La mañana siguiente, Oriana siguió el mismo horario. Era el último día de la conferencia de la cumbre y el día siguiente sería el baile real.
Como de costumbre, la tarea de Oriana era adjuntar los accesorios a la ropa de Arlan. A pesar de no querer hacerlo, su mente divagaba hacia el sueño impúdico que tuvo anoche.
«Contrólate, Ori», se reprendió. «¿No serás una pervertida, verdad?»
Mientras fruncía los labios, levantó la vista, solo para encontrar al príncipe mirándola. Levantó una ceja como preguntándose si quería decir algo. Con la conciencia culpable, bajó la mirada.
¡Se atrevió a soñar con besar al príncipe!
«Si no soy una pervertida, ¿entonces qué soy?»
—¿Sucede algo? —preguntó él de manera casual.
—N-Nada, Su Alteza —respondió Oriana sacudiendo la cabeza—. Tan culpable como se sentía, no se atrevía a mirarlo a los ojos mientras decía esas palabras.
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