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La rapsodia de Mut

Muy temprano por la mañana tras percibir los primeros y exiguos atisbos de luz por su ventana, Mutrick se levantó y rememoro fugazmente aquella intensa quimera taciturna que le había transportando años a su pasado cuando llevó a Zoey de viaje de graduación a ese parque cerca de Fresno. ¿Cómo se llamaba? Comenzaba con ye, de eso estaba seguro, más no disponía del tiempo suficiente para cavilar mucho más entre sus recuerdos. Por lo que al instante desecho la idea, como un triste sueño más.

En pie, se levantó y preparó el desayuno favorito de Zoey. De la misma forma, ese día tenía la entrevista con Fitz a la una de la tarde en una corporativa musical del centro, por lo que le fue trivial el trabajo extra. Sobre todo después de la espléndida y lasciva velada que ambos habían disfrutado hasta el máximo del clímax. Cuando hubo terminado de asear parte del departamento, dejó una nota junto a ella.

"Salí hacía la costa para informarle de mi posible renuncia al Sr. Redman. Prometo no tardar cariño. Cuando salga iré directo a la entrevista con Fitz. Te amo, Mut."

Al escribir su nombre al final Mut sintió una punzada en el brazo, vio cómo sus dedos se paralizaron desde la punta y experimentó una agria sensación de inexplicable ausencia. Se le cortó, por un instante, la respiración y acto seguido inhaló una gran bocada de aire para compensarla. No supo qué pensar, estaba asustado, pero sentía una desagradable sensación de abandonar ese lugar. Se lo decía: "Ve, no temas… Esta escrito". Empezó a sudar a pesar de que aún era bastante de mañana y la temperatura del alba no era para nada alta. Se estudió en el espejo, encontrándose violentamente ruborizado por cuan enervante episodio, y vio, no sin horrida impresión, como sus ennegrecidos ojos parecían salirse de sus cuencas, completamente desorbitados y saltones como platos. Este no soy yo…, se dijo. Pero oh, lo era. Por un momento culpo a la resaca, pero no era posible, había bebido muy poco, como muchas veces lo hacía con Zoey. Solo que esta noche, le había obsequiado un Mutrick mucho más maduro, entregado a sostener su delicada mano el resto de su existencia terrenal. Así debería ser, pensó y entonces, palabras fluyeron de su boca.

- Adiós cariño. - Contestó mediante un aire eterno a la absoluta nada mientras trataba de recuperarse a sí mismo. Para su impresión, el episodio de locura que acababa de experimentar había durado tan sólo 30 segundos. Ni tan solo un minuto, se dijo. No obstante para él se trataban se eones.

Cuando se recuperó en sí, se preguntó por qué había dicho eso. "Adiós Cariño". Y la frase le retumbó en la cabeza. Cuando se volteo a mirarla, ella seguía dormida igual que cada noche, con el pelo suelto y exhibiendo su bello semblante. Te amo, pensó. Y sin más, retomó su marcha a hacía la costa.

Al bajar del transporte público - pues pocas veces, por mero decoro, conducía el auto de Zoey sin comentarselo - Mut anhelo aquel dulce y tradicional aroma maresio que reinaba en la costa de San Francisco. Llevaba su guitarra consigo, por lo que se entorpeció al bajar del autobús. Miró al cielo y divisó unas pocas nubes grisáceas que se plantaban alrededor de la ciudad.

- El pronóstico informó que se acerca una tormenta. - Dijo una encorvada y longeva anciana de pelo corto, albo y rizado; quien ni siquiera lo miraba directo a los ojos, sostenía con ambas manos un macizo bastón de secuoya.

Mutrick no lo creyó así - al madurar se aprenden, pensó, entre otras cosas mucho más importantes, a desconfiar de los medios -, en fin, sencillamente eran muy pocas nubes, el resto del cielo estaba totalmente despejado. De este a oeste.

- Lo veo posible. - Respondió a la anciana para no parecerle grosero.

- ¿Es usted músico?

- Lo soy. - Declaró esperanzado, convencido de que pronto sería verdad.

- Pues que por ello un dios lo bendiga. - Habló cariñosamente hacía Mut, ni siquiera se dio cuenta de que tenía acento texano. Y entonces se perdió entre la multitud.

La escena fue totalmente trivial en la aturdida cabeza de Mut.

Al llegar a la pequeña choza de salvavidas, Redman estaba ahí sentado, fumando mientras jugaba solitario el medio de un desorden que él, no sin aire orgulloso, llamaba "La Guarida Marcial". La atmósfera dentro del lugar era incomparable con nada más que una mina dinamitada y de la que los pocos mineros supervivientes han salido exangües.

- ¡Iza las velas pequeño cabo! - Espeto con una singular y acabada voz de marinero mientras le tomaba de hombros en su clásica y muy propia forma bienvenir, luego volvió a sentarse.

- Hoy no he venido a eso Red. - Red ya no era el mismo que en los últimos años, se dijo al tiempo que tomaba asiento frente a él; el caso había sido su prematuro e inesperado envejecimiento a una velocidad alarmante, su pelo ahora era casi todo gris, y sus manos y cara estaban pobladas de arrugas.

Ningún hombre justo es merecedor de acabar así - Reflexionó -, culpándose durante el resto de sus días acerca de la terrible y desastrosa pérdida de su familia, cuando en realidad poco podía haber hecho. En concreto, su esposa y sus dos hijas habían sido brutalmente asesinadas varios años atrás a merced de un demente psicótico, seguramente aburrido y sin nada más que hacer por la vida. Las secuestró y, al cabo de una semana en la que la policía no fue de mucha más ayuda que su propia desesperación, fueron encontradas muertas tras la parte baja del Golden Gate - cerca de la playa que la destrozada familia frecuentaba cada fin de semana -, sus cuerpos inertes habían sido prácticamente descuartizados por completo. La justicia jamás logró capturarlo y su caso incompleto acabo desdeñado junto con muchos otros infortunios. ¡Cæcus autem iustitia!

Prosiguió. - Bueno, de todas formas ven y sacame de esta pesadilla de juego. - Farfulló mientras desordenaba las cartas. - Juguemos algo más, ¡venga! ¿O viniste hasta acá para cantarme? Es muy amable de tu parte, pero no me casare contigo, aunque seas hombre.

Esto mermó de inmediato una buena carcajada a Mut, quien sin contenerla recordó el día en el que Red le dijo que se haría homosexual si eso le libraba de los pensamientos femeninos el resto de su vida. No era un mal trato de todas formas, por lo que Mut se planteó si Red hablaba en serio. Cosa probable.

- No he venido a proponerte matrimonio. - Dijo Mut con una buena sonrisa que resaltó sus ojos. - Ese derecho se lo tengo reservado a una bella dama en una semana.

- Oh, así que has tenido el carajo suficiente como para hacerlo eh..., ¡Te felicito muchacho! - Bramó sin el menor desdén y jubiloso por el chico. - Espero que no me olvides, aunque si lo haces, siempre estaré aquí Mut, aquí jugando solitario, si es que lo recuerdas claro.

- Es muy amable de tu parte Red, y claro que jamás te olvidaré, pero tendré que decir adiós a este trabajo. - Declaro de forma muy afable a su acompañante.

- ¿Como? Amigo, no, por favor. - Dijo desesperado Red. - Se que el matrimonio conlleva muchas responsabilidades, yo mismo las he experimentado mejor que nadie y eso lo sabes muy bien, pero nunca dejé de trabajar. Dime ¿donde encontrarás otro oficio que te pague por mirar la playa y canturrear con tu guitarra todo el día, eh?

- Red, no lo entiendes... ¡Voy a lograr mi sueño! - Contestó emocionado Mut. - Voy a ser cantante, realmente lo conseguiré.

- ¿Tu Mut? ¿El serio? - Preguntó dubitativo, a pesar de ya haber oído el impresionante talento de Mut, siempre creyó que lo llevaría como un hobby y no como un oficio formal.

- ¡Sí!, y no solo eso Red, ¡Serán ambas cosas a la vez, en una semana!

A Red le desconcertaba el irracional grado de excitación por el cual estaba atravesando aquel ser delante de él. Por un momento, Red se perdió en los profundos ojos de Mut. Y se dijo a sí mismo que habían cambiado de color, eran de un tono más… iridiscente.

- ¿Te refieres a tu propuesta y a una presentación allí? - Inquirió, mientras continuaba perdido ante sus ojos. - ¿Cómo ha podido ser? Dime Mut ¿Que ha pasado? - Preguntó extrañado.- ¿Por que pareces haber cambiado de la noche a la mañana?

- Acomódate te lo contaré, tengo tiempo. Y también te ganare el uno o dos juegos de cartas.

- Ya lo veremos, pequeño cabo.

Y las cartas fueron barajadas. Las nubes parecieron imitar su comportamiento.

Y encadenados todos se ven.

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