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EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 7 - El pasado de Goering (18)

Pero ese no fue el fin. Le gustara o no, fue resucitado sobre este planeta. Su cuerpo era joven de nuevo, joven y esbelto. Cómo o por qué, no lo sabía. Se había librado de su reumatismo, de sus hinchadas glándulas linfáticas, y de su dependencia a la paracodeína.

Decidió dedicarse a buscar a Emma y Edda. También a Karin. El cómo sería capaz de tener a su lado a sus dos esposas a la vez era algo que no se preocupó en considerar. La búsqueda podía ser lo suficientemente larga como para tener tiempo bastante para pensar en ello.

Nunca las encontró.

El viejo Hermann Goering, el muy ambicioso y falto de escrúpulos oportunista, vivía aún en él. Hizo muchas cosas de las cuales se sintió profundamente avergonzado y lleno de remordimientos cuando, tras muchas aventuras y mucho vagar, se convirtió a la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Eso se produjo repentina y dramáticamente, de una forma muy parecida a la conversación de Saúl de Tarso en el camino a Damasco, y se produjo en el pequeño estado soberano de Tamoancán. Este estaba compuesto principalmente por mexicanos del siglo x que hablaban náhuatl y navajos del siglo xx. Hermann vivió en la

residencia comunal de los recién llegados hasta que estuvo profundamente imbuido en los dogmas y disciplinas de la Iglesia.

Entonces se trasladó a una cabaña recientemente abandonada. Tras un cierto tiempo, una mujer llamada Chopilotl estaba viviendo con él. Ella también pertenecía a la Iglesia, pero insistía en que conservaran en su cabaña un ídolo de esteatita. Era una horrible figura de unos treinta centímetros de alto, representando a Xochiquetzal, la divina patrona del amor sexual y los nacimientos. La adoración de Chopilotl a la diosa enfatizaba su pasión por la pasión. Exigía que Hermann y ella hicieran el amor frente al ídolo a la luz de las antorchas que lo flanqueaban. A Hermann eso no le importaba, pero le cansaba la frecuencia de sus insistencias.

También le parecía que ella no debería adorar a una divinidad pagana. Se dirigió a su obispo, un navajo que había sido un mormón en la Tierra.

Sí, sé que ella tiene esa estatua le dijo el obispo Ch'agii. La Iglesia no aprueba la idolatría o el politeísmo, Hermann. Tú lo sabes. Pero permite que sus miembros conserven a sus ídolos, siempre que su poseedor comprenda realmente que se trata tan sólo de un símbolo. Lo admito, eso es peligroso, puesto que el adorador toma demasiado fácilmente el símbolo por la realidad. Y eso no sólo las personas primitivas, tú lo sabes bien. Incluso la gente que se proclama civilizada se ve cogida en esa trampa psicológica.

»Chopilotl es más bien de ideas fijas, pero es una buena persona. Si nos mostráramos demasiado testarudos acerca de su idiosincrasia y le exigiéramos que echara el ídolo de su casa, es probable que cayera como reacción en un genuino politeísmo. Lo que estamos haciendo con ella puede calificarse de desacostumbración teológica. ¿Has visto cuántos ídolos hay por aquí? La mayoría de ellos tuvieron en su tiempo una multitud de adoradores. Pero hemos separado gradualmente a los fanáticos de ellos, consiguiendo esto a través de una paciente y suave instrucción. Ahora los dioses de piedra se han convertido únicamente en objects d'art para la mayor parte de sus anteriores adoradores.

»A su debido tiempo, Chopilotl empezará a considerar de este modo a su diosa. Te ayudaré a conseguir que olvide su actual y lamentable actitud.

Quieres decir, ¿hacerle un lavado de cerebro teológico? dijo Hermann. El obispo pareció sorprendido, luego se echó a reír.

Obtuve mi licenciatura en Filosofía en la universidad de Chicago dijo. Debo sonar muy denso, ¿no? Toma una copa, hijo mío, y háblame un poco de ti.

Al final del año, Hermann fue bautizado con muchos otros neófitos desnudos, temblorosos y castañeteantes. Luego, secó a una mujer y ella lo secó a él. Después todos se vistieron con ropas que cubrían todos sus cuerpos, y el obispo colgó alrededor del cuello de cada uno un cordón del que estaba suspendido el hueso espiralado de una vértebra de pez cornudo. No eran sacerdotes titulados; cada uno de ellos era llamado simplemente «Instruíste». Institutor.

Hermann se sentía como si fuera un fraude. ¿Quién era él para instruir a los demás, y actuar, a todos los efectos, como un sacerdote? Ni siquiera estaba seguro de que sus creencias hacia Dios o hacia la Iglesia fueran sinceras. No, eso no era cierto. El era sincero... la mayor parte del tiempo.

Tus dudas son acerca de ti mismo dijo el obispo. Crees que no puedes vivir de acuerdo con tus ideales. Crees que no posees ningún valor. Tienes que librarte de eso, Hermann. Todo el mundo tiene un valor potencial, que conduce hasta su salvación. Tú lo tienes; yo lo tengo; todas las criaturas de Dios lo tienen y se echó a reír.

»Observa las dos tendencias que hay en ti, hijo. A veces eres arrogante, pensando que eres mejor que los demás. Mucho más a menudo eres humilde. Demasiado humilde. Me atrevería a decir que lamentablemente humilde. Esa es otra forma de arrogancia. La auténtica humildad es saber cuál es tu auténtico lugar en la escala cósmica.

»Yo todavía estoy aprendiendo. Y rezo para seguir viviendo el tiempo suficiente como para librarme de todas mis ilusiones acerca de mí mismo. Mientras tanto, tú y yo podemos

pasar todo nuestro tiempo explorándonos a nosotros mismos. También debemos trabajar entre la gente. La vida monástica, el retirarse del mundo, el recluirse, no sirve. ¿Adonde preferirías ir? ¿Río arriba, o Río abajo?

La verdad es que odiaría abandonar este lugar dijo Hermann. He sido feliz aquí. Por primera vez en mucho tiempo, me siento como formando parte de una familia.

Tu familia vive de un extremo del Río al otro dijo Ch'agii. Contiene a varios parientes poco agradables, es cierto. ¿Pero qué familia no los tiene? Tu trabajo es ayudarles a pensar correctamente. Y ese es el segundo estadio. El primero es conseguir que la gente admita que no está pensando correctamente.

Ese es el problema dijo Hermann. No creo haber conseguido pasar del primer estadio ni siquiera yo.

Si yo creyera eso, no te hubiera permitido graduarte. ¿Hacia dónde quieres ir?

¿Hacia arriba, o hacia abajo?

Hacia abajo dijo Hermann. Ch'agii alzó las cejas.

Bien. Pero el neófito elige generalmente ir Río arriba. Todos han oído decir que La Viro está en algún lugar en esa dirección. Y anhelan visitarle, llegar hasta él y hablar con él.

Por eso es por lo que escojo la otra dirección dijo Hermann. No me siento digno de hacer eso. El obispo suspiró.

A veces lamento el que se nos prohíba toda violencia dijo. Ahora mismo, siento deseos de darte una patada en el trasero.

»Muy bien, ve Río abajo, mi descolorido Moisés. Pero te encargo que transmitas un mensaje al obispo de cualquier área donde te detengas. Dile a él o a ella que el obispo Ch'agii le envía su amor. Y dile también esto: Algunos pájaros creen que son gusanos.

¿Y eso qué significa?

Espero que lo descubras algún día dijo Ch'agii. Agitó su mano derecha, con tres dedos extendidos, bendiciéndole. Luego abrazó a Hermann y le besó en los labios. Vete, hijo mío, y ojalá su ka se convierta en akh.

Ojalá nuestros akhs vuelen lado a lado respondió formalmente Hermann. Abandonó la cabaña con lágrimas deslizándose por sus mejillas. Siempre había sido un sentimental. Pero se dijo a sí mismo que estaba llorando porque realmente quería a ese ampuloso hombrecillo de piel oscura. La distinción entre sentimentalismo y amor había sido imbuida en él en el seminario. De modo que lo que sentía era amor. ¿Lo era realmente?

Como había dicho el obispo en una conferencia, sus estudiantes no comprenderían realmente la diferencia entre los dos sentimientos hasta que tuvieran mucha práctica en su trato con ellos. E incluso entonces, si no eran inteligentes, no serían capaces de separar el uno del otro.

La balsa en la cual iba a viajar había sido construida por él mismo y los otros siete que iban a acompañarle. Uno de ellos era Chopilotl. Hermann se detuvo en la cabaña para recogerla a ella y a sus escasas, pertenecías. La mujer estaba fuera con otras dos vecinas, alojando el ídolo en una caja de madera.

No estarás pensando llevarte esa cosa contigo le dijo.

Por supuesto que sí respondió ella. Si no me la llevara, sería como dejar mi ka tras de mí. Y no es simplemente una cosa. Es Xochiquetzal.

Es solamente un símbolo, tengo que recordártelo por centésima vez respondió él, frunciendo el ceño.

Entonces necesito mi símbolo. Sería de mala suerte abandonarlo. Ella se pondría muy furiosa.

El se sentía muy frustrado y ansioso. Aquel era el primer día de su misión, y tenía que enfrentarse a una situación que no estaba seguro de poder manejar adecuadamente.

Considera tu último objetivo, hijo mío, y sé juicioso había dicho el obispo en una de sus conferencias, citando el Eclesiastés.

Tenía que actuar de modo que el resultado final de aquella situación en particular fuera el deseado.

Las cosas son así, Chopilotl dijo. Lo más correcto, o como mínimo lo menos malo, es dejar este ídolo aquí. La gente de este lugar comprenderá. Pero la gente de otros lugares puede que no comprenda. Somos misioneros, dedicados a convertir a los demás a lo que creemos que es la auténtica religión. Tenemos a nuestras espaldas la autoridad, las enseñanzas de La Viro, que recibió su relación de uno de los hacedores de este mundo.

»¿Pero cómo podemos convencer a nadie si uno de nosotros es un idólatra? ¿Un adorador de una estatua de piedra? Y ni siquiera una estatua hermosa, me atrevería a decir, aunque esto ahora es irrelevante.

»La gente se burlará de nosotros. Dirán que somos unos ignorantes paganos, unos supersticiosos. Y estaremos pecando horriblemente, puesto que le daremos a la gente una visión completamente equivocada de la Iglesia.

Les diremos que se trata simplemente de un símbolo dijo hoscamente Chopilotl. La voz de Hermann se elevó.

¡Te digo que no nos comprenderán! Además, eso sería una mentira. Resulta obvio que esta cosa es mucho más que un símbolo para ti.

¿Te desprenderías tú de tu hueso en espiral?

Eso es diferente. Es un signo de mis creencias, un distintivo de la comunidad a la que pertenezco. Yo no le rindo adoración.

Ella hizo brillar sus blancos dientes en su sardónico rostro oscuro.

Arrójalo, y yo abandonaré a mi amada diosa. ¡Tonterías! dijo él. ¡Sabes que no puedo hacerlo! Te estás comportando irrazonablemente, maldita sea.

Tu rostro se está poniendo rojo dijo ella. ¿Dónde ha quedado toda tu comprensión?

Hermann inspiró profundamente y dijo:

Muy bien. Tráete contigo esa cosa, Se alejó.

¿No vas a ayudarme a cargarla? dijo ella. El se detuvo y se volvió.

¿Y ser copartícipe de una blasfemia?

Si aceptas el que la lleve con nosotros, entonces ya eres copartícipe.

Chopilotl no era estúpida... excepto en un aspecto, y este era emocional. Sonriendo ligeramente, Hermann reanudó su camino. Una vez hubo alcanzado la balsa, les contó a los demás todo el asunto.

¿Y por qué lo permites, hermano? dijo Fleiskaz. Era un enorme pelirrojo cuyo idioma nativo era el germánico primitivo. Esta era una de las lenguas de la Europa central en el siglo II antes de Cristo. De ella se habían derivado el noruego, el sueco, el danés, el islandés, el alemán, el holandés y el inglés del sigo xx. Su sobrenombre había sido Wulfáz, lo cual significaba Lobo, puesto que era un guerrero que inspiraba temor.

Pero en el Mundo del Río, cuando se había convertido a la Iglesia, se había rebautizado a sí mismo Fleiskaz. Este nombre, en su lengua natal, significaba «trozo de carne arrancada». Nadie sabía por qué lo había adoptado, pero era probable que fuera porque se consideraba a sí mismo como un trozo de buena carne viviendo en un mal cuerpo. Ese trozo, arrancado del antiguo cuerpo, tenía la potencialidad de crecer hasta convertirse en un nuevo cuerpo completo, hablando espiritualmente, un cuerpo esencialmente bueno.

Simplemente dejadme a mí le dijo Hermann a Fleiskaz. Todo este asunto quedará arreglado antes de que hayamos puesto cincuenta metros entre nosotros y la orilla.

Se sentaron, fumando y charlando, observando como Chopilotl acarreaba la caja con su pesada carga. Cuando hubo cruzado la enorme llanura, su rostro estaba enrojecido por el esfuerzo, y sudaba y jadeaba. Maldijo a Hermann, diciéndole al final que iba a dormir solo durante mucho tiempo.

Esta mujer no va a dar buen ejemplo, hermano dijo Fleiskaz.

Sé paciente, hermano respondió Hermann suavemente.

La balsa estaba varada en la orilla, asegurada con un ancla para impedir que derivara, una pequeña piedra atada al extremo de una cuerda de piel de pez. Chopilotl pidió a los que estaban en la balsa que la ayudaran a cargar la caja en ella. Todos sonrieron, pero ninguno se movió. Maldiciendo para si misma, ella subió a la balsa. Hermann sorprendió a todo el mundo ayudándola a meter la caja y arrastrarla hasta el centro de la balsa.

Luego retiraron el ancla y empujaron la balsa fuera de la orilla, diciendo adiós con la mano a la multitud reunida allí para desearles buen viaje. Alzaron el único mástil en la parte delantera. Izaron la vela cuadrada, y maniobraron las vergas para conducir la balsa hasta el centro del Río. Allá la corriente y el viento le dieron impulso, y fijaron la vela para aprovechar al máximo la brisa. El hermano Fleiskaz estaba al timón.

Chopilotl se retiró a la tienda levantada cerca del mástil para rumiar su malhumor. Hermann arrastró suavemente el ídolo hasta el extremo de estribor de la balsa. Los

demás lo miraron interrogativamente. Sonriendo, se llevó sus dedos a los labios. Chopilotl no se daba cuenta de lo que estaba pasando, pero cuando el ídolo estuvo en el borde, su peso hizo inclinarse ligeramente a la balsa. Notando la oscilación, alzó la vista para mirar desde la tienda. Y lanzó un grito.

Por aquel entonces Hermann había puesto la estatua de pie.

¡Hago esto por tu bien y por el bien de la Iglesia! le gritó.

Empujó la monstruosa cabeza mientras Chopilotl, chillando, corría hacia él. El ídolo basculó hacia el agua en el borde mismo de la balsa y se hundió bajo su superficie.

Más tarde, sus compañeros le dijeron a Hermann que ella le había golpeado en la sien con el lado de su cilindro.

Recuperó lo suficientemente el sentido como para verla, flotando gracias a su cilindro, nadar hacia la orilla. Bessa, la mujer de Fleiskaz, estaba nadando tras el cilindro de Hermann, que Chopilotl había arrojado por la borda.

La violencia engendra violencia dijo Bessa cuando le tendió de vuelta su cilindro.

Gracias por recuperarlo dijo Hermann. Se sentó de nuevo para aliviar su dolorida cabeza y su dolida conciencia. Resultaba obvio lo que implicaba la observación de la mujer. Arrojando el ídolo fuera de la balsa, él había cometido violencia. No tenía derecho a privar a Chopilotl de él. Y aunque hubiera tenido derecho, no hubiera debido ejercerlo.

Ella tenía que haber comprendido su error y luego el ejemplo tenía que haber fermentado en su interior hasta hervir en su espíritu. Todo lo que había conseguido era encolerizarla de tal modo que se había vuelto violenta. Y ella probablemente encontraría a alguien que le tallara otro ídolo para seguir adorándolo.

Evidentemente, no había empezado bien su apostolado.

Eso le condujo a otros pensamientos acerca de ella. ¿Por qué se había unido a ella? Era hermosa; exudaba sexualidad. Pero era una india, y siempre había sentido una cierta repugnancia a copular con una mujer de color. ¿La había hecho su mujer porque deseaba probarse a sí mismo que no sentía prejuicios hacia las otras razas? ¿Era esa baja motivación la que lo había impulsado?

Si ella hubiera sido una negra, una africana de pelo ensortijado y gruesos labios,

¿hubiera tomado en consideración el acoplamiento? Para ser sinceros, no. Y ahora que lo recordaba, lo que había buscado al principio era una mujer judía. Pero solamente había dos en la zona a las que conociera, y ambas estaban ya emparejadas. Además, habían vivido en tiempos de Acab y Augusto y eran de piel tan oscura que parecían árabes yemenitas, regordetas, de enormes narices, supersticiosas, y propensas a la violencia.

Además, no eran de la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Aunque, si uno lo pensaba fríamente, Chopilotl era también supersticiosa y propensa a la violencia.

De todos modos, el hecho de pertenecer a la Iglesia indicaba que poseía una potencialidad de mejora espiritual.

Encaminó su mente hacia atrás, hacia algo que deseaba evitar.

Había buscado una mujer judía y había tomado una mujer india a fin de salvar su conciencia. A fin de demostrarse a sí mismo que había progresado espiritualmente.

¿Había progresado? Bien, no la había amado, pero se había sentido encariñado hacia ella. Una vez superado el desagrado inicial del contacto físico, no había experimentado nada excepto pasión durante todas las veces que habían hecho el amor.

Sin embargo, durante sus poco frecuentes pero violentas discusiones, había sentido deseos de lanzarle insultos raciales.

Un auténtico progreso, un auténtico amor, hubiera llegado cuando no hubiera tenido que dominarse para refrenar tales invectivas. No hubiera sufrido inhibiciones acerca de tales asuntos, simplemente porque no hubiera pensado en ellos.

Tienes un largo camino que recorrer, Hermann, se dijo a sí mismo.

Y si así estaban las cosas, ¿por qué el obispo lo había aceptado como misionero? Seguro que Ch'agii tenía que haberse dado cuenta de que se sentía muy lejos de estar preparado.

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