Alice
Dicen que si un abrazo dura más de seis segundos, sucede algo mágico. No recuerdo cuánto tiempo duró ese, pero pude sentir cómo se me quebraba la respiración y cómo tanto mi cuerpo como mi corazón se paralizaban.
Una inmensa calidez se apoderó de mí y las lágrimas que habían estado saliendo a borbotones, también se apaciguaron.
Y entonces sentí la extraña sensación de que mi alma parecía sonreír por primera vez en mucho tiempo. Me pareció que estaba... feliz. Feliz entre los brazos de Skay.
- ¿Por qué? – pregunté una vez nos hubimos separado, casi como si nos doliera tener que hacerlo.
Skay se quedó mirándome unos instantes, pensando una respuesta coherente. Sus mejillas estaban algo sonrojadas y una sonrisa tímida se asomó por la comisura de su boca.
- ¿Y por qué no? – preguntó para mi sorpresa.
Me sentía completamente confundida. No le gustaba a Skay. ¿Cómo iba a gustarle cuando él lo único que había querido siempre había sido reinar? Se había esforzado muchísimo para hacerlo bien y entonces aparecía yo de la nada, siendo una novata. Y si tan sólo fuera eso... pero no, yo era la viva imagen de lo que más odiaba en el mundo.
- Yo no te gusto. – afirmé con seguridad, dando un paso firme hacia atrás y tocando su orgullo.
Skay pareció descolocarse de repente ante lo que acababa de decir en voz alta y frunció el ceño haciendo una mueca. A continuación, su tímida e inocente sonrisa se desvaneció, dejando lugar al Skay con el que estaba más familiarizada.
- ¡Por supuesto que no! – gritó asustado por lo que eso pudiera significar y negando con la cabeza a un lado y a otro, como si intentara convencerse más a si mismo que a mí.
Pero por algún extraño motivo, no podía acabar de creer sus palabras, ya que no cuadraban con lo que acababa de pasar entre nosotros.
- Estoy aquí para ayudarte a descubrir quién eres. – aclaró en un hilo de voz el muchacho, algo avergonzado pero ya más serio.
En ese momento, me recorrió una cálida embriaguez por el cuerpo y sonreí inevitablemente al escuchar su convicción. Creo que nunca nada me había hecho más feliz que tener por fin a alguien a mi lado, aunque no fuera la persona que yo hubiera creído en un primer momento.
Los ojos anaranjados de Skay destellaron con un brillo especial al verme sonreír y a continuación bajó la mirada, mientras se tocaba el cabello con cierto nerviosismo.
- He pensado que deberíamos empezar por cruzar la barrera que separa el reino de los cálidos de los fríos. – continuó hablando el chico tras unos segundos de silencio incómodo y se quedó de nuevo callado, esperando una respuesta por mi parte.
Yo en cambio, me quedé pensando en lo que eso podría suponer y con la mirada fija en unos árboles que mecían sus ramas al son del viento. Inesperadamente, un escalofrío me recorrió el cuerpo y me estremecí. Fue un sensación extraña, quizá una advertencia... pero que ignoré por completo.
- Está bien. – asentí finalmente.
- Es extraño que no me preguntes los motivos por los cuales quiero llevarte fuera de tu zona confort... ¿Significa eso que quizás empiezas a confiar en mí? – preguntó Skay con inseguridad en su tono de voz.
Su pregunta logró dejarme desarmada, ya que no me lo había planteado de esa manera. Era cierto que al principio le había hecho muchas preguntas y que no era común en mí no desconfiar de Skay, al fin y al cabo, mi muerte le beneficiaría en muchos sentidos.
- ¿Es peligroso salir ahí fuera? – pregunté en un hilo de voz.
- Has disparado con un arco como si fuera una parte más de ti. No te voy a mentir, para salir fuera de la barrera e ir al espacio intermedio entre cálidos y fríos, hay que estar muy bien preparado para sobrevivir, pero es la única manera de descubrir qué más eres capaz de hacer sin miedo de dañar a nadie. Sólo así descubrirás de lo que eres capaz.
Respiré profundamente y mi piel se puso de gallina al sentir otro escalofrío. Otra advertencia.
Por algún extraño motivo tenía miedo y sentí que algo importante estaba a punto de ocurrir.
Iba a descargar toda la energía que había estado conteniendo.
Quizá así podría por fin sentirme viva.