—¿Ca-castigo?
Aunque Marlene sabía que Rhode no le haría daño, se puso muy nerviosa cuando se lo dijo. Su tierno y delicado cuerpo temblaba bajo la fría brisa nocturna mientras miraba al hombre que tenía ante ella con los ojos bien abiertos. En lo más profundo de su corazón había una mezcla de miedo y expectativa indescriptible.
—Así es, tu castigo—dijo Rhode poniendo un dedo sobre los labios de la joven—. Tendré que castigarte por decir mentiras, Marlene. ¿No te lo enseñaron cuando eras pequeña? Los niños obedientes no dicen mentiras, y los niños traviesos que lo hacen son castigados, ¿no es así?
—Sí, me lo enseñaron, pero… pero…—respondió Marlene tartamudeando.
—¿Pero qué? ¿No me acabas de mentir? ¿No deberías ser castigada? ¿O intentas decirme que puedes mentir todo lo que quieras porque ya eres mayor?
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