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El Guardián de la Tierra Sagrada

Alaric y su tripulación quedaron inmóviles al pie de las enormes escaleras. A lo lejos, en la cima de los peldaños, un hombre imponente los observaba en silencio, como si su sola presencia dominara todo el espacio. Era más alto de lo que cualquier miembro de la tripulación había visto antes, su figura majestuosa destacaba no solo por su estatura de 2,5 metros, sino por la autoridad que irradiaba.

—¿Quién demonios es ese? —susurró Harl, con una mezcla de asombro y miedo en su voz—. ¡Es un gigante!

—Debe ser alguien importante —murmuró Marius, intentando no apartar la mirada del hombre—. Mira su atuendo, es distinto a los demás.

El hombre, que parecía esperar pacientemente desde lo alto de las escaleras, estaba adornado con una falda de hojas que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba brazaletes en brazos y piernas, y su pechera brillante, decorada con plumas y oro, cubría sus hombros, dejando su pecho musculoso al descubierto. Una corona de oro con plumas brillantes rodeaba su cabeza, dándole una apariencia casi divina.

—Es… extraordinario —dijo Alaric en voz baja, incapaz de apartar la vista.

—¿Será el líder de este pueblo? —preguntó uno de los marineros, visiblemente nervioso.

—Sea quien sea, debemos tratarlo con respeto —dijo Alaric, ajustándose la espada que llevaba al costado.

El murmullo de la tripulación fue interrumpido de repente cuando el hombre en la cima de las escaleras habló, su voz grave y resonante bajando como un trueno desde las alturas.

—Bienvenidos, ser Atalcoa —dijo el hombre, con un acento marcado y palabras entrecortadas—. Yo ser Mytravael, líder de tierra esta sagrad. ¿Quiénes ser y qué trae a nuestros dominio?

La tripulación quedó atónita. El imponente Mytravael no solo hablaba, sino que lo hacía en su propio idioma, aunque con un acento extraño y algo "masticado", como si no lo hubiera usado mucho tiempo.

—Capitán… ¿habla nuestra lengua? —preguntó Marius, sin poder creerlo.

Alaric, aunque sorprendido, mantuvo la compostura. Dio un paso adelante, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto.

—Salud, gran Mytravael —respondió con voz firme—. Soy Sir Alaric Stormwind, capitán del navío Explorum Nova Tevra, y estos son mis compañeros. Venimos de un reino lejano llamado Oftalmolecusamp en busca de nuevos conocimientos y alianzas.

Los ojos de Mytravael recorrieron lentamente a los hombres de Alaric, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos. Su mirada era penetrante, pero no había hostilidad en ella, solo una cautelosa curiosidad. Dio un paso adelante, su imponente figura parecía volverse aún más grandiosa al acercarse a la cima de las escaleras.

—Ser Atalcoa... —repitió Mytravael, saboreando las palabras—. Reino lejano… océano profundo cruzado. Valiente sois. Pocos, muy pocos, sobreviven mares bravíos.

Alaric asintió, sintiendo el peso de aquellas palabras.

—Hemos enfrentado muchos peligros para llegar aquí —dijo Alaric, haciendo un gesto con la mano hacia su tripulación—. Perdimos muchos compañeros en el camino, pero estamos aquí para aprender de vuestro pueblo, si nos lo permitís.

Mytravael observó a Alaric con una expresión indescifrable. Tras unos segundos de silencio, el líder extendió sus brazos, como si diera su bienvenida al capitán y sus hombres.

—Ser Atalcoa, buscáis conocimiento. Vuestro viaje... no en vano. Esta tierra es antigua. Sabiduría vive en sus piedras, en su gente. Pero todo conocimiento tiene precio.

Alaric, con los ojos fijos en Mytravael, comprendió la importancia de aquellas palabras. Sabía que habían llegado a un lugar donde cada acción debía ser medida con cuidado. Este no era un pueblo primitivo; era una civilización con secretos y misterios que, si no eran tratados con respeto, podrían volverse en su contra.

—Estamos dispuestos a pagar ese precio —respondió Alaric con determinación—. Venimos en paz y con respeto por vuestra gente y vuestra tierra.

Mytravael asintió, satisfecho con la respuesta del capitán.

—Paz… importante. Pero también pruebas. Solo los dignos accederán a lo que buscáis. —Mytravael bajó un par de escalones, acercándose más al grupo—. Prepararéis cuerpo y mente. Pruebas vendrán, desafíos que demostrarán si sois dignos de caminar por senderos sagrados.

La tripulación intercambió miradas inquietas. El ambiente se volvió más tenso, pero Alaric mantuvo su firmeza.

—Aceptamos cualquier prueba que nos pongáis, gran Mytravael —declaró Alaric, con la misma determinación que lo había llevado a cruzar océanos—. Estamos aquí para aprender y para demostrar nuestro valor.

Un leve gesto de aprobación cruzó el rostro de Mytravael. Luego, con un movimiento de su mano, hizo una señal a los guerreros que habían acompañado a Alaric y su tripulación hasta el templo.

—Vosotros seguir a guerreros. Descansaréis. Mañana… comienza la primera prueba.

Con esa última declaración, Mytravael giró sobre sus talones y comenzó a ascender de nuevo hacia el templo, dejando a la tripulación en la base de las escaleras. Los guerreros indígenas hicieron un gesto a Alaric y sus hombres para que los siguieran.

—Capitán, ¿qué crees que nos espera? —preguntó Harl en voz baja mientras comenzaban a moverse.

—No lo sé —respondió Alaric—, pero sea lo que sea, debemos estar listos. Algo me dice que lo que acabamos de presenciar es solo el principio.

Marius, caminando a su lado, miraba hacia las escaleras con una mezcla de emoción y temor.

—Este lugar está lleno de misterios —dijo, en voz baja—. Tal vez lo que encontremos aquí cambie todo lo que sabemos sobre el mundo.

—Tal vez —respondió Alaric, su mirada fija en el imponente templo que aún se erguía ante ellos—. Pero una cosa es segura: si no demostramos ser dignos, puede que no salgamos vivos de aquí.

La tripulación avanzó detrás de los guerreros, sus mentes llenas de preguntas y sus corazones latiendo con anticipación. Sabían que los desafíos que les esperaban pondrían a prueba no solo su resistencia, sino también su alma.