—Su apellido es Zhao y es rica, eso es todo lo que puedo decir.
El hombre se mordió los labios.
—Ya veo, es ella.
—¿Y el antídoto? —dijo el hombre, extendiendo su mano.
Vio como Huo Mian tomó una pequeña botella y se la dio de beber a su jefe.
—Ahora estará bien. Debes llevarlo a un sauna. Estará bien luego de un baño caliente.
—¿Por qué debería creerte? —dijo el hombre, furioso.
—Porque no tienes otra opción, si me crees o no. Buena suerte.
Al terminar de hablar, Huo Mian empujó al jefe fuera del auto. El subordinado lo siguió para sostenerlo.
Huo Mian se colocó en el asiento del conductor y se alejó, dejando al par morder el polvo.
Huo Mian tomó una ducha caliente tan pronto regresó a casa. Para ser honesta, seguía recuperándose del shock. Sin embargo, en una situación así, no podía deshacerse del pánico interior. Los mafiosos eran como cazadores, podían oler el miedo a kilómetros. Cuando lo hacían, era el fin.
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