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VII

El banquete se desarrollaba con una calidez inesperada, incluso bajo las frías bóvedas de piedra de Winterfell. Las mesas, cubiertas con manteles gruesos de lana tejida, estaban repletas de una abundancia que hacía evidente el crecimiento del comercio en el Norte. Platos de venado asado, truchas del cuchillo blanco, salchichas especiadas y panes frescos se mezclaban con quesos curados y frutas gracias a los nuevos invernaderos, las mesas rebosaban de frutas frescas, la riqueza del banquete era un reflejo del resurgir del Norte bajo el mando de los anteriores Stark. Los comensales reían y brindaban, sus voces resonando en los muros de piedra antigua, mientras las antorchas parpadeaban con un calor que mantenía a raya el frío invernal. El Norte, antaño reservado y austero, ahora podía permitirse banquetes más frecuentes, y esta noche era una prueba de ello: un tributo a la hospitalidad de los Stark y a la ocasión especial que celebraban, la llegada de Joy Hill, la sobrina del Guardián del Oeste.

Tyrion Lannister, con el rostro ruborizado por el whisky y el vino, que al principio parecía algo fuera de lugar entre los lobos norteños, ahora parecía haber conquistado el ánimo de varios norteños, estaba rodeado por un pequeño grupo de norteños, entre ellos Domeric Bolton y Jon Umber, bebía con entusiasmo y compartía chistes que arrancaban carcajadas incluso al más hosco de los hombres. Había algo en el ingenio afilado del Gnomo que derribaba barreras, y hasta Domeric, que apenas horas antes había lanzado miradas asesinas al enano, ahora reía a su lado, alzando su copa en un brindis improvisado.

Jon Stark, por su parte, se encontraba conversando con Joy Hill. La chica era una visión que resaltaba incluso entre las velas y el bullicio del banquete. Tenía esa belleza principesca típica de los Lannister, aunque con un toque de dulzura que la hacía menos imponente y más cercana. Su cabello dorado caía en suaves ondas que reflejaban la luz, como si estuviera coronada por un halo de oro líquido. Sus ojos, de un verde brillante como la esmeralda más pura, parecían contener una mezcla de inocencia y curiosidad. La piel clara de Joy tenía un leve rubor que no necesitaba del frío norteño para teñirla, y su sonrisa era como un rayo de sol en un día nublado.

—Mi señor Stark —dijo Joy, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto que combinaba la cortesía sureña con una timidez sincera—. No tengo palabras para expresar mi gratitud por lo que ha hecho por mí. Me salvo la vida.

Jon, siempre modesto, negó con la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa apenas perceptible. —No hice más que lo que cualquier hombre debería hacer, lady Joy. Aquí en el Norte, protegemos a los nuestros. Y ahora eres una de los nuestros.

La respuesta de Jon pareció desconcertar a la joven por un instante, y el rubor en sus mejillas se intensificó. —Su sentido del deber es admirable, mi señor, pero no creo que todos los hombres compartan vuestra visión. Fue... muy caballeroso. Como en las historias que solía leer cuando era niña. —Sus palabras salieron con un tono suave, casi reverente, y había algo en su mirada que hizo que Jon desviara la suya momentáneamente, incómodo con la intensidad de la atención.

—No soy un caballero, lady Joy —respondió Jon, con la sinceridad que lo caracterizaba—. Solo un hombre del Norte que cumple con sus responsabilidades.

—Si eso no os hace un caballero, entonces tal vez nuestras historias están equivocadas —replicó ella, dejando entrever una sonrisa coqueta, apenas perceptible.

Jon no supo qué responder a eso y optó por un asentimiento educado. Sus ojos, grises como un cielo nublado antes de una tormenta, la observaron por un momento más, pero luego volvieron a vagar hacia el banquete. Joy, por su parte, parecía encontrar la seriedad de Jon más interesante de lo que esperaba. Había algo en su modo tranquilo, en cómo parecía cargar el peso del Norte entero sobre sus hombros sin una sola queja, que lo hacía más atractivo que cualquier caballero con armadura dorada.

—¿Le gusta Winterfell, lady Joy? —preguntó Jon, rompiendo el silencio que había caído entre ambos.

—Es imponente y majestuosa. Pero más que las piedras o las torres, lo que más me ha sorprendido es la gente. Todos aquí son... —Joy buscó las palabras correctas—. Férreos, pero leales. Hay una calidez en ellos que no esperaba encontrar tan al norte. Aunque he de admitir —añadió, con una risa nerviosa— que aún me estoy acostumbrando al frío.

Jon esbozó una pequeña sonrisa. —El frío nunca se va realmente. Pero es mejor cuando se tiene compañía para enfrentarlo.

Joy sostuvo su mirada, y aunque no dijo nada, el silencio entre ambos habló más que cualquier palabra. Había algo en su expresión, una mezcla de admiración y curiosidad, que dejó a Jon ligeramente incómodo, aunque no del todo descontento.

A lo lejos, Tyrion, con la mirada chispeante y las mejillas ruborizadas por el whisky, observaba la interacción entre Jon y Joy con evidente diversión. El Lannister dejó escapar una sonrisa burlona y se acercó al joven Domeric Bolton y al estruendoso Pequeño Jon Umber, quienes se encontraban compartiendo una jarra de cerveza oscura junto a el. —Parece que no solo yo tengo el don de encantar a las damas. El lobo blanco tiene sus propias artimañas —comentó en voz baja, inclinándose hacia Domeric con un aire conspirador. El heredero de los Bolton respondió con un bufido seco que podría haber sido un intento de risa, aunque su expresión seguía siendo seria. Pequeño Jon, en cambio, estalló en una carcajada tan fuerte que hizo vibrar los vasos sobre la mesa..

El banquete continuó en un crescendo de risas, brindis y música. La tensión que pesaba al principio de la noche se había disipado, y el ambiente estaba cargado de una calidez que contrastaba con el frío implacable del invierno. Los músicos tocaban canciones tradicionales del Norte, intercaladas con melodías más ligeras para complacer a los invitados sureños. La luz de los candelabros y el fuego crepitaba en las antorchas, y las sombras danzaban en las paredes mientras los norteños y sus aliados disfrutaban del festín. Jon, aunque no era un hombre dado a los excesos, permitió que por un breve momento el calor del salón y la compañía de su gente lo alcanzaran. Sin embargo, incluso en medio de la alegría, sentía el peso de sus responsabilidades como Lord de Winterfell y Guardián del Norte. Era un peso que nunca lo abandonaba, una sombra persistente que ni siquiera las sonrisas de Joy Hill, Alys Karstark, Wynafryd o Wylla Manderly podían disipar por completo.

Sansa, siempre la dama, insistió en que su hermano debía bailar. —Es una noche de celebración, Jon. No puedes simplemente quedarte ahí, observando como un viejo lobo gruñón. —Con una sonrisa y una mirada que no admitían negativas, lo arrastró hacia la pista de baile, donde las parejas se movían al ritmo de las melodías. Jon, que siempre había sido un bailarín torpe, hizo lo mejor que pudo. Sansa, con su elegancia innata, fue paciente, corrigiendo sus pasos con dulzura y guiándolo con una sonrisa que recordaba a tiempos más felices.

Después de Sansa, fue el turno de Alys Karstark. Alys era amable y paciente, y su risa suave acompañaba sus intentos de enseñarle los movimientos correctos. —No está tan mal, mi lord. Al menos no me ha pisado… todavía —dijo con una sonrisa traviesa, y Jon no pudo evitar reír. Wynafryd Manderly, en cambio, mostró una gracia que lo dejó impresionado. La mayor de las hermanas Manderly era elegante y fluida en sus movimientos, y aunque no hablaba mucho, sus tímidas sonrisas decían más que las palabras.

Con Wylla Manderly, el ambiente se tornó más relajado. La más joven de las hermanas era risueña y menos formal, y su risa contagiosa hizo que Jon olvidara por un momento su torpeza. —No se preocupe, mi lord, si se tropieza conmigo, estoy acostumbrada. Tengo dos pies izquierdos —bromeó, ganándose una carcajada de Jon. Después fue el turno de Joy, quien parecía aún más radiante bajo la luz de las velas. Aunque Jon estaba cansado y sus pies le dolían, accedió a bailar con ella, la joven sureña lucía radiante bajo la luz de las velas, y Jon no pudo evitar notar cómo sus ojos verdes brillaban con una calidez que lo desarmó. —Nunca pensé que bailaría con un Stark —dijo Joy, su tono mezclando nerviosismo y una ligera coquetería. Jon, haciendo su mejor esfuerzo para no pisarle los pies, se mantuvo en silencio por un momento antes de responder con un ligero encogimiento de hombros. —Y yo nunca pensé que bailaría tanto en una sola noche. Ambos rieron, y aunque sus movimientos no eran perfectos, la conexión entre ellos fue evidente incluso para los observadores más lejanos.

A pesar de su creciente fatiga, Meera Reed le pidió un baile, y Jon, siempre educado, no pudo negarse. Meera era una excelente compañera de baile, y aunque notó que Jon estaba cansado, lo ayudó a moverse con más soltura. Sin embargo, Dacey Mormont fue menos indulgente. —Vamos, Lord Stark, es el Guardián del Norte. Puede soportar un simple baile —dijo con un tono firme pero no carente de humor. Alysane Mormont, por su parte, fue más amable, guiándolo con paciencia y ayudándolo a corregir sus errores. Cuando llegó el turno de Lyra Mormont, Jon quedó sorprendido por la timidez de la joven, quien usualmente era tan salvaje y libre como Arya. Lyra apenas habló, pero su torpeza y sonrojo hicieron que Jon se sintiera más cómodo, incluso mientras trataba de no pisarle los pies.

Hablando de Arya, su hermana no le pidió un baile; simplemente lo tomó de la mano y lo arrastró hacia el centro del salón. Arya era pura energía desbordante, y aunque pisó los pies de Jon más veces de las que él pudo contar, él no se quejó. —Eres terrible en esto, Jon —dijo Arya entre risas, a lo que Jon respondió con una sonrisa resignada. —Lo sé, pero al menos intento seguirte el ritmo.

Entonces fue el turno de Val. La hermosa rubia no le dio opción alguna. —Esto no es un baile sureño —dijo con una sonrisa desafiante mientras se dirigía a los músicos y les pedía que tocaran algo diferente. Las notas que llenaron el salón eran más primitivas, más salvajes, una melodía que evocaba las antiguas costumbres de los pueblos libres. Val tomó a Jon por las manos y lo guió en un baile que no se parecía a nada que él hubiera experimentado antes. Los pasos eran ágiles y rítmicos, y la danza requería no solo movimientos precisos, sino también fuerza y resistencia. Algunos de los invitados norteños se unieron, mientras otros, especialmente aquellos que habían venido de más allá del Muro, los observaban con sonrisas nostálgicas. Un círculo de movimientos fluidos y firmes, con giros que evocaban la caza y la danza alrededor de una hoguera en una noche estrellada. Varios de los norteños que reconocieron el estilo se unieron, y pronto Jon se encontró en el centro de un remolino de energía, forzado a seguir el ritmo mientras Val lo miraba con una sonrisa desafiante.

La música resonaba con un vigor que hacía temblar los muros de piedra, un eco de las antiguas canciones que alguna vez se cantaron bajo cielos oscuros llenos de estrellas. Val danzaba como si fuera parte de la música misma, sus movimientos ágiles y feroces, una loba en medio de la caza. Jon, aunque torpe al principio, dejó de resistirse y permitió que sus pies siguieran el ritmo primitivo, como si algo en su sangre reconociera aquel patrón, aquella cadencia ancestral. Por un momento, los ojos de Val se cruzaron con los suyos, llenos de una chispa salvaje que parecía desafiarlo a seguir el ritmo o quedarse atrás. Y Jon, aunque no sabía cómo, aceptó el desafío.

Cuando la música finalmente cesó, el aire del salón estaba cargado de energía, como si todos los presentes hubieran participado de algo más que una simple danza. Val le dedicó a Jon una última sonrisa de satisfacción antes de retirarse hacia un rincón del salón, y Jon, con el corazón latiendo aún con fuerza, se permitió una breve risa. Había algo en esa noche, en el bullicio, en las risas, en el calor de la gente y la música, que lo hacía sentir, al menos por unas horas, libre de las cadenas del deber. Jon estaba sin aliento pero extrañamente revitalizado. Val le dedicó una sonrisa satisfecha. —No lo hiciste tan mal, Lord Stark. Quizás hay más de un hombre libre en ti de lo que piensas. —Jon no respondió, pero no pudo evitar devolverle la sonrisa, una que era pequeña pero sincera.

—¡El joven Lord Stark es todo un guerrero norteño, pero que los dioses nos guarden si sabe bailar! —exclamó el pequeño Jon entre risotadas, ganándose más de una mirada divertida de los asistentes cercanos

La noche avanzó, y con ella vinieron los efectos del alcohol. Tyrion Lannister, apoyado torpemente en una mesa, hacía reír a un pequeño grupo de norteños con sus comentarios mordaces y su ingenio afilado. El pequeño Jon Umber estaba completamente ebrio y cantaba a todo pulmón una canción obscena que, para sorpresa de todos, Wynafryd Manderly había aprendido en algún lugar y acompañaba con una voz sorprendentemente melodiosa. Arya, que había desafiado a más de uno a beber como un norteño, ahora estaba sentada junto a Alysane Mormont, ambas riendo y conspirando sobre algún plan que seguramente acabaría en travesuras. Las llamas de las antorchas parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra, mientras la risa y las voces llenaban el aire pesado del salón.

Jon, fiel a su papel como Lord de Winterfell, no dejó que el caos del final de la noche lo desbordara. Fue uno de los últimos en permanecer de pie, asegurándose de que todos estuvieran acomodados y que la fiesta no degenerara en problemas. Acompañó personalmente a las damas a sus habitaciones, un gesto que, aunque pequeño, reflejaba su compromiso con el deber y la cortesía. Wynafryd y Wylla Manderly lo agradecieron con suaves inclinaciones de cabeza y tímidas sonrisas. Alys Karstark le susurró un buen descanso antes de desaparecer tras la pesada puerta de su habitación. Val simplemente le dio una mirada que no necesitaba palabras antes de marcharse con su habitual confianza indomable. 

Joy Hill, sin embargo, fue diferente. Cuando llegaron a la puerta de su habitación, se volvió hacia Jon con una expresión que oscilaba entre la timidez y la gratitud. —Mi señor... Jon. —Su voz era suave, casi un susurro, pero había algo en la forma en que pronunciaba su nombre, como si lo envolviera en terciopelo. Sus ojos verdes, llenos de una luz cálida, lo miraron con una mezcla de admiración y algo más que Jon no supo identificar. Antes de que pudiera responder, Joy se puso de puntillas y le plantó un rápido beso en la mejilla. Fue tan fugaz que Jon apenas lo sintió, pero el calor que dejó detrás permaneció mucho después de que ella desapareciera tras la puerta, con un último "buenas noches, mi señor" murmurado con dulzura.

Jon se quedó en el pasillo por un momento, inmóvil, sintiendo el calor que subía desde su cuello hasta sus mejillas. Luego negó con la cabeza y se dirigió hacia sus propias habitaciones, con Fantasma caminando silenciosamente a su lado. El lobo huargo no hacía ruido, pero su presencia era reconfortante, como si comprendiera que su amo necesitaba esa compañía tranquila después de una noche tan tumultuosa. Al llegar, Jon cerró la puerta tras él, se quitó las botas y la pesada capa que llevaba, y se dejó caer sobre la cama con un suspiro de cansancio.

Fantasma se acomodó cerca, sus ojos rojos brillando en la penumbra, vigilando como siempre. Jon permitió que su mente se relajara mientras el cansancio lo envolvía. Por una vez, no pensó en las responsabilidades, en las amenazas del sur o en las inminentes decisiones que tendría que tomar como Lord de Winterfell. Aquella noche había sido buena, llena de risas, música y camaradería. Mientras cerraba los ojos, sintió que, por un breve momento, podía permitirse descansar. La última imagen en su mente fue la sonrisa de Joy y el sonido distante de una canción que aún resonaba en el gran salón. Con un susurro apenas audible, Jon se permitió una última palabra antes de que el sueño lo reclamara: libertad.

Pasaron los días, y Jon, siempre rodeado por el peso de sus responsabilidades, encontró en Tyrion Lannister una ayuda inesperada, aunque a veces exasperante. El enano, con su inteligencia aguda y su lengua aún más afilada, había demostrado ser un hombre de recursos y conocimientos poco comunes. Juntos trazaron los planos para los nuevos sistemas de Winter Town: conductos profundos, canales de desagüe, cámaras selladas y un ambicioso acueducto. Tyrion, con una sonrisa maliciosa, bromeó más de una vez acerca de cómo "un hombre pequeño con grandes ideas" podía hacer maravillas incluso en el helado corazón del Norte. Jon, aunque al principio escéptico, comenzó a considerar seriamente que, si el enano decidiera quedarse, podría ser un activo valioso para Winterfell. Sin embargo, Tyrion siempre reía ante tales insinuaciones, como si la mera idea de vivir en el Norte fuera una broma demasiado grande incluso para él.

El sol de la tarde apenas se filtraba entre los gruesos muros del salón principal cuando los gritos irrumpieron desde los pasillos interiores. Jon, que estaba inclinado sobre las cuentas de Winterfell junto al maestre Luwin y Vayon Poole, alzó la vista con el ceño fruncido. No era común que tales alborotos llegaran hasta el corazón de la fortaleza. Para cuando se abrieron las puertas, Tyrion Lannister apareció en el umbral, con una sonrisa de satisfacción que podría haber iluminado el salón entero, seguido por un grupo de hombres claramente furiosos. 

—Mi lord —dijeron los taberneros al entrar, inclinándose rápidamente ante Jon con muestras apresuradas de respeto. Jon suspiró internamente; había planeado no atender peticiones ese día. Sin embargo, el caos que seguía a Tyrion parecía no conocer descansos.

—Levantense —dijo Jon con voz firme—. Ahora díganme qué ocurre. 

Los taberneros se alzaron, pero antes de que pudieran hablar, Jon notó la expresión de Tyrion, una mezcla de satisfacción y diversión que lo irritó de inmediato. —¿Qué has hecho ahora? —preguntó Jon, cruzando los brazos. El enano no respondió, solo mantuvo esa sonrisa tonta mientras los hombres comenzaban a lanzar sus acusaciones.

—Mi señor, venimos a presentar una queja ante los actos criminales de este... engendro, este gnomo... —comenzó uno de ellos, con una voz que destilaba indignación.

Jon resistió la tentación de poner los ojos en blanco. —Vayamos al grano —dijo con una seriedad que cortó el aire.

El hombre carraspeó y finalmente continuó. —Mi señor, este hombre intenta arruinarnos. Ha comprado todo el suministro de whisky de la ciudad, incluso de las aldeas cercanas. ¡No queda ni una gota para los taberneros ni para los bebedores de Winter Town! 

Jon arqueó una ceja, sorprendido. Siete centenares de barriles, calculó mentalmente. Esa cantidad era descomunal, incluso para un hombre con los recursos de Tyrion. Pero por la mirada del Lannister, comprendió que probablemente había dejado un rastro de monedas de oro que los cerveceros no habían podido resistir.

—Vayon —dijo Jon con calma—, distribuye algunos barriles de nuestras bodegas a las tabernas de Winter Town. Cobramos cincuenta venados de plata por cada uno. —El mayordomo asintió, y los taberneros, aunque aún algo molestos, parecieron tranquilizarse al menos un poco.

—Mi señor —dijo uno de ellos mientras se retiraban—, ese hombre es un peligro para el comercio. Debería ser expulsado.

Jon negó con la cabeza. —Expulsar a un comprador no sería buena política. ¿Expulsarian también a todos los comerciantes del sur que llegan hasta aquí? —Los hombres se miraron entre sí, murmurando, pero finalmente se retiraron, aunque no sin algunos gruñidos.

Cuando las puertas se cerraron, Jon se giró hacia Tyrion, que ahora se estaba quitando un anillo pesado con un león dorado grabado en él.

—Y bien, ¿qué estás planeando esta vez? —preguntó Jon, fijando su mirada en el enano, que parecía más complacido que nunca.

—Mi querido lord Stark, diría que estoy haciendo un experimento económico. Comprar barato, vender caro. ¿Acaso no es ese el propósito de cualquier comercio? —Tyrion lanzó el anillo hacia Jon, que lo atrapó en el aire. 

—No creo que esto sea suficiente para todos los barriles que buscas. —Jon examinó el anillo, admirando el fino trabajo del oro, aunque sabía que no podía cubrir una compra tan vasta. 

Tyrion alzó una copa de vino que había tomado de una bandeja cercana y brindó en dirección a Jon. —No esperaba que lo fuera. Pero el oro no es todo lo que puedo ofrecer. El whisky norteño tiene un potencial que los cerveceros locales no comprenden. En las tierras del sur, e incluso en las Ciudades Libres, algo tan fuerte y auténtico podría valer diez veces lo que aquí. Y cuando esos mismos comerciantes vuelvan aquí a comprar más... bueno, digamos que Winter Town verá beneficios.

Jon se dejó caer en una silla, observando al pequeño hombre que parecía moverse por el mundo como un jugador en una mesa de cyvasse, siempre tres pasos por delante. —Tienes una gran facilidad para ganarte enemigos —dijo Jon con un toque de sarcasmo.

—Y yo que pensaba que estaba haciendo amigos —respondió Tyrion con su tono habitual de burla.

Jon no pudo evitar una breve sonrisa. Había algo en el Lannister que, a pesar de sus excentricidades, hacía difícil no admirarlo. Quizás, pensó Jon, el Norte podía aprender algo de su ingenio. O al menos, disfrutar de la diversión que su presencia traía, aunque a menudo estuviera envuelta en caos.

—¿Cuándo planeas irte? —preguntó Jon mientras observaba a Tyrion con una mezcla de curiosidad y resignación. La presencia del enano había traído más caos del que esperaba, pero también algo de claridad en asuntos que nunca había considerado importantes.

Tyrion alzó una ceja mientras daba un sorbo a su copa de vino, como si meditara la respuesta con la gravedad de un maestre escribiendo un tratado sobre política. —Pronto, lord Stark. Un par de días más, quizás, y estaré de camino a Casterly Rock... y a la cama con mi esposa. —Sonrió de esa forma que Jon empezaba a reconocer, un gesto que oscilaba entre la burla y la amargura.

Jon asintió, ignorando el matiz sardónico. —Te daré una escolta de cincuenta hombres. Y algunas carretas para transportar todo lo que has comprado. —Hizo un gesto hacia las puertas del salón, más allá de las cuales las bodegas de Winterfell estaban siendo despojadas lentamente por los acuerdos del enano.

Tyrion alzó su copa en un brindis improvisado, como si la generosidad de Jon fuera motivo de celebración. —Un gesto noble, lord Stark. Si todos los hombres del Norte fueran tan hospitalarios, quizás no les llamarían salvajes en las tierras del sur. —Su tono era ligero, pero había algo más profundo en sus palabras, algo que Jon no podía ignorar.

—Considera esto como cortesía —dijo Jon, con una sonrisa breve—. Por toda la ayuda que me has dado, aunque el caos que dejas tras de ti también merece mención.

Tyrion dejó la copa sobre la mesa y se recostó en su silla, jugueteando con el pesado anillo del león dorado que había vuelto a colocarse en el dedo. Su expresión cambió, volviéndose casi seria, un cambio extraño para alguien que siempre parecía escudarse tras la burla. —Te daré un último consejo, Jon Snow. O Stark, o lo que seas ahora. —Sonrió al ver cómo Jon no reaccionaba a la provocación—. Tu reino tiene un gran potencial. Más del que probablemente entiendes. Los productos del Norte, esos que los sureños desdeñan por considerarlos toscos o rústicos, podrían convertirte en un hombre más rico que muchos de los que se sientan en el Consejo Privado. Pero necesitas aprender a usarlos. No basta con tener riquezas escondidas bajo la nieve; hay que saber comerciarlas, venderlas en el momento adecuado y al precio adecuado. Y un consejo más, aunque no diré que es mío. —Se inclinó hacia adelante, como si estuviera compartiendo un secreto de gran valor—. Es de mi padre. Obviamente, él nunca me dijo que te lo diera, pero me caes bien, Jon. Tienes mi simpatía.

Jon no pudo evitar preguntarse qué clase de consejo podría haber salido de los labios de Tywin Lannister, un hombre cuya reputación estaba grabada en sangre y oro. —¿Y cuál es ese consejo?

Tyrion sonrió con un destello de astucia en los ojos. —Nunca olvides que el poder no es algo que te dan, sino algo que tomas. —Se inclinó hacia atrás, satisfecho consigo mismo, y añadió—: Y mantén siempre a tus enemigos más cerca de lo que ellos creen estar.

Jon se quedó en silencio, dejando que las palabras del enano se asentaran en su mente. Había algo inquietante en la manera en que Tyrion hablaba, como si el mundo fuera un tablero de cyvasse y él, aunque pequeño, moviera las piezas con la precisión de un maestro. Sin embargo, Jon no era un jugador. O al menos, no se consideraba uno. Para él, gobernar el Norte no era un juego, sino un deber. Pero incluso el deber, pensó, necesitaba de estrategias.

—Tienes mi agradecimiento, Tyrion —dijo finalmente, con más sinceridad de la que había planeado. El enano aunque le caía bien podía ser irritante, molesto incluso, pero no podía negar que había aprendido algo de él.

—Y tú tienes mi respeto Lobo Blanco, Jon Snow. O Stark. O Rey en el Norte, o lo que el mundo decida llamarte cuando las canciones sean escritas. —Tyrion se levantó, con dificultad pero con dignidad, y comenzó a caminar hacia la puerta. Se detuvo solo un momento para mirar a Fantasma, que estaba tumbado junto a una de las paredes, observándolo con ojos rojos como brasas. —No me comerás, ¿verdad, amigo peludo? —El lobo solo bostezo y hizo el gesto de un gruñido bajo, pero no hizo movimiento alguno.

Jon lo observó marcharse, preguntándose si volvería a ver al pequeño hombre que, en unos pocos días, había logrado revolver más problemas que la mayoría de los hombres en toda una vida. Había algo en Tyrion Lannister que desafiaba cualquier expectativa: su inteligencia afilada, su lengua rápida y, sobre todo, su habilidad para ver más allá de lo evidente. El Norte sería mejor gracias a lo que había dejado atrás. No solo taberneros enfurecidos y cofres vacíos, sino también semillas de ideas y estrategias que, si se cultivaban con cuidado, podrían cambiar el destino de su tierra.

Tres días después, Tyrion partió. Su despedida fue tan peculiar como él mismo. Abrazó a su prima Joy Hill con una afectuosa sonrisa que parecía más sincera de lo que Jon esperaba de un Lannister, antes de subir en uno de los carromatos que Jon había dispuesto. Joy lo despidió con lágrimas contenidas, mientras Tyrion, con una mezcla de dramatismo y humor, le daba su bendición como si fuera un septón. A Jon le ofreció un apretón de manos firme, acompañado de una reverencia exagerada hacia los demás presentes, lo que arrancó algunas risas. El pequeño Jon Umber se despidió de él con una palmada en el hombro que casi lo tira al suelo, y Domeric Bolton, más cortés, ofreció palabras de agradecimiento con una sonrisa más amable de lo que Jon había visto hasta entonces. Así, Tyrion desapareció entre los vientos fríos, escoltado por los cincuenta hombres que Jon le había prometido, dejando tras de sí un vacío extraño en Winterfell.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. El tiempo avanzaba con la implacable constancia de las estaciones del Norte, y Jon creció con él. Aunque todavía joven, su rostro comenzaba a mostrar las líneas de un hombre que cargaba con responsabilidades mayores que su edad. A pesar de que Howland Reed seguía actuando como su regente, su papel era más el de un consejero que el de un gobernante, dejando claro que el tendría esas responsabilidades. Las lecciones continuaron: estrategias de guerra, economía, política, y también historia, para comprender mejor las raíces del Norte y de los territorios más allá.

Jon comenzó a estrechar lazos con aquellos que lo rodeaban, encontrando en ellos no solo aliados, sino también amigos. Domeric Bolton, su escudero, se convirtió en algo más que un compañero. Su lealtad era incuestionable, y sus comentarios ingeniosos aliviaban incluso los días más tensos. Torrhen y Eddard Karstark, siempre dispuestos a acompañarlo en las largos viajes y en los entrenamientos, demostraron ser compañeros de confianza y hábiles con la espada. El pequeño Jon Umber, aunque mayor en edad, era un amigo cercano y un hermano mayor en espíritu, mientras que Rodrik Dustin, lejos de la amargura de su madre, era un reflejo del valor y la nobleza de su difunto padre, Willam Dustin o almenos eso decían los que lo conocieron.

En cuanto a las damas de sus hermanas, la relación era… compleja. Sansa, con sus maneras refinadas, tenía un grupo que reflejaba su carácter, mientras que Arya, siempre indomable, parecía más un lobo entre lobos. Val, y la supuesta dama de Arya, pasaba más tiempo con Jon y sus amigos que con su joven señora. Val le enseñó a Arya a cazar, algo que encendió la furia de Sansa, aunque esta no tuvo más remedio que callar cuando Val, con una sonrisa peligrosa, le hizo frente.

Los proyectos que Jon había heredado de su padre seguían avanzando. El canal que conectaría el Mar del Ocaso con el Mar Angosto estaba a mitad de su construcción, y aunque las dificultades eran muchas, las soluciones también lo eran. Los jardines de cristal, concebidos para alimentar al Norte incluso en los inviernos más duros, seguían levantándose con la ayuda de los mejores constructores de la región. Las flotas, tanto comercial como de guerra, estaban casi completas, y Winter Town que crecía a pasos gigantescos comenzaba a transformarse en algo más que una simple aldea. Los sistemas subterráneos de la ciudad —conductos profundos, canales de desagüe, cámaras selladas y el ambicioso acueducto— estaban en marcha, diseñados para hacerla más habitable y resistente a los duros inviernos del Norte.

Los gigantes, que cada vez acudían más a los llamados de Jon, desempeñaron un papel crucial en acelerar los proyectos de construcción. Sus manos enormes, capaces de levantar piedras que ningún hombre podría mover, eran una bendición para las murallas defensivas de Winter Town. El primer muro, de treinta metros de altura, estaba casi terminado, mientras que el segundo, planeado para alcanzar los veinte metros, ya comenzaba a levantarse. Incluso los escépticos empezaban a reconocer que Winter Town pronto sería una ciudad digna de competir con las grandes ciudades del sur.

El Norte cambiaba, y Jon con él. Había aprendido de Tyrion que el poder no se regala, se toma. Y Jon estaba decidido a tomarlo, no por ambición, sino porque sabía que solo un Norte fuerte podría sobrevivir a los largos inviernos y a los enemigos que acechaban más allá de sus fronteras. Por las noches, sentado junto a Fantasma a sus pies, Jon pensaba en los días por venir. No sabía qué futuro le aguardaba, pero sí sabía que el Norte, bajo su mando, no volvería a ser ignorado.

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Allyria Dayne odiaba a Tywin Lannister con cada fibra de su ser. Era un odio profundo, corrosivo, pero cuidadosamente contenido. Sabía que enfrentarlo abiertamente sería su perdición, así que en su lugar desplegaba una máscara perfecta: sonrisas suaves, palabras amables y un aire de sumisión que le hacía parecer la perfecta esposa de un hombre como Jaime. Ante el mundo, era una mujer callada, diligente, agradecida por el lujo que le ofrecía el Casterly Rock y por el apellido que ahora llevaba. Pero en su interior, el desprecio bullía como un río de lava bajo una capa de hielo. 

Había, sin embargo, momentos en los que sentía un retorcido placer. Eran esos instantes fugaces, cuando Joanna —su "hija" adoptiva, el producto de mentiras necesarias y juramentos incumplidos— estaba frente al viejo león. Allyria disfrutaba viendo a Tywin hablar con ella, orgulloso y satisfecho, creyendo que había asegurado el futuro de su linaje. A veces, una sonrisa maliciosa asomaba en sus labios, breve pero reveladora, aunque siempre la disipaba antes de que alguien pudiera notar su significado. 

Para Tywin, Joanna era el símbolo de su victoria. Había logrado lo que ningún otro podía: que su hijo Jaime, el hijo que había desafiado sus expectativas al convertirse en un Guardia Real, abandonara sus votos y aceptara su lugar como heredero del Rocoso Casterly. En la niña veía la posibilidad de perpetuar su legado, una nueva generación de leones dorados. 

Era un tonto, pensaba Allyria. Un hombre cuya reputación de astucia y previsión no podía ocultar su ceguera. ¿Acaso no veía a Rhaenys Targaryen frente a él? ¿No podía reconocer en los ojos oscuros de la niña la mirada de su verdadera madre, Elia Martell? Cada vez que lo pensaba, la ira y la satisfacción se entremezclaban en su pecho. Allyria Dayne era fiel a los juramentos de su casa, y había jurado proteger a los Targaryen hasta su último aliento. Pero también sabía que debía esperar. 

Jaime, por otro lado, tenía sentimientos más complejos. Para él, Joanna no era solo su hija, sino también un recordatorio de que no había fallado del todo a Rhaegar. Había protegido a Rhaenys, había salvado una pequeña parte de lo que los Targaryen habían perdido en el saqueo de King's Landing. 

Jaime y Allyria a menudo se preguntaban si Rhaenys recordaba algo. ¿Tenía algún vago recuerdo de su verdadera madre, de su hermano pequeño, de su corta vida en Red Keep? Había aprendido a caminar en los salones de aquel castillo antes de que el Rey Loco destruyera todo. Era un misterio qué fragmentos de su infancia permanecían en su mente. Pero aunque Rhaenys no recordara, Allyria sí lo hacía. Recordaba a Elia, la delicada princesa de Dorne, y a su hermano Lewyn, quien había dado su vida por los hijos de Rhaegar. 

Allyria suspiraba con frecuencia cuando pensaba en lo que debía hacerse. Jaime se negaba a actuar mientras su padre viviera, y aunque eso la desesperaba, comprendía que era un sacrificio necesario. La paciencia era su arma, pero también una pesada carga. Cuando llegara el momento, revelarían al mundo quién era realmente Joanna Lannister, pero ¿cuántos estarían dispuestos a unirse a su causa? 

El Norte era un caso perdido. Allyria sabía que los Stark no olvidaban, y aunque Eddard Stark estaba muerto, su memoria vivía en su hijo, Jon Stark, su supuesto sobrino y alguien del que apenas sabía algo, pero que, por lo que se decía, era tan inquebrantable como su padre. Con el Norte fuera de su alcance, las 240,000 espadas que podían ofrecer eran un sueño distante, quien diría que el reino tan pobre se volvería en un reino tan prospero y se volverían un gran obstáculo en tratar de conseguir el resurgir de los Targaryen.

Los Arryn podrían ser más receptivos, pero no Jon Arryn, sino algunos de sus vasallos. Si lograban reunir 10,000 espadas del Valle, sería mucho. Los Tully, tampoco eran una apuesta segura. Quizás podrían contar con unos 15,000 hombres de sus vasallos como máximo. 

Los Baratheon eran imposibles. Robert odiaba a los Targaryen con una furia que el tiempo no había apagado, y las 50,000 espadas de las Tormentas jamás se alzarían por ellos. Los Tyrell, aunque en su momento habían apoyado a los Targaryen, habían hecho poco por ellos durante la Rebelión. Con los rumores de matrimonios que podrían aliar a los Tyrell con los Stark o los Baratheon, sus 450,000 espadas también parecían inalcanzables. No confiaba en los Greyjoy, pero los 20,000 soldados y sus barcos serían útiles.

El Oeste, por supuesto, solo se uniría bajo el dominio de Jaime. La sombra de Tywin seguía siendo larga, y las tierras occidentales le eran leales por miedo y respeto. Con suerte, podrían reunir unas 60,000 o 70,000 espadas del Oeste, y las 35,000 lanzas de Dorne eran una certeza, pero no bastarían para que Rhaenys reclamara el Trono de Hierro. 

Mientras reflexionaban sobre estos desafíos, Allyria mantenía sus propios hilos en movimiento. Tenía espías en la capital, pequeños susurros que le informaban sobre los hijos de la reina. Los rumores eran fascinantes: dudas sobre la legitimidad de los niños, murmuraciones sobre caballeros de cabellera dorada y amantes secretos. Quizás esos rumores serían útiles algún día, pero por ahora, Allyria sabía que debía esperar. 

Por ahora, dejaría que el viejo león creyera que su linaje estaba seguro, que su legado era inquebrantable. Pero Allyria Dayne sabía que la verdad tenía una forma de salir a la luz, y cuando lo hiciera, el rugido del león se convertiría en un gemido ahogado. 

Pero además de sus conspiraciones también tenía una pequeña luz,Tytos, su pequeño tesoro y gran amor, se movía inquieto en su regazo, un torbellino de energía que parecía incapaz de mantenerse quieto. Una risilla infantil escapó de sus labios mientras intentaba escabullirse de los brazos de Allyria para correr hacia su hermana, quien, visiblemente aburrida, tamborileaba los dedos sobre la mesa. Allyria lo sujetó con delicadeza, aunque en su mente deseaba con todas sus fuerzas que la cena terminara pronto. 

Era una tarde sofocante, y el aire del salón del Casterly Rock parecía cargado de calor y falsedad. Los Lannister, tanto los verdaderos como los supuestos, ocupaban sus asientos en la larga mesa, intercambiando miradas y sonrisas que Allyria sabía que eran tan huecas como el eco en una cueva vacía. Allí, las apariencias lo eran todo, y cada gesto, cada palabra, estaba cargada de intenciones veladas. Allyria había aprendido a navegar en ese ambiente, pero ello no impedía que lo despreciara en lo más profundo. 

Había risas, palabras amables y sonrisas que no llegaban a los ojos. Tantas máscaras, pensó Allyria mientras observaba a los comensales. Cada gesto, cada comentario, cada mirada estaba cargado de intenciones ocultas.

De todos los presentes, solo encontraba consuelo en la compañía de Tysha, su cuñada, que intentaba sonreír pese a la evidente incomodidad que le provocaba la mirada de Tywin. Tysha estaba nerviosa, quizás porque su esposo, Tyrion, llevaba meses ausente. Debió haber regresado hacía tiempo, pero en su lugar había enviado mensajes pidiendo baúles de oro, plata y cualquier cosa de valor. Según sus propias palabras, los necesitaba para un asunto importante en el Norte, donde se había quedado más de lo esperado. 

La reunión hubiera continuado con el mismo tedio de siempre: Kevan adulando a Tywin, Tygett apartado y comienzo seriamente, y Gerion haciendo comentarios mordaces que solo lograban arrancar risas forzadas, y Allyria observando todo en silencio, si no hubiera sido por aquel sonido inconfundible.

Jaime, sentado junto a Allyria, parecía entretenido observando la dinámica familiar, mientras Joanna—quien aún se hacía pasar por hija legítima de los Lannister—jugaba distraídamente con un cuchillo en la mesa. La monotonía de la comida se rompió de pronto con un sonido peculiar: un silbido claro y familiar que resonó en el salón.

Un silbido. Claro, alegre, despreocupado.

Jaime sonrió. Joanna levantó la vista, dejó escapar una pequeña exclamación de alegría, y Tysha, tras un momento de duda, se llenó de alivio. Tyrion Lannister entró en el gran salón con el aplomo de un hombre que sabe exactamente cómo provocar a su audiencia. Silbaba una melodía alegre mientras caminaba con paso ligero, seguido de un grupo heterogéneo de hombres: soldados norteños con sus pesadas armaduras con el lobo huargo grabado y soldados Lannister que llevaban baúles, cofres y barriles. La visión de los emblemas Stark en el corazón del Casterly Rock hizo que más de uno se removiera incómodo en su asiento.

Tyrion avanzó por el salón, deteniéndose brevemente junto a cada asiento para ofrecer comentarios sarcásticos. Las risas resonaron, algunas genuinas, otras claramente forzadas. Pero Tywin no estaba para bromas. 

—¿Se puede saber qué has estado haciendo, Tyrion? —preguntó con su habitual tono autoritario, sus ojos dorados fijos en su hijo. No se molestó en disimular su disgusto al ver a los soldados Stark. 

Tyrion sonrió ampliamente, sin inmutarse por la frialdad de su padre. —¡Oh, padre querido! He estado viviendo la mayor de las aventuras. He recorrido el lejano Norte, esas tierras heladas que parecen otro mundo. He visto bloques de hielo tan grandes como castillos flotando en el mar, gigantes tan altos que podrían aplastar esta mesa con un solo paso, y mamuts cubiertos de pelo, ¡tanto pelo como nuestra querida tía Genna! 

Una carcajada escapó de Gerion, y algunos de los otros presentes no pudieron evitar reír también. Tywin, en cambio, mantuvo su rostro pétreo, aunque sus labios se apretaron con visible molestia. 

—¿Y qué hacen aquí esos soldados Stark? —continuó Tywin, ignorando el tono jovial de Tyrion. 

—Ah, esos hombres, padre —respondió Tyrion con teatralidad—. Fueron un generoso préstamo del honorable Jon Stark, también conocido como el Lobo Blanco. Es un hombre de lo más hospitalario, te lo aseguro. Incluso me salvó la vida cuando un oso decidió que yo sería su cena. Y no solo eso, también salvó a tu querida sobrina, Joy. 

Tywin frunció el ceño, mientras Jaime no podía evitar una sonrisa maliciosa al ver la creciente incomodidad de su padre. Allyria, por su parte, observaba con interés. ¿Qué estaba tramando Tyrion? 

El Gnomo se acercó a su esposa, inclinándose para besar su mano con una teatralidad que hizo reír a Tysha. Luego sacó un collar de perlas azules de uno de los baúles y se lo ofreció. —Para ti, mi amor. Estas perlas provienen de las frías aguas del Norte, un pequeño recuerdo de mis travesías. 

Tysha tomó el collar con reverencia, sus ojos brillando de emoción. Las perlas eran exquisitas, y su color parecía capturar la esencia misma del hielo. 

—Pero no se preocupen —continuó Tyrion, dirigiéndose al resto de la mesa—. No he olvidado a ninguno de ustedes. Traje marfil de mamut, dientes de ballena, gemas extraídas de las profundidades heladas y barriles de el licor de los dioses. Es fuerte, amargo, y lo más probable es que los hara ver doble después de un solo vaso y otras maravillas que ahora están siendo desembarcadas de mi pequeño barco.

Mientras hablaba, varios hombres comenzaron a abrir los baúles, mostrando los exóticos tesoros del Norte. Las gemas brillaban bajo la luz del salón, y los dientes de ballena y el marfil eran impresionantes en su blancura. Pero entonces Tywin, con su habitual tono cortante, preguntó: 

—¿Escuché que perdiste hombres? 

El salón quedó en silencio, y algunos de los presentes se removieron incómodos. 

—Oh, sí, un hecho lamentable, padre —respondió Tyrion, sin perder su sonrisa—. Un oso, enorme y furioso, apareció de la nada. Si no fuera por el joven Lord Stark, todos habríamos terminado como su cena. 

La incredulidad en el rostro de Tywin era evidente. —¿Me estás diciendo que soldados Lannister murieron a manos de un oso? 

Antes de que Tyrion pudiera responder, aplaudió con fuerza, y varios de los hombres Stark que le acompañaban levantaron una enorme bandeja de plata sobre la que descansaba la descomunal cabeza de un oso. Era una visión aterradora, con sus ojos vidriosos y sus colmillos manchados de sangre seca. 

El salón se llenó de murmullos de admiración y sorpresa. Joanna y Tytos miraban con fascinación, y hasta Jaime parecía impresionado. Tywin, sin embargo, permanecía en silencio, sus ojos verdes fijos en la cabeza del oso como si intentara leer un mensaje oculto en su piel. 

Tyrion levantó su copa con una sonrisa triunfal. —Por las aventuras, padre. Y por los aliados inesperados.

—Un obsequio para ti, mi amada. Estas perlas provienen de las heladas aguas del Norte. Pero no os preocupéis —añadió con una sonrisa dirigida al resto—, traje regalos para todos. Marfil de mamut, dientes de ballena, gemas de los mares 

Tysha contempló las perlas con los ojos llenos de asombro. Las sostuvo entre sus dedos como si fueran el tesoro más precioso del mundo. Allyria, que había observado la escena con atención, dejó escapar una sonrisa sincera, algo raro en ella durante estas reuniones. Jaime, sentado junto a ella, parecía disfrutar tanto del espectáculo como de la expresión agria en el rostro de su padre.

—He oído que perdiste a algunos de nuestros hombres —dijo Tywin, su tono cortante como una hoja.

—Un hecho lamentable, padre —respondió Tyrion con un encogimiento de hombros exagerado—. Un oso nos sorprendió en medio de un paso montañoso. Si no hubiera sido por el joven Lord Stark, que llegó justo a tiempo, ninguno de nosotros estaría aquí para contarlo. Incluso nuestra querida Joy quedó totalmente fascinada por su salvador.

Las palabras de Tyrion provocaron suspiros de asombro entre los más jóvenes de la mesa, mientras Joanna y Tytos miraban a su tío con ojos llenos de admiración. Tywin, en cambio, estaba furioso, aunque hacía un esfuerzo por mantener la compostura.

—¿Un oso? —repitió con incredulidad. —¿Quieres decir que buenos soldados Lannister fueron asesinados por un simple oso?

Tyrion respondió con una sonrisa traviesa antes de aplaudir con fuerza. Los soldados que lo acompañaban se acercaron al centro del salón, llevando consigo un enorme baúl. Con esfuerzo, lo abrieron para revelar la cabeza de un oso descomunal, con colmillos largos y ojos que aún parecían destilar una amenaza primitiva. La depositaron sobre una bandeja de plata, provocando exclamaciones de asombro entre los presentes. El salón se llenó de murmullos cuando la gigantesca cabeza del oso fue depositada sobre la bandeja de plata. La expresión de cada Lannister en la mesa oscilaba entre la admiración y la incredulidad. Los ojos de Joanna, tan brillantes como los de su abuelo, brillaron con auténtica fascinación. Apenas Tywin había articulado su fría observación cuando la niña, con la temeridad que solo la juventud podía permitir, se levantó de su asiento. 

—Es increíble —dijo Joanna, acercándose con pasos delicados pero decididos. Sus delgados dedos exploraron la aspereza del pelaje y luego descendieron hacia los colmillos, afilados como dagas. Su toque infantil pero curioso arrancó una leve sonrisa a Jaime, mientras Allyria, su madre adoptiva, contenía la respiración.

—Ten cuidado, cariño —dijo Allyria con voz suave, pero cargada de preocupación.

—Lo tendré, madre —replicó Joanna sin apartar la vista del trofeo. 

Tytos, su hermano menor, ya comenzaba a removerse en su asiento, la envidia infantil reflejada en sus movimientos. Allyria cedió con un suspiro y permitió que el niño se acercara, aunque mantuvo una mano protectora en su hombro. Jaime observaba todo con una mezcla de diversión y melancolía. Por un instante, pareció olvidar que el título de heredero lo ataba como un grillete invisible a las piedras de Casterly Rock.

—Interesante —pronunció Tywin finalmente, su tono neutral, casi despectivo, aunque sus ojos no se apartaban de la cabeza del oso. El León de Roca Casterly rara vez demostraba sus pensamientos, pero su mandíbula apretada delataba su incomodidad.

—Oh, mucho más que eso, padre —respondió Tyrion, sus labios curvados en una sonrisa que era a la vez burlona y triunfal. Se inclinó levemente hacia Tysha, su esposa, y añadió con descaro—. Es un obsequio del joven Lord Stark, la cabeza de la bestia que acabó con algunos de nuestros hombres. También me envió su piel. Estoy seguro de que será un tapete espléndido para nuestra alcoba. 

Tysha enrojeció ante la insinuación de su esposo. La piel de oso sería sin duda un adorno majestuoso, pero las palabras de Tyrion tenían un filo que ninguno de los presentes pudo ignorar, menos que nadie Tywin, cuya mirada se endureció aún más. 

—Hermano, parece que tuviste una verdadera aventura —dijo Jaime, dejando de lado su usual cinismo. Había en su voz una pizca de anhelo, un eco de los sueños de juventud que el deber había sepultado.

—Oh, más que una aventura, querido hermano. He visto tierras donde el frío corta más que cualquier espada, donde incluso el animal más pequeño lleva un abrigo de pelo que haría palidecer cualquier barba de todos los presentes. Y los hombres... los hombres del Norte tienen algo de lobo en la mirada. Quizás por eso el joven Stark resultó ser un anfitrión tan encantador.

Mientras Tyrion narraba sus peripecias, los ojos de Allyria se fijaron en su cuñado con creciente inquietud. Había algo en la forma en que el enano observaba a Joanna, una chispa de conocimiento peligroso, un juego que solo él parecía entender. Y cuando Tyrion extrajo de entre los pliegues de un manto de lana roja un colmillo tallado, supo que la amenaza no era imaginaria.

—Oh, querida sobrina, este es para ti —anunció Tyrion, alzando el colmillo hacia Joanna. La joven lo tomó con ambas manos, sus ojos agrandados por la fascinación. 

—Es un dragón —dijo Joanna, su voz cargada de asombro. El tallado era impecable: las alas membranosas parecían listas para alzar el vuelo, las fauces abiertas como si estuviera a punto de exhalar fuego.

—Un dragón marino, según los salvajes del Norte. Este está esculpido en el colmillo de una morsa. Me costó un barril de mi amado whisky, pero créeme, valió cada gota.

La referencia al whisky llamó la atención de Jaime, quien se inclinó hacia adelante, interesado. Allyria, sin embargo, sintió que el aire se volvía pesado, casi sofocante. El dragón era un mensaje, una advertencia envuelta en un regalo. Jaime también lo entendió, y por un instante, los ojos de ambos se encontraron en un entendimiento mudo.

—¿Qué es el whisky? —preguntó Jaime, intentando desviar la atención. 

La pregunta iluminó el rostro de Tyrion como un niño frente a un juguete nuevo.

—El regalo de los antiguos dioses a los verdaderos bebedores. Un licor fuerte, tan ardiente como las mujeres de Dorne, tan oscuro como las minas de nuestra querida Roca. Y, créeme, tan escaso en el Sur como la honestidad en esta sala.

Las risas se alzaron, aunque varias fueron nerviosas. Tyrion aprovechó el momento para extender sus historias, describiendo los osos gigantes, las ballenas que surcaban las heladas aguas del Norte, y las fortalezas de hielo que parecían construidas por manos divinas. Pero cuando sugirió que tanto Jaime como Joanna debían acompañarlo en su próxima expedición, sus palabras adquirieron un tono distinto.

—Tienes que venir conmigo al Norte, hermano. Tú también, querida sobrina. Créeme, hay grandes sorpresas ocultas en esa tierra lejana. Incluso podrías encontrar a un joven Stark tan guapo como valiente.

Las palabras eran una daga envuelta en terciopelo. Allyria sabía que Tyrion nunca hablaba en vano, y sus insinuaciones tenían un propósito claro. Había visto algo, descubierto una verdad que podría desmoronar las torres doradas de los Lannister. Tywin lo sabía también. Sus ojos ardían de furia contenida, mientras las risas y los murmullos continuaban en torno a la mesa. 

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