para mayor gloria de Dios.

Yeshua, que se sentaba junto a Mix, murmuró algo. Mix guardó silencio unos instantes. Pensó si no habría ido demasiado lejos.

Aunque no había visto indicio alguno de ello, era posible que Stafford y los suyos fuesen a su modo tan lunáticos como Kramer al suyo. Durante su existencia terrestre, la mayoría de los habitantes del siglo diecisiete tenían firmísimas convicciones religiosas. Al encontrarse allí, en aquel lugar extraño, que no era el cielo ni el infierno, habían experimentado una gran conmoción. Algunos no se habían recuperado todavía.

Los había con la suficiente capacidad de adaptación como para dejar a un lado su antigua religión y buscar la verdad. Pero había demasiados que, como Kramer, habían racionalizado su entorno. Kramer, por ejemplo, sostenía que aquel mundo era un purgatorio. Aunque había vacilado al descubrir que no había allí sólo cristianos sino también paganos, había insistido en que no se habían entendido correctamente en la Tierra las doctrinas de la Iglesia. Habían sido deliberadamente deformadas en su exposición por sacerdotes inspirados por Satanás. Pero él había conseguido ver por fin La Verdad.

Sin embargo, había que iluminar a los que no habían sido capaces de ver las cosas claramente, como él. El método de revelación de Kramer, lo mismo que en la Tierra, era el potro del tormento y la hoguera.

Cuando le explicaron a Mix todo esto, no discutió las teorías de Kramer. Por el contrario, le ofreció sus servicios con (aparente) entusiasmo. No temía a la muerte porque sabía muy bien que resucitaría veinticuatro horas después en otra parte del mundo. Pero no quería que le atasen al potro y luego le quemasen.

Esperaba una oportunidad de escapar.

Una noche, Kramer había atrapado a un grupo que se bajó de su barco. A Mix le dieron lástima los cautivos, pues había sido testigo de los procedimientos que Kramer utilizaba para cambiar las ideas de los hombres. Sin embargo, nada podía hacer por ellos. Si eran lo bastante estúpidos como para negarse a fingir que estaban de acuerdo con Kramer, serían torturados.

Pero aquí Yeshua me inquietaba dijo Mix. En primer lugar, se parecía demasiado a mí. Verle morir en la hoguera sería como verme a mí mismo entre las llamas. Además, no le dieron oportunidad de decir sí o no. Kramer le preguntó si era judío. Yeshua dijo que lo había sido en la Tierra, pero que ahora no tenía religión.

»Kramer dijo que le daría la oportunidad de convertirse, es decir de creer lo mismo que Kramer. Esto era una mentira, pero Kramer es un farsante mentiroso que tiene que encontrar justificación para todas las marranadas que hace. Dijo que él daba a los cristianos una oportunidad de escapar de la hoguera y lo mismo a todos los paganos salvo a los judíos. Ellos habían crucificado a Jesús, y debían pagarlo. Además, no podía confiarse en un judío. Mentiría siempre para salvar el pellejo.

»Toda la tripulación estaba condenada pues todos eran judíos. Kramer les preguntó adónde iban, y Yeshua dijo que buscaban un sitio en el que nadie hubiese oído hablar nunca de un judío. Kramer dijo que tal lugar no existía; Dios les encontraría fuesen adonde fuesen. Yeshua perdió el control y llamó a Kramer hipócrita y anti-Cristo. Kramer se enfureció y dijo a Yeshua que él no moriría tan deprisa como los otros.

»Por aquel entonces yo estaba a punto de ingresar en la cárcel con ellos. Kramer se había dado cuenta de nuestro parecido. Me preguntó si le había mentido al decirle que no era judío. ¿Cómo podía parecerme tanto a un judío si no lo era? Por supuesto, era la primera vez que pensaba que yo parecía judío, cosa que no soy. Si fuese más moreno, podría pasar por uno de mis antepasados cherokees.

»Así que le sonreí, aunque sudaba copiosamente y me temblaban las piernas, y le dije que Yeshua parecía un gentil y que por eso se parecía a mí. Utilicé en mi provecho uno de sus propios comentarios: le recordé que había dicho que las mujeres judías eran casi todas adúlteras. Así que quizá Yeshua fuese medio gentil sin saberlo.

»Kramer lanzó una de esas risotadas suyas; acostumbra a reírse a grandes carcajadas hasta que la saliva le chorrea por la barbilla. Me dijo que yo tenía razón. Pero me di cuenta de que mis días estaban contados. Pensaría más tarde en mi aspecto, y acabaría decidiendo que yo era un mentiroso. Al diablo con todo, pensé. Me iré esta noche.

»Pero no podía dejar de pensar en Yeshua. Decidí que no podía marcharme como un perro con el rabo entre las piernas. Tenía que hacer que Kramer me recordara hasta el punto de que le entrase dolor de cabeza cada vez que pensase en mí. Aquella noche, cuando empezó a llover, maté con mi hacha a los dos guardianes y abrí las puertas de la empalizada. Pero alguien estaba despierto y dio la alarma. Corrimos hasta mi barco, tuvimos que abrirnos paso hasta él luchando, y sólo Yeshua, Bithniah, la mujer y yo logramos escapar. Kramer debió decir a los hombres que salieron a perseguirnos que harían mejor no volviendo si no llevaban nuestras cabezas. No podían poner fin a la persecución.

Dios dijo Stafford fue lo bastante misericordioso como para darnos juventud eterna en este hermoso mundo. Estamos libres de necesidades, de hambre, de trabajo duro y de enfermedades. Sin embargo, hombres como Kramer quieren convertir este Jardín del Edén en un infierno. ¿Por qué? Lo ignoro. Es un loco, no hay duda. Uno de estos días nos atacará, como ha atacado a los que viven al norte de su territorio original. ¡Si deseáis ayudarnos a combatirle, sed bienvenidos!

¡Odio a ese diablo asesino! dijo Mix. Podría deciros cosas pero en fin, debéis saberlas.

Para mi eterna vergüenza contestó Stafford, he de confesar que presencié muchas crueldades e injusticias en la Tierra, y que no sólo no me opuse a ellas sino

que las alenté. Creía que para mantener la ley y el orden y la religión eran necesarias torturas y persecuciones. Sin embargo, a menudo sentía remordimientos. Así que cuando me vi en un mundo nuevo, decidí empezar otra vez. Lo que había sido justo y necesario en la Tierra no tenía por qué serlo aquí.

Eres un hombre extraordinario dijo Mix. La mayoría de la gente ha seguido haciendo y pensando aquí lo mismo que pensaban y hacían en la Tierra. Pero creo que el Mundo del Río está cambiando lentamente a muchos de ellos.

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