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Capítulo 138: La Espera Silenciosa

Año 2025, Invierno, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros

El invierno azotaba con su dureza la Frontera Salvaje, cubriendo los picos de los Alpes Bávaros y la fortaleza con una capa gruesa y blanca de nieve que parecía eterna. La fortaleza se alzaba imponente sobre las montañas, sus muros oscuros apenas contrastando con el brillo gélido del paisaje que la rodeaba. El aire era frío y denso, y solo los vampiros, con su naturaleza inmortal, podían soportar el frío penetrante sin mostrar señales de incomodidad.

Dentro de la fortaleza, la vida continuaba bajo un ritmo aparentemente regular, aunque la preparación constante para cualquier posible amenaza seguía siendo una prioridad. Desde que los licántropos habían sido eliminados de la región, la fortaleza se encontraba en una especie de calma tensa. Sin embargo, todos los presentes, tanto vampiros como esclavos humanos, sabían que la paz era frágil y que cualquier cambio en el equilibrio podría traer de vuelta el caos.

Las guardianas de tercera generación, lideradas por Lysandra y Clio, mantenían sus rutinas de entrenamiento con una disciplina férrea. Los días transcurrían entre ejercicios de combate, perfeccionamiento de habilidades y el mantenimiento del equipo. Las vampiras más jóvenes, aunque poderosas, sabían que solo con siglos de entrenamiento bajo las enseñanzas de Lysandra y Clio podían alcanzar un nivel superior en la lucha contra los licántropos o cualquier otro enemigo que amenazara la fortaleza.

Las guardianas se movían con precisión y elegancia, sus cuerpos inmortales fluyendo a través del entrenamiento como si fueran parte de una danza macabra, cada movimiento diseñado para matar con la mayor eficiencia posible. La pureza de su sangre, siendo de tercera generación, les otorgaba una ventaja abrumadora sobre cualquier oponente. Las largas vidas que habían llevado, sumadas a los siglos de entrenamiento bajo la mirada atenta de Lysandra, las hacían casi invencibles en combate cuerpo a cuerpo.

A pesar de la calma, Lysandra no bajaba la guardia. Observaba a sus subordinadas con ojos críticos, buscando debilidades que pudieran corregirse. Para ella, no había espacio para el error. Cada vampira bajo su mando debía estar lista para cualquier eventualidad. Su mente, siempre enfocada en la estrategia y la supervivencia, había llevado a las guardianas a ser consideradas una fuerza imparable, capaces de devastar incluso a los licántropos más fuertes sin apenas esfuerzo.

Mientras tanto, Clio, con su serenidad característica, supervisaba otras áreas de la fortaleza, asegurándose de que los recursos estuvieran en orden y que las sirvientas humanas continuaran con sus labores sin interrupción. Clio, que provenía de la era de Atenas, mantenía una visión pragmática sobre el equilibrio en la fortaleza. Sabía que no se podía permitir ninguna desorganización o debilidad entre los suyos, y cada detalle, por mínimo que fuera, tenía que ser atendido. Su liderazgo silencioso, pero eficaz, mantenía el orden dentro de los muros, tanto entre las vampiras como entre los esclavos humanos.

Los humanos, especialmente los esclavos que vivían a los pies de la fortaleza, continuaban con sus labores cotidianas. Eran usados principalmente para las tareas más mundanas, como la construcción, el mantenimiento de las instalaciones y la producción de alimentos básicos para el sustento de la fortaleza. Pero más allá de su trabajo, su principal valor residía en su sangre. Las sirvientas humanas de calidad, cuidadosamente seleccionadas por su fortaleza física y su atractivo, eran reservadas para Adrian, Clio y Lysandra. Eran usadas tanto como sustento como para satisfacer los deseos carnales de los inmortales.

Adrian, a menudo distante y frío, no se involucraba en los planes de expansión ni en los conflictos del mundo exterior. A diferencia de Lysandra, su interés no residía en la guerra o el dominio, sino en el paso del tiempo y en la espera. Su mente estaba enfocada en algo más profundo, en una esperanza silenciosa que mantenía oculta. Aunque disfrutaba de los placeres que la inmortalidad le ofrecía, especialmente los encuentros con las sirvientas de calidad, su mente siempre parecía estar en otro lugar, esperando pacientemente que algo o alguien del pasado volviera a su vida.

Valeria, la asistente personal de Adrian, continuaba cumpliendo con su deber con una devoción absoluta. Convertida por el propio Adrian en el año 160 a.C., Valeria no solo era bella, con su largo cabello ceniciento que caía hasta la mitad de su espalda, sino que también era leal y astuta. Su relación con Adrian era compleja. Aunque se mantenía obediente y siempre atenta a sus deseos, había en ella una silenciosa determinación de acercarse más a él, no solo como sirvienta, sino como alguien que pudiera entenderlo y compartir su eterna soledad. Valeria sentía una preocupación genuina por Adrian, y aunque su rol era el de asistente, su mente siempre estaba alerta, buscando maneras de conectarse emocionalmente con él, sin imponer su presencia de manera excesiva.

El concepto de la pureza de sangre seguía siendo uno de los pilares fundamentales en la organización de la fortaleza. Adrian, Lysandra y Clio insistían en que la nobleza y la fuerza de los vampiros solo podían mantenerse si se controlaba rigurosamente la descendencia. Los vampiros de primera, segunda y tercera generación eran los más poderosos, mientras que aquellos de generaciones posteriores comenzaban a mostrar signos de debilidad. Las vampiras de cuarta generación, aunque poderosas, no alcanzaban la grandeza de las generaciones anteriores y, aunque ocupaban un lugar de privilegio dentro de la jerarquía de la fortaleza, seguían siendo sirvientas.

El proceso de conversión seguía siendo extremadamente selectivo. De cada veinticinco humanas traídas a la fortaleza, solo una era convertida, y esa conversión no se realizaba a la ligera. Las mujeres elegidas debían demostrar su lealtad, fortaleza y capacidad para adaptarse a la vida inmortal. El resto, las que no eran convertidas, seguían siendo utilizadas como alimento y como trabajadoras dentro de la fortaleza. Las mejores sirvientas humanas, aquellas de alta calidad, no solo servían a los vampiros, sino que también eran usadas para criar futuras generaciones de humanos esclavos, de los cuales solo las más excepcionales eran consideradas para la conversión.

Lysandra, que no convertía personalmente a las esclavas humanas, dejaba esa tarea a una sirvienta de alta clase de cuarta generación, quien se encargaba de llevar a cabo el ritual bajo su supervisión. El orden de las generaciones era vital en la fortaleza. Las vampiras de tercera generación, como las guardianas, representaban la cúspide de la perfección física y mental, mientras que las de cuarta generación mantenían la nobleza, aunque con menos poder. Las esclavas convertidas, pertenecientes a la quinta generación, eran vistas como útiles, pero no gozaban del prestigio de las anteriores.

El paso del tiempo se sentía en cada rincón de la fortaleza. Mientras el invierno continuaba, y los humanos afuera luchaban por sobrevivir, dentro de los muros la vida continuaba con su riguroso ritmo. Aunque la amenaza de los licántropos había sido eliminada de la región, las noticias que llegaban desde otras partes del mundo hablaban de la devastación que estos causaban. En Europa y América, los licántropos avanzaban sin oposición, arrasando ciudades y diezmando a los vampiros más débiles, aquellos de generaciones mucho más alejadas de la primera. Estos vampiros, escondidos en las sombras, apenas podían hacer frente a la brutalidad de los hombres lobo, y muchos de ellos perecían sin poder oponer resistencia.

La fortaleza, sin embargo, permanecía aislada de estos horrores. Adrian, Lysandra y Clio se mantenían al margen, observando el paso del tiempo y manteniendo su poder en la Frontera Salvaje. Los días pasaban en un ciclo constante, mientras la nieve seguía cayendo, cubriendo todo a su alrededor, como si el mundo exterior no pudiera tocarlos.