In Chicago City

Había logrado distanciarme bien de ese lugar. Me había metido al país más podrido de forma ilegal.

Entré metida en una caja desde el barco, en el cual entre como polizón. No fue nada fácil.

Pero había valido la pena.

Después de haber llegado al país, me dirigí hacia uno de los lugares de seguridad y saque todas mis pertenencias, las más importantes y luego prendí fuego al lugar para borrar mi esencia.

Tomé el tren y no me importaba mucho que digamos tener en mente el lugar en donde iba a quedarme por una temporada.

Ya había pasado una semana, y sabía que tarde temprano iban a dar conmigo en Chicago. Tenía que ganarles la mano para evitar volver a caer en sus manos.

Así que puse una plancha caliente y tragué mi orgullo de mantener una cara bonita. Me puse la plancha hirviendo en la cara y mil gotas de lluvia fueron inundando la mejilla sana. No grité.

Esperé a que estuviera un aspecto que debería asustar hasta el más cojonudo, y luego busque a través de la web un buen cirujano plástico que pudiera modificarme la cara completamente.

La herida servía como un buen incentivo para que lo hiciera y no pusiera objeción alguna.

Pero me di cuenta de que, antes de llamar para pedir una cita y concretar el turno, ellos podían rastrearme por el movimiento económico. Así que decidí a último minuto, no cambiar mi cara. Lo único que cambie fue mi pelo, que era de un color rubio; pasé al negro intenso.

Fue así que empecé a tener una vida un poco tranquila y a vivir como una mujer cualquiera.