Después de caminar a través de un pasillo oscuro y de bajar en una jaula suspendida a una cueva gigante ubicada bajo tierra, Mayne volvió al Templo Secreto Pivotal.
Su Santidad O'Brien ya estaba esperando en la puerta.
Mayne pensó que Su Santidad parecía mayor que la última vez que lo había visto. Tenía los ojos hundidos y las arrugas ahora cubrían toda su cara, pareciendo una tela de araña. Su sonrisa, sin embargo, seguía siendo tan amable como antes. Mayne no pudo evitar arrodillarse frente al Papa. Su nariz se contrajo cuando comenzó a llorar.
—Su santidad, nosotros...
—Levántate, hijo mío —dijo el Papa sonando tranquilo y gentil—. He oído que estás en problemas. Vamos a hablar de ello en la sala.
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