La soledad es algo que la falsa Milennia no puede soportar. Echa de menos esos momentos en los que su niño lloraba a sus pies, o se aferraba a sus piernas ansioso por ser cargado. También extraña las veces en las que tenía que corretear detrás del pequeño para evitar que se lastimara o se cayera.
Hace mucho que no escucha los regaños de su madre por quemar la comida, mientras pierde el tiempo distraída escribiendo en su ordenador. Incluso añora a los veinticinco niños y niñas que llenaban su semana con dibujos horribles.
¡Eran tan feos! Palitos deformes, algunos con sonrisas perturbadoras y otros con pelos de colores.
Durante sus tres años como maestra, los coleccionó uno por uno. Ahora tiene varias cajas llenas de ellos, protegiendo esas posibles obras de arte. ¿Quién sabe si alguno de ellos podría convertirse en un futuro Picasso? ¡Clink caja! Siempre es mejor ser visionaria, por si acaso.
Darius se ha ido hace unas pocas horas; debe ser cerca del mediodía. Milennia mira la habitación vacía una vez más, y un fuerte dolor abdominal la ataca, deformando su rostro. «¡Ni se te ocurra enfermarte! ¡No más retrasos!», el sudor frío humedece su frente, su aspecto es lamentable.
Para su suerte o infortunio, llaman a la puerta. Emite un grito ahogado:
—Ahora, no.
El sonido insistente de los golpes la fastidian, sus ojos se ponen rojos, «¡pero qué hijos de...!». En ese momento quiere matar a la persona que está tras la puerta.
—¡DIJE QUE AHORA NO!
El dolor se intensifica, sin embargo, el otro sigue llamando de forma insistente, sin hacer caso a lo que ella dijo. Con una sonrisa siniestra, Milennia canaliza energía en la mano. No es su intención ser cruel, solo quiere hacerle entender a esa persona que no es no.
—Adelante —dice con voz suave.
Antes de ver si es hombre o mujer, demonio o animal, lanza una descarga.
¡Pop!
La pequeña esfera se desinfla. Este hombre detiene el patético ataque con el pectoral. La mujer se mantiene en silencio y abre los ojos con sorpresa.
El joven la mira con curiosidad. Cualquier humano común habría experimentado al menos una leve convulsión, pero este individuo no es ordinario. ¿Cómo no reconocer semejante magnificencia? ¡Es la personificación de un dios griego!
La nariz respingada y el rabillo del ojo que cae hacia abajo. La mirada profunda que denota superioridad, con esos ojos que reflejan un tenue matiz púrpura. El cabello largo y rubio, que a veces recoge en una coleta y otras veces en un desenfadado rodete, dejando que largos mechones caigan de manera irregular sobre ese rostro varonil.
Ni en un millón de años dejaría de reconocerlo: es Philip, ¡el apuesto y joven Philip!
Recorre con la mirada, sin vergüenza, afirmando con orgullo que esta es su creación. Este personaje siempre porta a las gemelas, Orí y Gía, letales y lujuriosas por sus hazañas con varios hombres. Son hermosas espadas con hojas de doble filo, con una longitud de noventa centímetros. El pomo de cada una lleva el tallado de un león negro mostrando los colmillos. Además, poseen una bendición especial: cada alma que toman se disuelve.
¡Sí! ¡Eran unas hermosas armas letales!
Lamentablemente, el joven parece desilusionado al verla. Levanta una ceja y la escudriña con la mirada. Lo único que ve es una mujer delgada, con ojeras y una expresión de dolor. ¿Dónde está la hermosa dama que esperaba encontrar? Con toda cortesía, procede a presentarse:
—Santa del Templo del Norte, en forma provisoria seré su escolta. —Inclinando el cuerpo, pone la mano derecha sobre el pecho a modo de respeto—. Soy Philip Andrews, caballero y escolta personal del Emperador. Pido disculpas si la he incomodado.
La mujer famélica trata de ocultar sus pensamientos lascivos y mantiene cierta compostura.
—No te preocupes, solo perdí los estribos por un momento.
Philip confirma los rumores que circulan por el Palacio. Esta mujer no solo es violenta, sino que también es bipolar.
—Bueno, yo me...
Antes de que pudiera terminar, Milennia lo interrumpe. Ella tiene un interés especial en este personaje, ya que fue el único al que le dedicó tiempo en cada párrafo en el que apareció.
—Philip, ¿verdad?
—Es correcto, santa del Templo…
—¡Espera!
El joven se detiene, sorprendido.
—Llámame por mi nombre, o dime señora, señorita, doña, como prefieras.
Observando que el apuesto joven la mira con extrañeza, ella trata de explicar:
—Es solo que es muy largo, ¿no te parece? ¿Para qué usar más palabras de las necesarias?, ¿entiendes?
Philip suelta un ligero "mmmm" dudoso.
Aunque todavía le duele el abdomen y siente ardor en la boca del estómago, ella se esfuerza por esbozar una sonrisa. Un tanto reticente, Philip comprende lo que le está pidiendo. Después de todo, el Emperador hace la misma solicitud todos los días.
—Lo intentaré.
—¡Genial! —exclama con alegría.
—¿Usted se siente bien?
«En realidad, siento que me estoy muriendo». Con la mejor actitud que su estado le permite, ella asiente.
—Entiendo. A partir de ahora, estaré aguardando fuera de la puerta en caso de que me necesite.
Ella no quiere que se marche, pero no puede retenerlo, así que solo agradece.
El joven hace una reverencia y se da la vuelta. Unos pasos antes de llegar a la puerta se detiene.
¡Oh! Parece que a los galanes de este libro les encanta ese gesto. Mirándola por encima del hombro, le pregunta:
—Usted, ¿cuánto tiempo ha pasado desde su última comida?
El rostro de Milennia palidece, adquiriendo un tono horrible. «¡Tonta!, ¿cómo no iba a dolerte el estómago?» Presiona el puente de su nariz con la yema de los dedos.
—No, no...
Philip la observa con algo de preocupación. A ese ritmo, la mujer no resistiría mucho más.
—Señorita, puede solicitar en cualquier momento que le preparen lo que desee. También puede ir al comedor o incluso salir al exterior.
La mujer solo finge una sonrisa. Tiene la mente abarrotada de pensamientos y se le ha olvidado alimentarse. En realidad, ha perdido el apetito por completo. No disfruta de comer sola, y el solo hecho de sentarse en una mesa desconocida le recuerda que no está en su hogar.
Por un momento, sus ojos miel se humedecen:
—Han sido días complicados. No me gusta comer sin tener a alguien con quien compartir.
—Podría almorzar con el Emperador, si me lo permite…
El joven no sigue hablando; la expresión aterradora en el rostro de la mujer lo detiene. Ella aprovecha la oportunidad y con una sonrisa tierna, lo invita:
—Philip, ¿almorzamos juntos?
El joven se encuentra en un dilema, sin saber qué decir.
—Ya que tendrás que acompañarme en todo momento, si estás de acuerdo, podríamos compartir una comida y luego podrías mostrarme los alrededores.
Quizás sea porque es atractivo, o porque no lo mato en la historia, pero se siente cómoda junto a él. Antes de que se negara, lo toma del brazo y lo arrastra hacia fuera.
Mientras la santa se prepara para comer tras seis días de inanición, las cosas en el Imperio están a punto de complicarse. Los seguidores de "Sin nombre" empiezan a trabajar como hormigas.
¡Tiempos oscuros se avecinan!
─•──────•♥∘♥•──────•─