Los tambores sonaron al caer la noche, las antorchas alumbraron la penumbra y los bramidos de las bestias cantaban el inicio de aquel ritual. Todas estaban ansiosas, rugían como panteras al ver a Kaldar caminar despacio al altar, en lo alto de la Pirámide del Sol. Mirina lo miraba deseosa, seductora; abriendo las piernas al ver como aquel hombre se le acercaba de a poco, al compás de los rugidos y tambores de sus hermanas de guerra. Kaldar la montó con fuerza, tomándola de las muñecas y uniendo sus cuerpos en una feroz danza cantada por los alaridos de placer de Mirina mientras era tomada por Kaldar. Las demás miraban entusiasmadas, hacía tiempo que no se apareaban y el ver como su reina cedía a los placeres de la carne de esa forma las hacia arder más de lo normal. Para el amanecer todos habían cedido al placer en aquella orgia, muchos de los hombres de Silva yacían inconscientes producto a la perdida de liquido y nutrientes. Kaldar los veía desde lo alto de la pirámide, recostado al altar mientras veía como los primeros rayos de luz iluminaban la selva.
—Buenos días Mirina —saludó despacio, tomándose su tiempo para recuperar el aliento mientras acariciaba la cabellera de una de las amazonas a su lado.
—Descansa guerrero, esta noche tendrás algo de trabajo extra —anunció Mirina sentándose en el altar, resaltando su figura desnuda con las primeras luces del alba.
—No será necesario, en una semana terminare con todas, ¿o es que quieres una segunda ronda?
—Creo que te equivocas en algo espectro —le susurró seductora al oído, gateando hasta dejar que sus pechos reposaran juguetones sobre los hombros del chico, dejándole oler el suave olor a uvas silvestres de su cabello —¿Por qué sigues a esa elfa? —preguntó tras unos segundos.
—Ella me invocó al fin de cuentas, creo que puedo ayudarla, ¿Por qué la pregunta?
—Solo eso, ¿una deuda? —interrogó Mirina
—No le debo nada a nadie mujer.
—A ojos de cualquiera estás siguiendo órdenes solo porque le debes el estar aquí ahora mismo.
—Hubiera aparecido de cualquier forma, ella solo aceleró el proceso —contestó Kaldar, resaltando su poco interés en el comentario —Aún no me dices por qué tanta curiosidad.
—Únete a nosotras —propuso Mirina con un suave y pícaro tono de voz mientras recorría los hombros y brazos de Kaldar con sensual maestría.
—Una oferta tentadora —contestó el guerrero, sin más reacción que un suave resplandor en sus tatuajes.
—¿Y eso no la hace buena?, nos tendrías a todas a tus pies, cada día, cada noche; tendrías a la que quisieras en tu cama y un gran renombre sobre la manada, solo tendrías que volverte nuestro… Guardian —sonrió al nombrar el título, al mismo tiempo que deslizaba sus manos por el dorso de Kaldar, con clara lujuria.
—¿Eso no me convertiría solo en el zángano del panal? —preguntó Kaldar con clara ironía, al tiempo que el resplandor en sus tatuajes se apagaba, quedando bañados en un profundo carmín.
—Yo no he dicho eso —respondió ella, mientras buscaba, casi como un juego, el palpitante calor de la hombría de Kaldar, recorriendo su pelvis con juguetona picardía.
—Muy bien Mirina, entonces yo lo diré —Kaldar se volteó de repente, tumbando a Mirina sobre el altar, tomándola de las muñecas mientras mostraba una maliciosa sonrisa al ver como Mirina se dejaba someter.
—Entonces dímelo, estoy ansiosa por. ¡Aaaaaaaaaaaaah!
El grito destrozo sus cuerdas vocales, sus ojos comenzaron a sangrar y su cuerpo a convulsionar. Mirina quedo cara a cara con el horror. Su cuerpo sintió el miedo a ser quemado, la agonía de ahogarse, la desesperación por falta de aire, el dolor de ser desmembrado, la furia al ser asesinado y el miedo a morir solo, sin que nadie nunca lo supiera. Pero no moriría, Kaldar la despertaba a golpe de puñal y volvía a ponerla en trance cada vez que estaba a pocas instancias de perder la cordura. Nadie la ayudaría, cualquier grito o alarido a esa altura era oído como gemidos o quejido en el mejor de los casos por quienes estaban en la base de la pirámide permitiendo a Kaldar extender aquella tortura tanto como quisiera, deteniéndose solo al notar como el sol irradiaba directamente encima de ellos.
—¿Por qué? —murmuro Mirina, o eso pretendió decir, realmente sus palabras sonaban más como los bramidos de algún animal moribundo
—Mirina, ¿de verdad pensaste que podrías comprar mi protección prometiéndome a tus hembras y dejándote montar como a una perra?, solo alguien que se ha acostado con tantos hombres seria lo suficientemente estúpido para creer. ¿Quieres saber lo que tienes que hacer para conseguir mi protección Mirina? Te lo susurrare.
—Acaba con. ¡Aaaaaaaaaaaaah!
El cielo se tiño de rojo al mismo tiempo que un extraño agujero eclipsaba el sol dejando visible solo la corona solar a su alrededor. Fue entonces que un extraño barro negro se derramo del agujero, cayendo justo encima de Kaldar y Mirina expandiéndose rápidamente sobre la aldea y sus alrededores. Uno por uno, los animales fueron bañados y ahogados en aquel extraño fluido, emergiendo de este con cuerpos mucho más fuerte, ágil y resistente, similares en apariencia diferenciándose solo por las extrañas estrías rojas que recorrían sus extremidades y contorneaban sus ojos. Las amazonas no fueron una excepción, tras ahogarse en aquel mar negro emergieron de igual forma que los animales completamente recuperadas, casi como si de un milagro se tratara, aunque aquello estaba bastante lejos de serlo. Para las guerreras el cambio fue notorio, sus ropajes de piel fueron sustituidos por cuero curtido y bronce, de igual forma sus armas de piedra y madera pasaron a reluciente bronce, adornando sus manos con un escudo a la izquierda y una lanza a la derecha complementándose con un juego de espadas cortas en su cinturón. En silencio miraron hacia la pirámide, inmóviles y a la espera, viendo como del aquel liquido emergían también Kaldar y Mirina: Mirina portando su armadura y masas encadenadas y Kaldar un arco largo negro, a juego con los ropajes dados por Rubik.
—Bien Mirina, hay una guerra por ganar, veamos lo que tus guerreras pueden hacer.
—Disculpa interrumpirte cielo Sylvanas, pero tenemos asuntos urgentes —exclamó Rubik al entrar en los aposentos de Sylvanas.
—¿Qué significa esto Rubik?, estoy tratando de.
—No hay tiempo, ven conmigo.
Sylvanas no dijo más el verde resplandor en los ojos del hechicero hablaban por si solos. Rubik la llevo hasta las puertas momento en el que el verde en sus ojos se hizo más intenso.
—Alguien llamó al mar de la vida —afirmó Rubik, señalando al eclipse.
—Rubik, ¿Qué hiciste? —preguntó Sylvanas.
—Nada, el vacío abisal no es para hacer invocaciones.
—¿Cuánto tiempo ha estado ahí?
—Bastante poco, a lo máximo quince minutos.
—Prepara un grupo con los hombres que nos queden, convoca a las mujeres capaces de pelear, busca a cualquiera que sepa de magia, brujería o cualquier cosa útil, da igual si ese alguien son niños o ancianos, diles que se reúnan conmigo a las afueras de la ciudad, tendremos problemas dentro de poco —ordenó Sylvanas.
—Estoy en ello.
—Antes de que te vayas, ¿Cuánto le tomaría a Ulster y a Azarath enviar tropas?
—Ulster estará aquí mañana, dudo que sean soldados de primera clase, pero será una poderosa infantería y Azarath tardara tres o cuatro días en llegar en dependencia de si traen o no sus rinocerontes.