Fue una escena inolvidable.
Después de la explosión, un humo espeso flotaba sobre la Ciudad Dorada. Las abrasadoras llamas devastaban los edificios mientras los civiles gritaban y lloraban, arrastrando a sus seres queridos para escapar de esta tierra que alguna vez fue ajetreada. Detrás de ellos había decenas de miles de legiones no muertas y, en el cielo, un Dragón Oscuro circunvolaba entre las nubes, contaminando el mundo con su aura oscura. Era como si una gota de tinta cayera en un cristalino lago azul, produciendo una serie de olas que se extendían por todo el lago, contaminándolo con una oscuridad negra. Incluso los rayos del sol eran divididos y opacados por una gruesa cortina de miasma.
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