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Capítulo 13: La academia

Me desperté demasiado temprano. El cielo estaba gris y la neblina se arrastraba por el terreno. No sé si era porque aún estaba oscuro o porque no acababa de despertar, pero lo veía todo borroso a unos metros de mí. Refregué mis ojos, mi respiración estaba incomoda, un dolor muscular me punzaba los brazos. Me levanté sin prisa, casi inconsciente subí al segundo piso y me di una ducha. Al salir me dirigí a la terraza que se encontraba mirando al frente de la casa, desvié mi mirada al gimnasio personal que construyó mi abuelo en una de las esquinas del terreno. Poco después de vestirme con una polera larga y un pantalón cargo negro, me adentré en este. Como la ducha me despertó comencé con algo simple como saltar la cuerda. Luego fui al saco de boxeo, lo golpeé varias veces, comprendí que mi fuerza no era nada buena, traté de golpear girando y aumentando la velocidad de mi puño, pero lo único que conseguí fue un gran dolor en la muñeca, preferí no continuar.

Bajé al garaje subterráneo y tomé el Wrangler, no partió. Estaba sin gasolina, lo usé todo este tiempo y olvidé recargarlo. Más que por capricho que por utilidad tomé la moto deportiva que mi abuelo usó una única vez, esto fue cuando me enseñó a conducirla. Una Yamaha Y2F—R6, una de las mejores motos que salió entre 2017 y 2021. Según mi abuelo esta la compró por su comodidad comparadas a otras deportivas similares, nunca conduje otras aparte de esa y la Harley Davidson que se encontraba al lado. Una vez puesto el casco la saqué y me aseguré de cerrar la cochera antes de irme, al salir del terreno dejé como seguridad un candado que saqué de la bodega del garaje. Me fui directo al centro de la ciudad. Llegué a las 9:00 A.M a un gimnasio, famoso por sus buenos recursos y entrenadores. En la recepción varías personas anotaban su nombre, otros ya entrenaban en las maquinas. Esperé mi lugar y le hablé al señor detrás del mostrador.

—Hola, buenos días.

—Buenos días joven —respondió el recepcionista.

—Vengo a consultar sobre las academias de artes marciales.

—Tengo un catálogo especial, pero mejor será explicártelo según lo que necesites, dime ¿qué buscas?

—Busco algo para defensa personal.

—Dime chico, con sinceridad que no juzgamos, es para defenderte o para aprender a atacar.

No tenía necesidad de mentir.

—Para los dos.

—Me gusta, en ese caso, está el Box, jiu-jitsu, Taekwondo, el Judo, el Karate, tenemos capoeira, pero no te lo recomiendo mucho si quieres usar tus puños, antes teníamos muay thai, pero el entrenador se fue a otro gimnasio particular.

—¿De qué trata el jiu-jitsu?

—Se basa en inmovilizar al oponente principalmente en un combate en el suelo, usando luxaciones, estrangulación y derribos.

—En ese caso me gustaría entrar a box.

—Pues si es así debes darte prisa en la inscripción, ya que empieza en cinco minutos, ¿O prefieres empezar la próxima sesión?

—No, hoy está bien.

—Son los días martes, miércoles, jueves y semana por medio hay competencias con otras academias los sábados. La hora de inicio es a las 9:15 A.M y termina a las 10:55 A.M Nosotros te prestaremos todos los implementos necesarios así que no te preocupes.

Me pasó un papel con los detalles e información detallada.

—Escribe tu nombre, apellido, edad, fecha de nacimiento, sexo y firma.

Hice tal como dijo, mientras rellenaba continúe las consultas

—¿Puedo unirme a más de una? —consulté.

—¿A más de una academia?

—Sí.

—De poder se puede, pero no creo que sea lo mejor. Puedes confundir las enseñanzas si eres principiante y el desgaste físico luego de una clase es alto, no puedo imaginarme el de dos.

—Entiendo, pero no importa. Si hay alguna academia que tenga hora en la tarde me gustaría unirme.

—Está la de taekwondo y judo que son de 7:00 P.M a 8:30 P.M. Los días lunes, miércoles y jueves.

—Me gustaría unirme a la de Taekwondo.

Se quedó mirando al aire un rato, dudando de si realmente podía mantenerme en dos al mismo tiempo. Aunque entiendo su preocupación, mientras pague correctamente todo y que mi decisión sea definitiva, no debería haber inconveniente para él.

—Está bien, tienes que completar el formulario igual que el anterior. Serían $30.000 mensual por clases. Un total de $60.000 cada cuatro semanas, esta semana es gratis, normalmente para que la gente pruebe si es lo que más le acomoda.

—Okey. Entonces ¿Dónde es el entrenamiento?

—Espérame un momento —se giró hacia una sala con una entrada sin puerta, en la que desde su perspectiva podía ver adentro y gritó—. ¡Vannia!

No hubo respuesta. Poco después del grito apareció una chica de pelo corto, le llegaba hasta el final del cuello en la zona de atrás, acortándose a medida que subía por los lados, tenía una cara poco amigable, su cuerpo brillaba por el sudor. Cerraba una botella con agua mientras se acercaba, a la vez que secaba la transpiración de su frente con el antebrazo. Concentrada en el emisor del llamado.

—¿Qué?

Una voz completamente diferente a lo que imaginaba respecto con su imagen salió de ella, no era aguda ni chillona, era mucho suave y tierna, contrario a lo que figuré.

—Hija, lleva a este chico al salón de boxeo.

—Okey.

Una mirada de reojo fue suficiente para entender que le quitaba su tiempo. Su actitud arrogante no me gustaba del todo.

—Síguela, chico. Ella te indicará cómo llegar.

A pesar de que ser un edificio antiguo, se notaba moderno en su interior. Pasado la recepción que separaba dos caminos, estaba el salón principal, lleno de máquinas y gente utilizándolas mientras escuchan su música personalizada con audífonos de distintos tipos. Unos grandes espejos tapaban las paredes paralelas, poco después de pasar las maquinas se abrían dos entradas a lo que parecía ser los camarines y baños. Al avanzar la sensación era un poco diferente, se sentía un aire energético y motivador. Las personas imitaban sobre trampolines, los movimientos de un entrenador al ritmo de la música; todos se movían al unísono. En los lados de esta sala y al final aparecían varias entradas a otras salas. Seguí a la chica que fue a la primera entrada que se encontraba a la izquierda, pasamos un pequeño pasillo de un metro y medio. Al entrar me encontré gente trotando alrededor de toda la sala, en medio, el que parecía ser el profesor estaba colgando los sacos de boxeo con un ayudante. El maestro mostraba unas pocas canas en su pelo al agacharse, pero no podía negar que su postura y físico se notaban bien trabajados, el chico que le ayudaba se notaba demasiado joven, diría que apenas un poco mayor, pero no estoy seguro. Todos los demás tenían entre veinte y cuarenta, aunque noté algunos adultos ya mayores. Podía deducir que se acercaban a los sesenta por sus barbas canosas y cabellera frágil.

Fuimos al centro, donde se encontraba el entrenador y el otro chico. Al pasar por el medio todo voltearon a ver al nuevo, me percibí nervioso. Al darme cuenta de que sus miradas no iban a mí por completo, me tranquilicé un poco. La mayoría me notó de un simple pasada, sus vistas apuntaban a la figura delante mío, la que parece ser la hija del recepcionista. No podía negar que tenía una gran figura y sus rasgos eran agradable de contemplar, pero es demasiado exagerado para retener tanto tiempo la vista en alguien.

—Entrenador Mashroll le traigo un nuevo estudiante.

—Señorita Vania. Buen día, que agradable que nos visite —se inclinó mostrando respeto, tal como alguien se inclina cuando ve a una persona con mayor jerarquía, puede que lo haya hecho por pura cortesía o por su padre, aun así, me descolocó un poco— Y… El joven de acá, ¿cómo se llama?

Me miró de pies a cabeza, analizándome minuciosamente.

—Absalon.

—¿Solo Absalon?

—Salieri Vitale

—¿Cómo Lito Vitale?

—Sí.

—Bueno supongo ustedes no lo conocen, pero es un…

—Pianista argentino —le interrumpí.

—Así es. Se nota cultura en tus venas Vitale. Y dime, ¿qué edad tienes?

—Dieciséis.

Al decirlo, el profesor se sorprendió, el chico que lo ayudaba giró su cabeza para confirmar lo que dije e inclusive la chica llamada Vania, expandió los ojos. Supongo que era de esperar, pues ver a un chico de mi edad a esta hora en un lugar que no es el colegio era extremadamente extraño. Como se quedaron en silencio, algunos de los que trotaban se dieron cuenta. Voltearon buscando escuchar algo interesante.

—Que sorpresa, tiene la misma edad que la señorita Vania.

Esta vez fui yo el que abrió los ojos por completo. ¿Cómo que la misma edad? No lo aparentaba para nada, incluso es casi de mí mismo porte. Debía medir 1.72, cinco centímetros menos que yo. Su presencia demostraba la madurez de alguien mayor de edad.

—¿También tienes dieciséis?

No me respondió, le pregunté en exclusivo a ella y era imposible que no me hubiera escuchado. Decidió ignorarme. No pude evitar sentirme avergonzado ante tal desinterés. Al darse cuenta, el entrenador destruyó el silencio.

—¡Bien! ¡Todos! Vamos a empezar con trabajo físico. En sus puestos hagan cinco flexiones de brazos con cinco segundos de descanso hasta que yo diga que paren.

—Chico tú también, no porque seas nuevo te tendré piedad —me dijo esto con una sonrisa bien intencionada.

—Bien.

Me acomodé a un lado, bajé al suelo e hice lo que pidió.

—Vania, si quieres puedes quedarte un rato y practicas con nosotros.

—Estoy ocupada ahora mismo.

Sin decir más, se marchó.

—Apuesto que si Giovanni estuviera acá, le hubiera invitado al cine —dijeron a risotadas los chicos del fondo, el típico grupo de amigos revoltosos.

La mayor parte fue entrenamiento físico y al final hubo un pequeño apartado en donde los avanzados tenían una pelea suave en el ring. También me explicaron lo básico sobre cómo dar un puñetazo de manera correcta. Mi mente, sin embargo, estaba desconcentrada pensando en que hacía esa chica Vania con dieciséis años en un gimnasio. Es la misma situación mía, aunque si lo pienso, existen chicos que se van de la escuela con la autorización de sus padres, estudiando desde el hogar. Existe a posibilidad de que haya decidido trabajar en el gimnasio, ganando dinero desde antes para no tener que buscar una carrera basada en estudios. Pensé en todas las situaciones probables e improbables, ninguna podía confirmarla.

Luego de ducharme y cambiarme en el camarín intenté irme lo antes posible. En la salida miré el interior de la sala de la que salió la hija del recepcionista. No había indicios de ella.

—¡Chico!

Estaba por salir cuando el recepcionista me llamó.

—¿Qué sucede?

—¿De verdad tienes dieciséis?

—Sí.

Al parecer, no revisó hasta hace poco los datos que inserté en la hoja que me pasó para inscribirme.

—Ja hasta tu forma de hablar se parece un poco a la de Vania.

—…

—Bueno, eres menor de edad, ¿por qué no estás en el colegio?

—No creo que sea importante.

—¿El decírmelo o el colegio?

—Los dos.

—Está bien, no pretendo entrometerme, aun así, deberías reconsiderar entrar al colegio.

—Lo tendré en cuenta —traté de parecer amable.

—De todas maneras, si te dejaron salir del colegio, podrías estudiar con Vania. Le haría bien un compañero de estudios, últimamente los está dejando de lado.

Al escuchar últimas palabras creí comprender mejor su situación, pero fue al contrario, me entraron otras dudas.

—Estaría genial.

Dejando esas palabras y una sonrisa digna de un inocente joven me desvanecí.

Subí a la Yamaha en dirección a la casa de mis padres. Para llegar lo más pronto posible me vi obligado a pasar frente al colegio. El pensar a Linna fue imposible de repeler.

Continúe tratando de concentrarme en el camino. Pasando por la esquina donde comenzaba el bosque a pocas cuadras de la casa, vi unos chicos dentro de este, uno de ellos se encontraba rodeado en el piso, si bien pasé a una velocidad baja, no logré entender lo que sucedía. Un extraño presentimiento me hizo frenar, sabiendo que podía no ser nada me di la vuelta. Estacioné la moto a un lado y observé el interior del bosque. Ahí estaban, tal como interpreté, un grupo de dos chicas y tres chicos, se podía ver que estaban molestando a un chico. Me acerqué para observar mejor. La imagen se aclaró. Para mi sorpresa, me lo volvía a encontrar. El chico que vi en la plaza el día anterior, el mismo que discutía con la chica en el restaurant, estaba siendo apaleado en el bosque.

Consideré bien a los demás, todos parecían mayores. Antes de verme temeroso me encaminé por el sendero. Cuando me escucharon llegar, todos me miraron al mismo tiempo. En ese momento en que se giraron, pude ver que una de las chicas era con la que se encontraba discutiendo, la misma que me empujó. Pasé de largo sin mover la boca ni mirarlos. Por la periferia vi la expresión del chico, demostrando que también me reconoció.

Yo no sabía nada de él, pero sentía una extraña simpatía. Al ver que no me interesé en lo que sucedía, los tipos que se veían mayores esta vez lo patearon. El que parecía ser el centro de atención, lo tomó del pelo con una mano y lo atacó en el estómago con la otra. Un solo golpe, pero fue increíblemente poderoso, pude sentir como se torcía de dolor. Lo volvió a tomar del pelo. Fue cuando tomé acción, no podía continuar viendo esa situación tan patética. Corrí con gran velocidad hacia él antes de que me vieran. Cuando se giraron ya era demasiado tarde, mi patada entró directo en la cara al chico que se agachó para volver a golpearlo. Lo último que alcancé a escuchar fue un improperio lleno de intriga del sujeto al que le llegó.

La patada cayó justo en su boca, tirándolo a un lado. Los otros dos, apenas entendieron mi ataque, trataron de tomarme. Para esquivarlos utilicé lo mismo que vi en la academia, bajé mi cabeza en forma de onda, al mismo tiempo giré el pie, para encogerme, no funcionó. Estos se lanzaron contra mí, botándome al suelo, caí de espaldas, exhalé todo sin querer. Lancé una patada que cayó en la nariz del que fue a piso conmigo. En un intento de levantarme, el tercer contrincante se me acercó más de lo que acostumbraba a ver, me lanzó un golpe diagonal fácil de ver. Puse mi mano en guardia para recepcionarlo. El golpe que llegó fue el de mi propia mano contra mi boca, el puño chocó en mi guardia, creando que me auto-golpeara en la cara. Esto ejecutó un problema en mi temple. Poniendo toda mi fuerza en mis puños me lancé sin pensar en otra cosa que acertar un golpe. Los esquivó con facilidad y me cansé demasiado rápido. Mis golpes ya no tenían velocidad, probé lanzar una patada, este me la sujetó; me dejó sin equilibrio. Traté de alejarme sin utilidad. El primero que recibió mi patada ya estaba de pie y se me acercó enfurecido, palpando el labio lleno de sangre. Reforzó su pie firme en la tierra y el puño detrás de su cintura me alcanzó, si no hubiera movido levemente la cabeza cuando el que me sujetó, soltó un poco mi pie, no sé qué hubiera pasado. El ataque que recibí apena, me tocó un breve instante, aun así, sentí lo poderoso que era. El que me derribó se estaba acercando también. Me encontré perdido.

—¡Suéltalo! —mandó cabreado el rubio que tenía sujeto del pelo al chico—. ¡A este hijo de puta lo mataré yo mismo!

El chico obedeció, sin antes empujar mi pierna para que me cayera. En el piso observé todo el panorama. Estaba cansado, el chico que estaba rescatando estaba inmóvil mirando las hojas del suelo. Las chicas estaban un poco asustadas a la vez que enojadas. Hablaban entre ellas a susurros. Los tres chicos, de mayor porte y fuerza, me rodearon. No tenía oportunidad contra ellos. ¿Debería huir? No tenía tiempo para pensar, actué por instinto. Quería sobrevivir, no quería verme así de deplorable tirado en el suelo. Era lo suficientemente inteligente para saber que no tenía oportunidad de ganar en una pelea.

—¡Aquí! ¡Ayuda! —grité levantando mi mano izquierda al ver que alguien iba pasando.

Todos miraron hacia donde estaba esa persona. Tomé tierra entre las hojas del suelo con mi mano derecha y la arrojé mientras me levantaba. Todos se cubrieron los ojos, el más cercano no alcanzó, quedó cegado por completo. Corrí en dirección al chico más grande, era el único que impedía mi huida. Sujete su cabeza por la nuca, creyendo que le golpearía con la rodilla, llevó sus manos al estómago, de inmediato, con ambos pulgares, le prensé los ojos y lo empujé hacia el lado del tipo faltante, quien no dudó en sujetarlo a modo de auxilio. Tomé al chico que estaba rescatando y le hice correr conmigo a la salida del bosque. Todos se dieron cuenta muy tarde, no existía ninguna persona aparte de los involucrados. Salieron a perseguirme, yo me adelanté saltando la reja y encendí la moto. El chico que era un poco lento, apenas cruzó por la puerta de la reja, se sujetó de mi para subir a la moto ya en movimiento, justo antes de que nos atraparan. Aceleré al máximo, la moto rugió y en poco tiempo nos alejamos lo suficiente. Con inútiles intentos de alcanzarnos desaparecieron de nuestra vista al doblar en la siguiente avenida.

La adrenalina todavía estaba en mi cuerpo. En un suspiro llegué a la casa. El chico no me habló, pero podía ver que tenía una misteriosa sonrisa. 

—¿Estás bien? —le pregunté al ver que seguía en su mundo.

—Ja. Jaja. Jajaja.

Quedé un poco desconcertado, no paraba de reírse, parecía un poco forzada, pero se notaba que lo disfrutaba. Se secó los ojos que le lloraban por reírse demasiado y me miró para hablar.

—Gracias. Eso fue demasiado genial, me sentí el protagonista de alguna película.

—Te entiendo.