El sol matutino bañaba Konoha con un resplandor dorado que daba vida a los tejados de madera y las calles adoquinadas. Los aldeanos ya llenaban la aldea con su actividad habitual: vendedores colocaban mercancías en sus puestos, niños corrían entre los callejones jugando, y los ninjas se preparaban para misiones diarias. Era un día perfecto para casi todos... excepto para Naruto Uzumaki.
Despertó de golpe, el sonido de la aldea activa y un rayo de sol atravesando su ventana lo sacaron bruscamente del sueño. Su corazón latía con fuerza, y en cuanto sus ojos se posaron en el reloj al lado de su cama, se dio cuenta de que la mañana había avanzado mucho más de lo que debía.
—¡Carajo! —gritó, el eco resonando en su pequeño apartamento mientras se levantaba de un salto.
Pasó una mano por su cabello rojo alborotado, ahora aún más desordenado que de costumbre, y maldijo internamente por haberse quedado dormido. Su cuerpo, todavía adolorido por el entrenamiento de las noches anteriores, protestaba con cada movimiento, pero no tenía tiempo para lamentarse. Revolvió la caótica habitación, apartando pergaminos medio desenrollados, kunais y shurikens dispersos, y una montaña de ropa arrugada hasta que encontró una camiseta naranja deslavada y un par de pantalones oscuros. No era su atuendo típico, pero no podía ser exigente. Se colocó los goggles verdes sobre la frente y se ató el cabello en una coleta apresurada que apenas mantenía el orden.
El sonido de la aldea en plena actividad lo motivó a salir disparado. Abrió la puerta con fuerza y bajó las escaleras de madera casi tropezando, sus pasos resonaban como tambores en el edificio silencioso. Una vez en la calle, su carrera se transformó en una maniobra de ninjutsu social improvisado. Esquivó con agilidad una carretilla llena de frutas, saltó sobre un perro que le ladró indignado y pasó entre un grupo de aldeanos que apenas lograron apartarse a tiempo. Los murmullos de protesta y ceños fruncidos lo siguieron, pero Naruto apenas los notó; su único objetivo era llegar a la academia antes de que Iruka-sensei comenzara otra reprimenda.
El aire fresco de la mañana golpeaba su rostro, despejando los restos de sueño y limpiando el sudor que empezaba a acumularse en su frente. A pesar del dolor en sus piernas, que aún recordaban las intensas prácticas nocturnas, el impulso de la adrenalina lo empujaba hacia adelante. Sabía que no podía volver a llegar tarde, no después de la última vez, cuando Iruka lo había fulminado con una mirada severa que, aunque firme, siempre contenía una dosis de paciencia que solo él parecía tener para Naruto.
Finalmente, la academia apareció ante él, imponente y familiar entre los árboles que la rodeaban. Su estructura de ladrillos rojizos y ventanas altas se alzaba como una fortaleza de conocimiento, un desafío que Naruto enfrentaba todos los días. Desde afuera, ya podía escuchar las voces de sus compañeros en las aulas, amortiguadas por la distancia. Sin detenerse, subió los escalones de dos en dos, su respiración cada vez más agitada. Cruzó el pasillo y, con un último esfuerzo, empujó la puerta del aula.
El estruendo de la puerta al abrirse de golpe cortó todas las conversaciones en seco. Naruto, jadeando y cubierto de sudor, se quedó en el marco de la entrada con la mano aún sobre la puerta, tratando de recuperar el aliento. Los ojos de sus compañeros se clavaron en él, algunos con sorpresa, otros con diversión, y otros, como siempre, con una mezcla de molestia e incredulidad. La escena se detuvo por un instante, el silencio llenando el aula mientras Iruka lo observaba desde el frente con una ceja levantada y los brazos cruzados.
—Naruto... —dijo Iruka, su tono calmado pero cargado de un significado que hizo que el joven Uzumaki tragara saliva.
—L-lo siento, Iruka-sensei. Se me... se me pasó la hora otra vez —murmuró mientras entraba al salón y cerraba la puerta tras de sí. Sus pasos resonaron pesados mientras buscaba su asiento, su rostro ligeramente sonrojado tanto por la vergüenza como por el esfuerzo.
Iruka soltó un suspiro, uno que parecía contener años de paciencia acumulada, y se pasó una mano por la frente antes de girarse hacia el resto de la clase.
Los murmullos que llenaban el aula se apagaron poco a poco, reemplazados por miradas que se desviaban hacia Naruto. Algunos compañeros lo observaban con diversión apenas disimulada; otros, como Shikamaru, apenas alzaron una ceja con un bostezo perezoso antes de volver a apoyar la cabeza sobre sus brazos. Kiba, con su típica energía, soltó una risa baja, mientras Akamaru ladraba suavemente desde su mochila como si compartiera la broma. Hinata, sentada al fondo, desvió la mirada rápidamente, las mejillas teñidas de un leve rubor.
Sasuke, con su postura relajada y su mirada cargada de indiferencia, dejó escapar un resoplido de desdén antes de volver a fijar los ojos en la pizarra, como si la presencia de Naruto no mereciera más de un segundo de su atención. Sakura, por otro lado, suspiró con frustración, llevándose una mano a la frente en un gesto que claramente expresaba su exasperación. Murmuró algo entre dientes que probablemente incluía una queja sobre la falta de responsabilidad de Naruto.
—Naruto, otra vez llegas tarde —dijo Iruka, con una voz firme que intentaba equilibrar la disciplina y la empatía.
Naruto, aún de pie junto a la puerta, se rascó la nuca con una sonrisa nerviosa. Su rostro, todavía enrojecido por el esfuerzo de correr hasta la academia, traicionaba el torbellino de emociones que sentía: vergüenza, arrepentimiento y, sobre todo, el deseo de no defraudar a Iruka.
—¡Lo siento, Iruka-sensei! Me quedé dormido… otra vez —respondió con una risa torpe, tratando de aligerar el momento.
El maestro lo observó durante unos segundos, evaluando si debía reprenderlo más duramente. Sin embargo, conocía a Naruto lo suficiente como para saber que detrás de su actitud despreocupada había un joven que cargaba con mucho más de lo que dejaba ver. Finalmente, Iruka sacudió la cabeza y señaló con un gesto hacia el asiento habitual de Naruto.
—Siéntate, y trata de poner atención esta vez.
—¡Sí, señor! —respondió Naruto con energía, moviéndose a toda prisa hacia su asiento al fondo del aula, mientras algunas risitas apagadas se escuchaban entre sus compañeros.
Dejó caer su mochila al suelo con un sonido sordo y se desplomó en su asiento, soltando un largo suspiro aliviado. Durante unos segundos, permaneció quieto, tratando de recuperar el aliento y calmar los latidos acelerados de su corazón. A pesar del alivio inicial, la incomodidad de haber llegado tarde se mezclaba con su determinación. No puedo seguir así, pensó, apretando los puños con fuerza bajo la mesa. Había hecho una promesa, una de esas que nacen desde lo más profundo del alma: demostrar que era más que el chico desordenado y lleno de energía que todos conocían. Cada error era una piedra en su camino, pero también un recordatorio de que debía seguir adelante.
A su lado, Hinata Hyuga mantenía su postura perfecta, con sus ojos perlados fijos en la pizarra. Sin embargo, cada pocos segundos, desviaba la mirada hacia Naruto, como si quisiera asegurarse de que estaba bien. Un tenue rubor coloreaba sus mejillas, dándole un aire aún más delicado. Naruto no entendía por qué Hinata siempre parecía tan nerviosa cuando estaba cerca, pero esa pequeña sonrisa que a veces se formaba en sus labios le resultaba... reconfortante. Era un contraste refrescante con el bullicio y las críticas constantes de otros compañeros. Aunque no le daba demasiada importancia, en el fondo, Naruto sentía que la suavidad de Hinata era algo que equilibraba el caos de su vida diaria.
Al otro lado de la clase, Kiyomi Uchiha, una de las pocas personas que nunca lo juzgaba, le lanzó una sonrisa cómplice. Sus ojos oscuros brillaban con un toque de diversión, como si sus constantes retrasos y sus torpezas fueran más entretenidos que molestos. Kiyomi era diferente a sus hermanos. Mientras que Sasuke siempre lo miraba con desprecio, y Yuzuki mantenía una distancia calculada, Kiyomi irradiaba una calidez que desafiaba la reputación fría de su clan. Naruto apreciaba esos gestos silenciosos; eran pequeños recordatorios de que no todos lo veían como un fastidio. Aunque no podía decir que fueran amigos cercanos, la presencia de Kiyomi era un alivio en medio de la tensión que solía sentir en clase.
Iruka retomó su lección con la misma paciencia y autoridad de siempre, trazando en la pizarra secuencias de sellos manuales que los aspirantes a ninja debían memorizar. Su voz resonaba con fuerza, explicando cómo la fluidez del flujo de chakra podía depender de un solo movimiento bien ejecutado. El polvo de tiza flotaba en el aire mientras los rayos del sol atravesaban las ventanas, proyectando sombras sobre los pupitres y dando un aire solemne al aula. La lección, aunque técnica, estaba impregnada de la pasión característica de Iruka, quien hablaba no solo para enseñar, sino también para inspirar.
Naruto intentó concentrarse, sacando un pergamino desgastado de su mochila y garabateando algunas notas torpes. Sin embargo, su mente parecía tener otros planes. Mientras la voz de Iruka llenaba la sala, sus ojos vagaron hacia la ventana más cercana. Más allá del cristal, el cielo despejado se extendía como una promesa de libertad. Las hojas de los árboles se mecían suavemente bajo la brisa, y Naruto casi podía sentir el aire fresco en su rostro. Cada movimiento de las ramas le recordaba las tardes que pasaba entrenando, tratando de dominar nuevos jutsus, sintiendo cómo su chakra fluía con fuerza y determinación.
Dejó escapar un suspiro largo, deseando estar afuera, lejos de los pupitres y las miradas ocasionales de sus compañeros. Quería sentir la tierra bajo sus pies, el calor de su energía interna mientras intentaba canalizarla para perfeccionar una técnica. Todo esto es importante, se recordó, mirando de reojo a la pizarra. Iruka tenía razón; el control de los sellos de manos era vital para cualquier ninja. Si quería alcanzar sus sueños, no podía darse el lujo de distraerse. Apretando el lápiz con renovada resolución, Naruto inclinó la cabeza sobre el pergamino y se obligó a prestar atención.
Sin embargo, no pudo evitar notar cómo los rayos del sol que se filtraban por las ventanas iluminaban las caras de sus compañeros. Sakura estaba inclinada sobre su cuaderno, tomando notas con minuciosidad, sus movimientos tan precisos como los sellos de manos que Iruka dibujaba. Shikamaru, en cambio, parecía apenas despierto, su cabeza descansando sobre sus brazos cruzados mientras sus ojos se cerraban lentamente. Choji mordisqueaba distraídamente un pequeño bocadillo, mientras Kiba, siempre inquieto, jugueteaba con Akamaru escondido en su chaqueta.
La clase avanzaba, y aunque Naruto lograba captar fragmentos de la lección, su mente seguía revoloteando entre la promesa que se había hecho y el deseo de probarse a sí mismo. Cada palabra de Iruka resonaba con un peso especial, como si fueran piezas de un rompecabezas que Naruto debía completar para dar el siguiente paso en su camino. Mientras el sol seguía su curso en el cielo, Naruto supo que este día, como todos los demás, era una oportunidad más para demostrar que podía superar sus límites.
El repiqueteo metálico de la campana resonó en todo el aula, dando inicio al receso. Como si ese sonido hubiera roto un hechizo, la clase pasó del silencio disciplinado al bullicio característico de un grupo de jóvenes ansiosos por relajarse. Los estudiantes comenzaron a sacar bentos cuidadosamente preparados, paquetes de golosinas y bebidas, formando pequeños grupos donde las risas y las conversaciones animadas llenaban el aire.
Naruto, aún en su asiento, observaba el ajetreo con una mezcla de incomodidad y anhelo. Se llevó una mano al estómago cuando este gruñó audiblemente, recordándole que había salido de casa apresurado y sin nada que comer. Tampoco tenía dinero, como de costumbre, y el vacío en su estómago parecía resonar más fuerte cada vez que veía a sus compañeros disfrutar de sus almuerzos. Sus ojos bajaron hacia el escritorio, y por un momento, se sintió pequeño, una sombra al margen de aquel mundo ruidoso y animado.
Justo cuando se disponía a levantarse para pasar el receso bajo algún árbol, lejos de las miradas curiosas, un toque suave en su hombro lo hizo girar. Al volverse, se encontró con Hinata Hyuga, quien sostenía una pequeña caja de almuerzo envuelta en un paño azul. Sus ojos perlados se desviaron hacia el suelo, y sus mejillas, sonrojadas, contrastaban con su expresión tímida pero decidida.
—Na-Naruto-kun... —su voz era apenas un susurro, temblorosa pero firme. Extendió el bento hacia él, sus manos temblando ligeramente—. Si... si quieres... p-puedes tomar un poco de mi comida.
Naruto parpadeó, sorprendido por el gesto. Durante un momento, no supo qué decir. Hinata era conocida por su extrema timidez, y el simple hecho de que se acercara y le ofreciera algo así lo dejó sin palabras. Tras unos segundos de silencio incómodo, finalmente sonrió, una de esas sonrisas amplias y sinceras que iluminaban su rostro y hacían que sus ojos azules brillaran con gratitud.
—¿De verdad, Hinata? —preguntó, su voz cargada de asombro y alegría.
Hinata asintió rápidamente, sin levantar la mirada, pero la calidez en su pecho creció al ver cómo la sonrisa de Naruto llenaba el espacio entre ellos. Para ella, ese pequeño momento era un triunfo, una chispa de valentía que había brotado por su deseo de apoyarlo.
—Gracias, Hinata, ¡de verdad! —Naruto tomó el bento con cuidado, como si fuera un objeto preciado, y al abrirlo, sus ojos se iluminaron. Los pequeños onigiris, verduras perfectamente cortadas y una porción de pescado parecían tan bien preparados que casi le daba pena comerlos. Sin embargo, el rugido en su estómago no le dio tiempo para dudar.
Mientras mordía uno de los onigiris, soltó una exclamación de asombro—. ¡Está delicioso, Hinata! ¡Gracias! —dijo con la boca llena, su entusiasmo haciendo que algunos compañeros se giraran para mirar la escena. Hinata, con el rostro completamente rojo, se llevó una mano a los labios, intentando ocultar la pequeña sonrisa que se formó al ver la felicidad de Naruto.
Pero antes de que pudiera responder, una segunda mano tocó el hombro de Naruto. Esta vez, el toque era más firme, acompañado de una voz cálida pero con un dejo de travesura.
—¿Qué, ya te estás llenando, Naruto-kun? —dijo Kiyomi Uchiha, inclinándose ligeramente hacia él mientras le tendía un pequeño recipiente que desprendía un aroma especiado. Sus ojos oscuros, brillantes con una mezcla de amabilidad y diversión, lo miraban con atención, como si buscaran medir su reacción.
Naruto parpadeó, sorprendido. No era común que alguien, y menos un Uchiha, se tomara la molestia de ofrecerle algo. Sin embargo, Kiyomi siempre había sido distinta. Su actitud abierta y amistosa contrastaba con la frialdad de Sasuke o la calculadora distancia de Yuzuki. Había algo en ella, una chispa juguetona y cálida que desafiaba la seriedad que solía caracterizar a su clan.
—Wow, ¿tú también? —dijo Naruto, rascándose la nuca con una sonrisa torpe mientras tomaba el recipiente. El murmullo en la clase se hizo más fuerte; algunos estudiantes observaban con curiosidad, y otros, como Kiba, reían entre dientes.
—Espero que te guste —respondió Kiyomi, cruzándose de brazos mientras lo observaba con una expresión que mezclaba orgullo y diversión—. Lo preparé yo misma, aunque si no te gusta, no me hago responsable.
Naruto abrió el recipiente con curiosidad, revelando un guiso aromático con arroz, verduras y especias que le hicieron agua la boca al instante. Sin dudarlo, tomó un bocado, y sus ojos se iluminaron al sentir el estallido de sabores intensos y cálidos.
—¡Esto también está increíble! ¡Eres una gran cocinera, Kiyomi! —exclamó con entusiasmo, haciendo que Kiyomi sonriera ampliamente, mientras inclinaba la cabeza con una expresión que parecía decir "lo sé".
—Me alegra que te guste. Tal vez deba preparar más para ti en el futuro... claro, si te portas bien —respondió ella con un guiño, su tono juguetón arrancándole una risa nerviosa a Naruto.
Hinata, que observaba la escena, bajó la mirada, apretando las manos en su regazo. Aunque estaba feliz de que Naruto disfrutara de su comida, no podía ignorar la calidez y naturalidad con la que Kiyomi interactuaba con él. En comparación, su propio esfuerzo parecía pequeño, apenas un susurro frente a la vibrante presencia de la Uchiha.
Naruto, ajeno a la tensión silenciosa, continuó disfrutando de ambos almuerzos, agradecido por los gestos que lo habían sacado de su habitual soledad. Para él, esos momentos eran más que comida: eran pruebas de que no estaba completamente solo. Aunque no lo sabía, tanto Hinata como Kiyomi, cada una a su manera, lo estaban viendo de una forma que él apenas comenzaba a comprender.
El aula parecía haberse transformado en un escenario donde cada movimiento era observado con atención. Los murmullos de los estudiantes llenaban el ambiente, pero ninguno era lo suficientemente fuerte como para opacar la tensión en el aire. Naruto, sentado en su lugar habitual, sostenía con cuidado el pequeño paquete que Hinata acababa de entregarle. Sus ojos azules brillaban con una mezcla de gratitud y desconcierto, como si no terminara de creer que alguien hubiera hecho algo tan amable por él.
Hinata, de pie frente a él, intentaba reunir el coraje para mantenerse firme. Su corazón latía con fuerza, tanto por los nervios como por la alegría de haber dado ese paso. Sentía las miradas de sus compañeros clavadas en su espalda, pero no le importaba. Lo único que realmente quería era que Naruto sonriera, y su deseo se cumplió al ver cómo él levantaba la cabeza y le dedicaba una de sus sonrisas radiantes.
Naruto estaba atónito, frente a él, Hinata, con el rostro encendido de un rojo profundo, le ofrecía un paquete de panes de canela envueltos cuidadosamente en un paño limpio. Su voz, aunque apenas un susurro, llevaba consigo una determinación que contrastaba con sus nervios visibles.
—Na-Naruto-kun... yo... esto... —Hinata tragó saliva, sintiendo cómo el nudo en su garganta casi le impedía hablar—. Lo-los hice yo. Quería... quería compartirlos contigo.
Naruto parpadeó, sorprendido por el gesto. Hinata, siempre tan callada y tímida, se había esforzado en acercarse a él de una manera que le parecía increíblemente valiente. Miró el paquete que ella sostenía, notando el temblor en sus manos y los dedos que apretaban ligeramente el paño, como si ese pequeño objeto fuera un escudo contra su propia timidez.
—Hinata... ¡gracias! —dijo finalmente, con una sonrisa tan amplia que casi pareció iluminar la habitación. Tomó el paquete con cuidado, como si fuera un regalo precioso. Al abrirlo, el aroma dulce de la canela lo envolvió, recordándole los días fríos de invierno cuando solía soñar con tener algo así para comer. El simple gesto de Hinata le llenó el corazón de una calidez inesperada.
Hinata bajó la mirada rápidamente, jugando nerviosa con las mangas de su chaqueta. Sus mejillas estaban completamente encendidas, y su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que todos a su alrededor podían escucharlo. Pero, a pesar de su nerviosismo, había algo de satisfacción en su pecho al ver la alegría en el rostro de Naruto.
Hinata asintió rápidamente, incapaz de decir algo más sin que su nerviosismo la traicionara. Bajó la mirada, aunque no pudo evitar echar un vistazo fugaz a Naruto mientras él desempaquetaba los panes de canela. El dulce aroma llenó el aire, y Naruto dejó escapar una exclamación de asombro antes de morder uno.
—¡Están increíbles! ¡Eres una excelente cocinera, Hinata! —exclamó con entusiasmo, sus palabras sinceras haciendo que el rubor de la Hyuga se intensificara.
Sin embargo, antes de que Naruto pudiera tomar un bocado, Kiyomi avanzó unos pasos, interrumpiendo el momento con la seguridad que la caracterizaba. Su presencia era magnética, y los murmullos de la clase aumentaron mientras algunos compañeros intercambiaban miradas cómplices. Kiyomi llevaba en sus manos un pequeño recipiente cuidadosamente decorado que contrastaba con su actitud despreocupada.
—Vaya, parece que estás siendo muy consentido hoy, Naruto-kun —dijo Kiyomi Uchiha mientras se acercaba con pasos seguros, sus ojos oscuros centelleando con una mezcla de diversión y curiosidad.
La Uchiha tenía esa forma única de atraer la atención de todos sin siquiera intentarlo. Su porte era elegante pero relajado, y la chispa traviesa en su sonrisa hacía que pareciera estar disfrutando de una broma que solo ella entendía. En sus manos llevaba un pequeño recipiente decorado con motivos florales, que colocó con un movimiento fluido frente a Naruto.
—Yo también traje algo para ti. Lo preparé esta mañana. ¿Por qué no pruebas y me dices qué tal está? —dijo, inclinando ligeramente la cabeza mientras cruzaba los brazos, como si esperara con confianza su veredicto.
Naruto miró el recipiente y luego a Kiyomi, visiblemente sorprendido. No era común que alguien del prestigioso clan Uchiha, y mucho menos alguien como Kiyomi, le ofreciera algo. La calidez y seguridad con las que actuaba lo desconcertaban tanto como lo intrigaban. Aun así, no pudo evitar sonreír.
—¡Wow, Kiyomi, gracias! Seguro que está delicioso —respondió mientras abría el recipiente, revelando un guiso especiado que inmediatamente le hizo agua la boca.
Mientras Naruto probaba la comida, Kiyomi se volvió hacia Hinata con una sonrisa que parecía inocente, pero que contenía un matiz de desafío. Hinata, aún luchando por controlar sus nervios, apretó ligeramente los puños. No estaba acostumbrada a competir por la atención de Naruto, pero tampoco estaba dispuesta a retroceder. Aunque su timidez era evidente, algo en su interior le daba la fuerza para mantenerse allí, observando la interacción entre Naruto y Kiyomi.
—Esto está increíble, Kiyomi. ¡Eres tan buena cocinera como Hinata! —dijo Naruto con entusiasmo, alternando miradas entre ambas chicas. No se dio cuenta de cómo sus palabras encendieron chispas en los ojos de Ino, quien observaba desde su lugar.
Ino frunció ligeramente el ceño, incapaz de comprender por qué sentía un pequeño pinchazo en el pecho al ver a Naruto rodeado de tanta atención. Después de todo, ella estaba interesada en Sasuke, o eso se repetía constantemente. Sin embargo, la indiferencia de Sasuke y su carácter distante comenzaban a resultarle agotadores. Naruto, por otro lado, siempre era amable, cálido y genuino, características que nunca había valorado del todo hasta ahora.
Sasuke, al otro lado del aula, observaba la escena con una mezcla de irritación y desconcierto. Los gestos de su hermana hacia Naruto eran algo que no podía entender, y el hecho de que Hinata también estuviera involucrada solo añadía más confusión. Con un chasquido de lengua, apartó la mirada, mientras Yuzuki, su otra hermana, permanecía en silencio, pero con el ceño fruncido. Para ambos, el interés de Kiyomi en alguien como Naruto desafiaba la lógica de todo lo que les habían enseñado sobre el prestigio y las responsabilidades del clan Uchiha.
Shikamaru, recostado en su asiento, miraba la escena con una expresión aburrida, pero en el fondo, la dinámica que se desarrollaba frente a él le parecía interesante, aunque demasiado problemática para su gusto. "Qué problemático", murmuró en voz baja, pero incluso él no pudo evitar mirar de reojo el curioso desarrollo. Choji, a su lado, seguía comiendo patatas como si nada, aunque de vez en cuando levantaba una ceja, entretenido por los gestos nerviosos de Hinata y la actitud confiada de Kiyomi.
Naruto, ajeno a la tensión y los pensamientos de sus compañeros, siguió disfrutando de la comida que ambas chicas le habían ofrecido. Para él, aquellos momentos eran más valiosos de lo que podía expresar. No estaba acostumbrado a que nadie hiciera algo especial por él, y el simple hecho de que Hinata y Kiyomi se hubieran tomado el tiempo de cocinar para él lo llenaba de una calidez que rara vez sentía.
Kiyomi, con una sonrisa ladina, le dio un ligero golpe en el hombro a Naruto.
—Deberías acostumbrarte, Naruto-kun. Si sigues así, tal vez me anime a cocinar para ti más seguido —dijo con un tono despreocupado, pero sus ojos brillaban con un interés que no trató de ocultar.
Hinata, al escuchar esto, apretó ligeramente el paño de su bento. Su corazón seguía latiendo con fuerza, pero dentro de ella, una chispa de determinación comenzaba a brillar. Aunque los nervios todavía la dominaban, no podía permitir que su timidez la apartara de quien consideraba su mayor inspiración. Si Kiyomi era directa, entonces ella debía ser valiente, aunque cada palabra le costara un esfuerzo titánico.
El aula volvió poco a poco a su bullicio habitual, pero para Naruto, Hinata y Kiyomi, ese pequeño intercambio había cambiado algo, aunque aún no podían entender exactamente qué.
El aula bullía con un murmullo suave, casi reverente, como si todos los estudiantes estuvieran al tanto de que algo inusual estaba sucediendo. Las miradas iban y venían entre Naruto, Hinata y Kiyomi, como si el trío se hubiera convertido, de repente, en el centro de un drama que ninguno podía dejar de observar. Incluso Iruka, desde su posición junto a la pizarra, no pudo evitar dirigir una mirada curiosa hacia la interacción. Aunque trataba de mantener la compostura de un maestro, no era ajeno a la importancia de esos pequeños momentos en la vida de sus estudiantes.
Iruka recordaba con claridad los días en que Naruto se quedaba solo en el columpio del parque, apartado de los demás niños. Saber que ahora tenía la atención y la amabilidad de sus compañeras le llenaba de una inesperada satisfacción. Era como ver un árbol joven finalmente recibiendo la luz que necesitaba para crecer fuerte.
Naruto, por su parte, estaba atrapado en una maraña de emociones nuevas. La sonrisa descarada de Kiyomi, cargada de una confianza que parecía inquebrantable, chocaba con la dulce torpeza de Hinata, quien permanecía a su lado, sonrojada pero firme. Ambas eran una contradicción viva, pero ambas lograban el mismo efecto: hacían que Naruto sintiera algo que no podía explicar del todo, algo que iba más allá de la simple gratitud.
Kiyomi tomó la iniciativa con su usual descaro, acercándose a Naruto y entrelazando su brazo con el de él, un gesto tan natural que dejó a todos boquiabiertos. Los ojos oscuros de la Uchiha brillaban con diversión mientras le ofrecía un trozo de pastel de arroz envuelto con delicadeza.
—Entonces, Naruto-kun, ¿qué fue esta vez? ¿Un entrenamiento secreto para sorprendernos a todos o simplemente te quedaste dormido soñando con ser Hokage? —preguntó, su tono juguetón y relajado, aunque sus palabras tenían la intención de provocarlo. Sus ojos pasaron brevemente por Hinata, como si quisiera incluirla en su juego.
Naruto, completamente fuera de su zona de confort, sintió el calor subir por su rostro. Con una risa nerviosa, trató de articular una respuesta coherente mientras rascaba la parte trasera de su cabeza, un gesto que delataba su incomodidad y sinceridad.
—Ehm, bueno… Entrené hasta tarde, ¿sabes? Y luego, jeje, creo que me quedé dormido... —dijo, encogiéndose ligeramente de hombros. Su tono era ligero, pero había una honestidad en sus palabras que no pasó desapercibida para Kiyomi ni para Hinata.
Kiyomi soltó una risa melodiosa y le dio un leve golpecito en el brazo, como si quisiera hacerlo sentir más cómodo.
—Vaya, entrenando hasta tarde... Eres más dedicado de lo que dejas ver. Pero recuerda, Naruto-kun, no sirve de nada ser fuerte si te desmayas por falta de sueño, ¿no crees? —respondió, su tono cargado de una mezcla de afecto y burla que hacía difícil discernir si lo estaba regañando o simplemente divirtiéndose.
Hinata, que había permanecido en silencio, observó cómo Naruto se sonrojaba bajo la atención de Kiyomi. Su pecho se llenó de una mezcla de emociones: admiración, ternura, y, aunque apenas quería admitirlo, una pizca de inseguridad. Pero esta vez no dejó que la inseguridad la dominara. Inspiró profundamente y, con las mejillas encendidas y las manos apretando el dobladillo de su chaqueta, reunió todo el coraje que tenía.
—Na-Naruto-kun... Sé que entrenas mucho, pero... deberías descansar más. No me gustaría que te lastimaras... —dijo, su voz suave pero firme, aunque al final sus ojos buscaron el suelo, incapaz de sostener la mirada de Naruto por mucho tiempo.
Las palabras de Hinata llegaron a Naruto como una cálida caricia. La preocupación genuina en su tono lo desarmó, y por un instante, todas las miradas, los murmullos y el bullicio del aula desaparecieron. Solo estaban él y Hinata, y esa extraña pero reconfortante calidez que sentía cuando ella hablaba.
—Hinata... Gracias. Eso es muy amable de tu parte —respondió, su voz más baja de lo habitual, casi tímida. La miró con una sonrisa que no intentó ocultar, una sonrisa llena de gratitud y algo más, algo que apenas estaba comenzando a entender. En ese momento, Naruto sintió el impulso de abrazarla, de corresponder a su dulzura con un gesto igual de sincero. Pero, como siempre, su torpeza lo detuvo, y optó por simplemente sostener su mirada por un segundo más.
Kiyomi no dejó pasar el momento sin intervenir. Dio un paso al frente, inclinándose ligeramente hacia Naruto y colocando su mano sobre su brazo, como si quisiera recuperar la atención que Hinata había logrado captar.
—Hinata tiene razón, Naruto-kun, pero si alguna vez necesitas ayuda para entrenar, ya sabes dónde encontrarme. Prometo no ser muy dura contigo... Bueno, tal vez un poco —añadió con una sonrisa juguetona, mientras una chispa traviesa danzaba en sus ojos.
El aula estaba llena de un ambiente extraño, como si todos los estudiantes compartieran la misma curiosidad por la conexión entre esos tres. Incluso Ino, que hasta ese momento había estado intercambiando palabras con Sakura, no pudo evitar dirigir una mirada de reojo hacia la escena. Aunque estaba segura de que su interés estaba en Sasuke, no podía ignorar el leve fastidio que sentía al ver a Naruto rodeado de tanta atención. Era un sentimiento que no entendía del todo, pero que se hacía más evidente con cada risa y cada palabra dirigida a él.
—Tch, no entiendo qué tiene de especial ese idiota —murmuró Sasuke desde su asiento, aunque no podía apartar del todo la mirada. La atención de Kiyomi hacia Naruto era algo que no lograba procesar, un desafío directo a la lógica que siempre había asociado con el orgullo de los Uchiha.
Mientras tanto, Naruto, completamente ajeno a los celos y las tensiones a su alrededor, seguía saboreando el momento. Por primera vez, sentía que pertenecía, que no era solo un espectador de las conexiones humanas, sino parte activa de algo más grande.
El aula bullía con un murmullo suave, casi reverente, como si todos los estudiantes estuvieran al tanto de que algo inusual estaba sucediendo. Las miradas iban y venían entre Naruto, Hinata y Kiyomi, como si el trío se hubiera convertido, de repente, en el centro de un drama que ninguno podía dejar de observar. Incluso Iruka, desde su posición junto a la pizarra, no pudo evitar dirigir una mirada curiosa hacia la interacción. Aunque trataba de mantener la compostura de un maestro, no era ajeno a la importancia de esos pequeños momentos en la vida de sus estudiantes.
La clase continuó su ritmo habitual tras el bullicio, aunque un aire diferente parecía flotar en el aula. Naruto intentaba concentrarse en la lección de Iruka, pero sus pensamientos seguían regresando a los momentos anteriores. La forma en que Hinata había reunido el valor para hablarle y la naturalidad con la que Kiyomi lo provocaba lo tenían en una maraña de emociones que no terminaba de comprender. Había algo cálido en recordar las palabras de Hinata, algo tranquilizador y tierno, como una brisa suave en un día caluroso. Por otro lado, la actitud juguetona y segura de Kiyomi lo desafiaba, lo hacía querer demostrar que podía estar a su altura, aunque no estaba seguro de cómo hacerlo.
Mientras Iruka seguía explicando las bases de las formaciones de combate en equipo, Naruto jugueteaba con su lápiz, tratando de enfocarse. Pero cada vez que veía de reojo a Hinata, quien mantenía la mirada fija en su cuaderno, o a Kiyomi, que lo observaba con una sonrisa ladeada y maliciosa, sentía que un nudo de nerviosismo y entusiasmo se apretaba en su pecho.
Finalmente, la campana resonó, anunciando el final de la jornada. Los estudiantes comenzaron a moverse en una corriente desordenada hacia la salida, recogiendo sus cosas entre risas y conversaciones animadas. Naruto, por su parte, tomó su tiempo. Guardó sus cuadernos en la desgastada mochila naranja, dejando que los demás se adelantaran mientras reflexionaba sobre el día. Al cruzar la puerta, un ligero toque en su hombro lo hizo detenerse. Era Kiyomi, que le dedicó una sonrisa cómplice antes de pasar a su lado.
—Nos vemos mañana, Naruto-kun. No llegues tarde otra vez, ¿eh? —dijo, con un tono entre burla y genuina preocupación que dejó a Naruto sin palabras.
Por un instante, la observó alejarse con una ligereza casi despreocupada, pero antes de que pudiera procesar el gesto, sus ojos se encontraron con los de Hinata. Ella estaba a unos pasos de distancia, charlando con unas compañeras, pero no pudo evitar lanzarle una mirada furtiva antes de sonrojarse y apresurarse a mirar hacia otro lado. Naruto sintió una extraña mezcla de emociones. Hinata le parecía tan amable, tan dulce... había algo en su forma de ser que le hacía querer protegerla, aunque no supiera exactamente de qué.
De camino a casa, Naruto disfrutó de la tranquilidad del atardecer. Las calles de Konoha estaban bañadas por la luz cálida del sol poniente, y los ecos de las risas de los niños que jugaban resonaban a lo lejos. A pesar de lo sencillo de la escena, había algo reconfortante en ella. Las interacciones del día seguían dando vueltas en su cabeza, y por primera vez en mucho tiempo, no sentía que el silencio de su camino fuera un recordatorio de soledad, sino una oportunidad para reflexionar.
Al llegar a su departamento, el espacio pequeño y algo desordenado lo recibió con una familiaridad que ya no le pesaba tanto. Dejó su mochila junto a la puerta y suspiró. Aunque el día había sido agotador, sentía una chispa de energía que lo impulsaba a moverse. Comenzó a recoger la ropa que había dejado regada en la mañana y la sumergió en un balde con agua y jabón. Mientras frotaba las prendas, su mente regresó a las palabras de Hinata. "No me gustaría que te lastimaras...", recordaba. Esas pocas palabras, dichas con una sinceridad tan pura, le habían llegado al corazón de una manera que no esperaba.
Terminó de lavar y colgó la ropa en el pequeño tendedero junto a la ventana. El viento de la tarde agitaba suavemente las prendas, y Naruto observó el cielo teñirse de tonos cálidos. Una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro mientras pensaba en lo mucho que quería mejorar. No solo para demostrar a los demás lo que era capaz de hacer, sino también porque, en el fondo, deseaba devolver esas muestras de amabilidad que había recibido. Kiyomi le había mostrado un lado diferente de los Uchiha, uno despreocupado pero también lleno de fuerza. Hinata, por otro lado, le recordaba que incluso los gestos más pequeños podían tener un impacto profundo.
Con el cielo oscureciéndose, Naruto se dirigió a su mesa y comenzó a reorganizar los pergaminos y cuadernos que había dejado desordenados. Sus ojos se posaron en un texto sobre la afinidad elemental, y sin pensarlo dos veces, lo abrió. Era algo que quería dominar; si podía mejorar su control del fūton, tendría una ventaja clara en el combate. Además, la idea de encontrar nuevas formas de sorprender a sus compañeros, y tal vez incluso impresionar a Kiyomi y Hinata, lo motivaba aún más.
Naruto notó cómo el cansancio se apoderaba de su cuerpo tras el largo día. Decidió que un baño era justo lo que necesitaba para relajarse y despejar su mente. Mientras el agua caliente llenaba la tina y el vapor cubría las paredes del pequeño cuarto de baño, reflexionaba sobre todo lo que había sucedido últimamente. Las cosas estaban cambiando, no cabía duda. Por primera vez, sentía que no estaba completamente solo, que había personas que lo veían más allá del alborotador que solía ser. Hinata con su dulzura y valentía silenciosa, y Kiyomi con su descaro juguetón, habían dejado una huella que no podía ignorar.
Mientras se sumergía en el agua humeante, cerró los ojos y dejó que la calidez aliviara la tensión acumulada en sus músculos. Pensó en su afinidad con el viento, su naturaleza más fuerte, y cómo le faltaba mucho por aprender. Pero no podía detenerse ahí; quería dominar el rayo y el agua también. Si lograba controlar esos elementos, podría crear jutsus tan poderosos que le permitirían proteger a las personas que le importaban. Ese pensamiento le arrancó una leve sonrisa. No era solo por demostrar su valía, sino porque sabía que aquellos lazos que empezaban a formarse eran demasiado valiosos como para perderlos.
Cuando salió de la tina, su piel estaba enrojecida por el calor, y el vapor seguía llenando el cuarto, envolviéndolo en una sensación de calma. Tomó una toalla desgastada, secando su cabello carmesí, que reflejaba la luz tenue del lugar. Pasó los dedos entre sus mechones desordenados, sintiendo cómo pequeñas gotas de agua se deslizaban por su espalda. Era un ritual simple, pero uno que lo reconfortaba.
Con el cabello aún húmedo, se vistió con su pijama favorita: una camiseta azul oscura y pantalones cómodos con estampados de nubes. Miró su reflejo en el pequeño espejo del baño, notando las marcas del día en su rostro: unas ojeras ligeras y una expresión de cansancio que, sin embargo, no lograba apagar el brillo decidido en sus ojos. Había tenido días peores, se recordó, pero lo importante era que ahora avanzaba, paso a paso.
Al salir del baño, el aire fresco de la noche le dio la bienvenida, provocando un pequeño escalofrío. Caminó descalzo hacia la cocina, donde encendió la estufa para preparar algo rápido de cenar. El agua pronto comenzó a hervir mientras colocaba un paquete de ramen instantáneo en un cuenco. Ese aroma familiar llenó la habitación, llevándolo de vuelta a innumerables noches solitarias, pero esta vez, algo era distinto. Mientras removía los fideos, no podía evitar pensar en las palabras de Hinata, en cómo su preocupación genuina por él había hecho eco en lo más profundo de su ser.
Con el cuenco en sus manos, se sentó junto a la ventana. La luna brillaba con fuerza en el cielo despejado, bañando Konoha con su luz plateada. Naruto observó las calles tranquilas de la aldea, preguntándose si algún día podría proteger esa paz como Hokage. El pensamiento le llenó el pecho de una determinación renovada, un recordatorio de por qué entrenaba cada día, por qué soportaba las miradas de desprecio y por qué nunca se daba por vencido.
Después de terminar su cena, lavó los utensilios con cuidado. La pequeña rutina le daba una sensación de orden que valoraba más de lo que admitiría. Luego, se dirigió a su mesa, donde aún descansaban los pergaminos que había revisado antes. Sus dedos recorrieron las páginas llenas de diagramas y anotaciones sobre ninjutsu elemental. Mañana trabajaría en su control del chakra con más esfuerzo. No bastaba con ser bueno; quería ser excepcional.
Guardó los pergaminos en un pequeño estante improvisado y caminó hacia la ventana una vez más. Respiró hondo, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Miró el cielo estrellado y las luces de las casas que aún permanecían encendidas, sintiendo una conexión especial con ese momento. Había algo esperanzador en el silencio de la noche, como si le prometiera que los días venideros traerían nuevas oportunidades.
—No importa lo difícil que sea —murmuró en voz baja, su mirada fija en la distancia—. Lo conseguiré. Me convertiré en Hokage.
Finalmente, se metió en la cama, envolviéndose en su manta. El cansancio lo abrazó mientras cerraba los ojos, pero su mente no podía evitar vagar una vez más hacia Hinata y Kiyomi. Recordó la sonrisa tímida de una y la mirada pícara de la otra, y sin quererlo, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Tal vez, solo tal vez, no estaba tan solo como había creído. Con ese pensamiento, dejó que el sueño lo envolviera, llevándolo a un descanso lleno de sueños sobre el futuro que construiría.
El nuevo día comenzó con los primeros destellos del amanecer filtrándose a través de las rendijas de la ventana de Naruto, llenando su pequeño cuarto con un resplandor cálido y dorado. Afuera, la aldea de Konoha comenzaba a despertar: el canto de los pájaros se mezclaba con el murmullo de los primeros aldeanos que abrían sus tiendas, y un tenue aroma a pan recién horneado flotaba en el aire. Naruto, aún medio dormido, estiró los brazos con un bostezo sonoro. Esta vez, había logrado despertarse a tiempo gracias a su despertador, algo que no sucedía con frecuencia. Se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción; no haber pasado la noche entrenando hasta quedar exhausto le hacía sentir que ya estaba empezando a cuidar mejor de sí mismo.
Tras un desayuno sencillo —un par de tostadas algo quemadas y un vaso de leche que había conseguido mantener fresco a duras penas—, se vistió con su atuendo habitual. Acomodó los goggles verdes sobre su frente, un gesto que ya era casi automático, y salió de su departamento con energía renovada. Mientras bajaba las escaleras, se tomó un momento para observar el cielo despejado, permitiendo que el aire fresco de la mañana llenara sus pulmones. Era un nuevo día, y con él venían nuevas oportunidades para mejorar.
Las horas en la academia transcurrieron entre lecciones de historia ninja y ejercicios básicos de estrategia y taijutsu. Iruka, como siempre, impartía sus clases con una mezcla de paciencia y firmeza que lograba mantener a raya incluso al más inquieto de los estudiantes, incluyendo a Naruto. Aunque su energía habitual seguía presente, hoy se esforzó por concentrarse en cada palabra, tomando notas y respondiendo con entusiasmo cuando se le daba la oportunidad. Cuando Iruka le dirigió una sonrisa de aprobación después de una respuesta correcta, Naruto sintió una calidez inusual en su pecho. No lo mostraba, pero esos pequeños gestos de reconocimiento significaban más para él de lo que estaba dispuesto a admitir.
Finalmente, la campana que marcaba el final de la jornada resonó por todo el edificio. Naruto recogió sus cosas rápidamente, sus movimientos llenos de una determinación renovada. Salió al aire libre y dejó que el suave calor de la tarde le acariciara el rostro. Las calles de la aldea estaban animadas con el ir y venir de los aldeanos, pero Naruto tenía un objetivo claro en mente. Caminó directamente hacia la biblioteca, su destino habitual cuando quería aprender algo nuevo o repasar técnicas que aún no había dominado.
La silenciosa sala de pergaminos lo recibió con el aroma a papel envejecido y tinta fresca. Saludó con un movimiento de cabeza a la encargada, quien ya no se sorprendía al verlo entrar casi a diario. Escaneó las estanterías con ojos atentos y tomó varios pergaminos relacionados con el control de chakra y las técnicas elementales avanzadas, en especial aquellas que cubrían sus naturalezas de viento, rayo y agua. Sabía que entender la teoría era tan importante como la práctica, y no estaba dispuesto a dejar ningún detalle al azar.
Con los pergaminos bajo el brazo, se dirigió al campo de entrenamiento. Ese claro, rodeado de árboles altos y con un río serpenteando cerca, era uno de sus lugares favoritos. Era tranquilo, pero estaba lleno de recuerdos de sus esfuerzos por mejorar. Comenzó su sesión con un ejercicio que ya conocía bien: caminar por los árboles. Subió por el tronco de uno de los más altos, concentrando su chakra en las plantas de los pies para adherirse a la superficie. Aunque había perfeccionado esta habilidad con el tiempo, aún se deslizaba ocasionalmente, provocando que soltara risas nerviosas cada vez que fallaba. Finalmente, alcanzó la cima y se sentó en una rama, respirando hondo mientras contemplaba el paisaje de Konoha. Desde allí, la aldea parecía tan tranquila y lejana que casi podía imaginarse como Hokage, protegiendo todo lo que estaba a la vista.
El siguiente reto era caminar sobre el agua. Se dirigió al río, su expresión de concentración reemplazando cualquier traza de distracción. Con el chakra fluyendo hacia sus pies, dio sus primeros pasos sobre la superficie ondulante. El agua tembló bajo su peso, y aunque logró avanzar algunos pasos, un pequeño error lo llevó a caer con un gran chapuzón. Empapado y ligeramente frustrado, se levantó y lo intentó de nuevo, y otra vez, hasta que finalmente cruzó el río de un lado a otro sin mojarse más. La sensación de logro le arrancó una sonrisa triunfal, aunque sus piernas temblaban por el esfuerzo constante.
Decidió cerrar el día con algo más ambicioso. De pie junto a la orilla, cerró los ojos y se enfocó en su chakra de viento. Permitió que la brisa del atardecer guiara sus movimientos, sincronizando su energía con las corrientes naturales del aire. Extendió las manos y proyectó una ráfaga de viento hacia el río, observando cómo el agua se ondulaba y, por un breve instante, se dividía en dos antes de volver a su estado normal. Aunque el resultado no era perfecto, era una prueba tangible de que estaba avanzando.
Cuando el sol comenzó a descender, tiñendo el cielo con tonos anaranjados, dorados y rosados, Naruto se dejó caer suavemente al suelo, respirando profundamente mientras su mirada vagaba por el entorno. Las hojas esparcidas a su alrededor temblaban levemente, como si respondieran al flujo residual de chakra que había impregnado el aire durante su entrenamiento. Cada pequeño movimiento, cada vibración, le recordaba cuánto había trabajado y cuánto quedaba por recorrer. No era un camino fácil, pero no necesitaba serlo; Naruto sabía que cada paso lo acercaba más a su sueño.
Se permitió un momento de pausa, dejando que la brisa fresca del atardecer acariciara su rostro. El susurro de las hojas en los árboles se mezclaba con el murmullo del río cercano, componiendo una sinfonía tranquila que contrarrestaba la intensidad de su entrenamiento. En ese instante, no había prisa, ni frustración, ni dudas. Solo la certeza de que estaba haciendo lo correcto, de que estaba dando todo de sí mismo para convertirse en alguien digno de proteger la aldea y a las personas que amaba.
Respiró hondo, sintiendo cómo el aire llenaba sus pulmones, y dejó escapar el aliento lentamente, como si quisiera liberar cualquier traza de tensión. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, reflejo de la satisfacción que sentía a pesar del agotamiento. Sus músculos estaban adoloridos, sus ropas seguían húmedas por las caídas al río, y el sudor le cubría la frente, pero eso no importaba. Lo que importaba era que estaba avanzando, paso a paso. Su control sobre el chakra de viento mejoraba, y con cada ejercicio sentía cómo esa naturaleza elemental se hacía más parte de él, casi como un viejo amigo que lo ayudaba a crecer.
Cuando finalmente permitió que su concentración se desvaneciera, las hojas que había mantenido flotando cayeron al suelo en un suave susurro. Naruto se recostó, apoyando los brazos detrás de la cabeza y cerrando los ojos por un momento. El cansancio le pesaba, pero su mente seguía trabajando. Pensaba en lo que aún le faltaba por dominar, en los pasos que debía dar para ser un ninja completo.
"Cuando domine esto, entrenaré mi taijutsu", pensó mientras apretaba los puños. Sabía que el combate cuerpo a cuerpo era fundamental, y aunque no era su fuerte, estaba decidido a mejorar. Recordó los movimientos de Lee, rápidos y precisos, llenos de una disciplina que admiraba en secreto. Se imaginó a sí mismo practicando hasta que sus reflejos fueran lo suficientemente agudos como para esquivar ataques con facilidad y contraatacar con fuerza y velocidad.
Después de eso, pensó en el bukijutsu. El manejo de armas era otra habilidad esencial, y aunque ya tenía algo de experiencia lanzando kunais y shurikens, quería llevarlo más allá. Visualizó técnicas avanzadas donde podría combinar sus ataques con el uso de chakra, imbuyendo sus armas con viento o rayo para hacerlas más rápidas y letales. La imagen de un enemigo siendo desarmado por un golpe certero de un kunai imbuido con su chakra le hizo sentir un ligero escalofrío de emoción.
Finalmente, su mente se detuvo en una idea que siempre había rondado sus pensamientos: kenjutsu, el arte de la espada. Había escuchado historias de ninjas legendarios que canalizaban su chakra a través de sus espadas, creando cortes capaces de dividir montañas o generar tormentas. La idea de blandir una espada con la capacidad de extender su chakra de viento en un filo invisible lo llenaba de emoción. "Un día", se dijo a sí mismo, imaginándose empuñando una hoja brillante que resonara con su energía, "lo lograré".
Naruto abrió los ojos y observó el cielo, ahora teñido de tonos púrpura y rojo intenso. El sol casi había desaparecido, y la luna comenzaba a asomarse en el horizonte, trayendo consigo la frescura de la noche. Se incorporó lentamente, sacudiendo la tierra y las hojas que se habían adherido a su ropa. Con una última mirada al río y a los árboles que habían sido sus compañeros durante el día, tomó una bocanada de aire y dejó que la calma del momento impregnara su ser.
El camino de regreso a la aldea fue tranquilo. Las calles estaban más silenciosas ahora, iluminadas por las lámparas de las casas y el brillo tenue de la luna. Al llegar a su departamento, Naruto sintió el peso del día en sus hombros, pero no se quejó. Después de una ducha rápida que le devolvió algo de energía, se puso una pijama limpia y comenzó a preparar la cena. El sonido del agua hirviendo y el crepitar del fuego llenaron su pequeño hogar, brindándole una sensación de paz que pocas veces experimentaba.
Mientras cenaba, sus pensamientos volvían una y otra vez a lo que le esperaba al día siguiente. Sabía que el camino sería largo y difícil, pero eso no lo desanimaba. Al contrario, lo motivaba. Porque, al final del día, cada gota de sudor, cada caída, cada pequeño logro lo acercaban más a su meta. Con ese pensamiento en mente, recogió su plato, lo lavó rápidamente y se preparó para descansar.
Se metió en la cama, arropándose con una manta cálida, y miró al techo durante unos minutos antes de cerrar los ojos. En su mente, se repetía una promesa que había hecho tantas veces antes: no importa cuán difícil se pusiera el camino, él seguiría adelante. Porque algún día, estaba seguro, sería digno de cumplir su sueño y proteger aquello que tanto valoraba.