Nunca espere tener que regresar a esas viejas catacumbas. Desde que Marduk fue reducido a cenizas a manos del Azote nunca espere tener que volver aquí. Caminé despacio, mirando hacia abajo revisando todos y cada uno de los escalones de piedra. Estúpidos, pensaron poder exiliar a quien construyo sus túneles, que insolencia; aun así, debía andar con cuidado estos elfos no se tomarían bien que alguien entrara a sus dominios y menos por pasajes tan antiguos.
—Flechas, mazas con estacas, que predecibles sois —me susurré a mí mismo tras bajar las escaleras.
Continúe despacio, bañado por el verde fulgor de mis llamas, derritiendo a cada paso todas las trampas que me encontraba —, tontos, ¿realmente pensaron matar a alguien con estos juguetes de hojalata? —. La decepción me carcomía por dentro. A mas que avanzaba mas ruinas de lo que fue mi pueblo encontraba. Ni siquiera las ratas o arañas se dignaban a vivir ahí, solo meros despojos moribundos de los vástagos de mi estirpe —, Mírense. débiles, hambrientos y sedientos. Parecéis lobos sin dientes.
Vergonzoso, verlos en esa situación era simplemente asqueroso. Avanzando más entre las cámaras de aquella montaña solo alcanzaba a sentir asco. Hambre, plagas y muerte, los tres dominios de la muerte se entretejían lentamente sobre mi antigua patria, como un cáncer que no había sido tratado. Yo no soy de tener la mano blanda, he violado antes, asesinado antes, engañado antes, traicionado antes; pero no había sentido este asco antes. A cada paso más repulsión sentía, las otrora fuertes y concurridas calles de Azarath ahora no eran mas que desiertos de piedra y huesos rotos. Aun así, algunas sorpresas sí que albergaban
—Brujo, ¿Qué haces aquí?
Lo reconocí de inmediato, aunque cansado y moribundo aún mantenía su férrea convicción de proteger a su gente. Heroico, no; estúpido.
—Apártate de mi camino Kral, no vengo a por ti —, no pude ocultarle mi lastima, aunque quien no le tendría lastima. Orgulloso y fiero en su juventud, ahora solo un cuerpo devorado por el hambre solo dejaba ver una figura flacucha y jorobada apuntando con una espada oxidada mientras una virulenta tos se escapaba con frecuencia de sus adentros.
—¿Has venido a que traidor?, a reírte de nuestra decadencia; humillarnos
—No viejo amigo. Vine a salvarlos.
Sus gritos apenas fueron susurros cuando él fuego devoró su cuerpo seco hasta volverlo pasto de las verdes llamas que reducían a cenizas allá por donde pasaran. No pude evitar sonreír —, al menos en la muerte conservan la arrogancia —, pensaba al adentrarme en el sacro templo de nuestra arácnida diosa. Oscuro como lo recordaba, tanto que incluso el resplandor del fuego vil no atravesaba la densa oscuridad, bueno no era la primera vez que entraba a esas ruinas. A mas me adentraba mas se apagaban las llamas exteriores al igual que las que me rodeaban, dando paso al rojo resplandor en mis ojos. ¿Pensaron que lo olvidaría?, vergüenza dais como sacerdotes. No demoré más y continúe avanzando hasta llegar al viejo trono negro, solo para que mi vergüenza se volviera en rabia y mi rabia en una violenta carcajada.
—Cien años, doscientos años; y jamás entendisteis nada, patético; ¡los dioses falsos deben ser purgado!
No me contuve. Con violenta combustión el templo fue pasto de mis llamas de al mismo tiempo que un agudo chirrido hacia temblar toda la caverna a la vez que el característico sonido de huevecillos explotando acompañaba al rugir de las llamas. Entonces abandone una vez mas las maltrechas ruinas de lo que alguna vez llame hogar.
Fue extraño el volver a ver el sol, pese a que apenas había pasado una semana desde que di la espalda a su luz sentía como si hubiera pasado una eternidad, pero no había tiempo para lamentarse; después de todo esas hembras insidiosas aún me seguían. Aun así, no podía darme el lujo de dejarme capturar tan pronto así que camine, evitando la vista sus búhos y el olfato de sus jaguares, prendí fuego al bosque a la mínima sospecha de que me habían encontrado, destruí puentes y borre mis huellas hasta salir de sus bosques. Realmente no esperaba que fuesen tan caprichosas, aunque no podrían seguirme la ultima pantalla de fuego corto los límites entre la pradera de Carthus y la arboleda de Amazonia. Desde ahí el camino fue solitario, sin mas que mis propios pasos y una carta escrita en rúnico antiguo. La sonrisa se me escapaba por momentos, cualquiera en mi situación ya se habría cortado la garganta o lanzado a los peores vicios para olvidar lo que decían esas runas, pero yo no. Solo me limite a seguir caminando hasta la vieja fortaleza de Carthus, donde por primera vez en décadas vi descontrolarse mi fuego, manifestándose en una violenta llamarada que consumía centímetro a centímetro los muros y patio interior del castillo, como si quisiera protegerme de algo. Aun así, avance, forzando a las llamas a simplemente permanecer como un manto sobre mi cuerpo. Fue difícil, cada paso parecía durar una eternidad al tratar de no quemar nada. Tarde unos quince o veinte minutos en avanzar los diez metros hasta el altar y otros treinta en apagar las llamas que para ese punto intentaban alcanzar el círculo transmutación. Entonces lo vi aparecer, vestía de negro y llevaba una balanza. Un cojo caminar lo caracterizaba, parecía tambalearse, y mientras más se acercaba más violenta se hacían el rugir de mis llamas, aun así, aquel viviente no se inmutó y seguió avanzando mientras murmuraba —seis libras de trigo por un centavo, seis libras de cebada por un centavo… pero el aceite y el vino no los tocan— fue entonces que logre entender con que estábamos jugando hacia años.
—El tercero —pregunte escondiendo mi sorpresa, pues sabia que un paso en falso con aquel ser seria un final peor que el que me daría mi antigua señora.
—Si has sido tan necio como para venir hasta aquí te recomiendo mantengas alejado, esas llamas que portas ansían volver con su amo.