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Amnesia

(Regresando a la perspectiva de Diane)

No sé qué me despertó, pero apenas lo hice, mi cuerpo gritó de dolor.

Todos mis músculos estaban agarrotados, pesados y dolía cada movimiento que hacía. Incluso respirar.

La luz ya entraba por mi ventana y lastimaba mis ojos, haciéndome sentir como si hubiera despertado recien de alguna borrachera. Por lo menos es lo que pensaba que se sentía despertar de una.

No recordaba nada. Lo último que se me venía a la mente era... Era haberme cortado la mano, aunque honestamente no sabía con exactitud con qué.

¿Qué había hecho anoche? ¿Y ayer? Todo se sentía como un borrón. Mi siguiente recuerdo era haber hablado con Denira y luego... En la noche ir a visitar al taur.

¡No, la visita! ¿Me había quedado dormida?

Volteé a ver la hora; las 9 de la mañana. Ugh... Pero tenía vagos recuerdos de haber estado como loca en mi habitación. Tenía mucha hambre. Ayer no había comido nada...

Mi cabeza era un desorden. ¿Había ido a ver al esclavo? ¿O me había quedado dormida? Me sentía fatal. Quizás solo había pasado lo peor de la fiebre y por eso no pude ir. Y por eso también no recordaba mucho.

Me removí en las sábanas queriendo salir de la cama. Tenía hambre, pero mi cuerpo no podía moverse mucho. Solo llamaría a Martha...

Al estirar la mano a la campana al lado de mi cama, abrí mucho los ojos cuando ví un moretón en mi muñeca. Uno que reconocí como el agarre de una mano.

Estirar el cuello me provocó otro tipo de ardor y de repente fue como un dominó de sensaciones en el que empecé a detectar ciertos dolores más fuertes que otros. Uno de ellos, y siendo el peor, era el que se ubicaba entre mis piernas.

Tiré de mis sábanas a un lado, un tanto a la desesperada.

En la cama, había una mancha roja sobre la tela, y mi pijama no se quedaba atrás, además de que estaba desgarrada en algunas partes.

Empecé a temblar. No sé qué estaba sucediendo. No era mi época del mes. Y ese dolor que sentía no era en el vientre, sino directamente...

Mis piernas tenían marcas en los muslos. Tenía pedacitos de paja atorados en la ropa.

La adrenalina me dió energia para levantarme y correr al baño. El espejo reveló lo que mi cuerpo gritaba.

Tenía marcas rojizas en el cuello, mordidas, moretones. Mi cabello parecía un nido de arañas y mis labios estaban hinchados y tenía una diminuta cortada en mi labio inferior.

Todo eso fue un shock para mí cabeza y tras una punzada de dolor, pequeños flashes de ojos dorados aparecieron en mis memorias. Gemidos, gruñidos, dolor y placer... No recordaba nada más que pequeñisimas imágenes, así que no lograba entender del todo. ¿Qué habíamos hecho? ¿Qué sucedió anoche?

Pero algo era consistente en cada pequeño fragmento... Ese taur y yo no parábamos de besarnos.

Me escondí de mi propio reflejo, que parecía que iba a hacer combustión en cualquier segundo.

Me latía el corazón a mil y todo mi cuerpo temblaba de emociones mixtas.

Agua fría. Necesito un baño con agua fría.

No supe qué pensar mientras me hundía en la bañera. Estaba perpleja. Intentaba recordar más, pero era imposible.

Ni siquiera podía poner en orden mis emociones.

Había hecho algo prohibido, de eso estaba segura. Pero no entendía qué. ¿Y por qué lo había besado? Una cosa era sentir atracción natural hacia ese Adonis, pero otra muy diferente era que me gustara, cosa que me quedó muy en claro que no era el caso. Era un bruto, agresivo, burlón y ni siquiera sabía su nombre, sin mencionar que su estatus y el mío eran por millas diferentes.

No lo conocía, ni él a mí. ¿Qué me había orillado a besarlo...?

No me molestaría repetirlo, si soy sincera.

Parecía ser que ahora tenía una voz interna de un diablillo hablándome al oído. Era esa molesta parte honesta de mi, que por lo menos debía admitir que no era la primera vez que lo imaginaba.

El agua fría al final no hizo nada contra mis pensamientos ardientes. Y mi cuerpo se sentia más entumido que nunca. Aunque alivio ciertos dolores, otros se acentuaron.

Pero me sentía limpia y peinada ahora que salía, y eso estaba mucho mejor ahora. Además, pude limpiar mi entroierna que solo descubrí que había estado llena de sangre seca. No comprendía con exactitud qué sucedió ahí abajo, pero mientras no siguiera sangrando, era ganancia para mí.

Regresando a mi cama con mi bata de baño, me quedé pensando un momento. ¿Cómo limpiaria eso? ¿Y qué hay del colchón?

Quizás podría preguntarle a Martha... Pero me daba un poco de vergüenza y tampoco es que pudiera decirle qué había sucedido ya que aún no me tocaba ese tiempo del mes.

Sin complicarme mucho, al final solo me puse manos a la obra y empecé a limpiar todo como pude. La sangre en efecto llegó al colchón, pero a menos que tuviera algo más efectivo con qué limpiarlo, solo tocaba esconderlo con otro par de sabanas encima. Creo que Martha usaba algunos productos de cocina cuando ocurría algún accidente, pero ahora mismo no los tenía y tampoco sabía cuales eran.

Tendí mi cama, busqué ropa limpia y me cepillé el cabello. Una hora más tarde, todo parecia como nuevo y como si nada hubiera ocurrido ahí. Me sirvió para despejar la mente y calentar los músculos. Ya no me dolía tanto moverme y lo único persistente era que no me podía sentar.

En todo el rato, intenté darle sentido a ciertas cosas y sentirme confundida con otras.

Por ejemplo, la herida en mi mano. Definitivamente recordaba habermela hecho, pero me di cuenta desde el baño que no tenia nada en mi palma mas que una cicatriz. Eso me hizo pensar en que quizás no había sucedido y lo que tenía era solo un golpe o algo parecido, pero eso también era ridículo.

Lo siguiente fue que ya no tenía fiebre. Eso me costó un rato darme cuenta, ya que el dolor lo opacaba, pero cuando me detuve a vestirme, me di cuenta que ya me sentía bastante fresca y normal. Al menos de eso me aliviaba, porque ya tenía días que me sentía de la patada.

Lo otro que me di cuenta es que nadie había ido a buscarme por el desayuno, y tampoco me habían llevado nada.

Tenía mucha hambre, eso fue mi principal delator de la falta de atención, pero lo segundo que me percaté con eso fue que fuera de mi habitación, había dos guardias a cada lado de mi puerta.

Tenía una vaga sensación de deja vu cuando ví los pies a cada lado por debajo de la puerta, pero no hacían ruido afuera. Solo se quedaban ahí. Y como tercera llamada de atención, escuchaba algo constante y extraño sonar al otro lado. Como un pequeño tambor, pero no sabía qué podía ser.

Ya vestida me dispuse a salir por algo de comer, pero cuando quise abrir la puerta, otra sorpresa apareció.

—Milady, no tiene permitido salir. ¿Gusta que le avise a su madre? —Preguntó uno de los guardias al otro lado en una voz neutra.

Estaba encerrada en mi habitación. No podía ni girar la perilla. ¿Y porqué mi madre era la primera opción? ¿Y por qué guardias? ¿Sabrían que algo había hecho anoche? Mi corazón empezó a latir con fiereza ante esa posibilidad.

Y no solo eso. Tenía demasiadas marcas en mi cuerpo como para estar cómoda frente a mi madre. Aunque podía tapar la mayoría, si alguien se fijaba mucho en las orillas de mi ropa o en mi incomodidad al moverme, se daría cuenta que algo sucedía.

No respondí entonces, pero tampoco parecieron buscar alguna respuesta. Mejor me giré a ver mi habitación con mil pensamientos en la cabeza.

¿Qué podía hacer realmente?

Mis ojos fueron a una de las ventanas hacia el balcón. Estaba abierta desde la mañana y no solía dejarla así durante la noche. Siguiendo el instinto, avancé hacia la misma y giré a ver a izquierda y derecha alguna señal de vida. Algún guardia pasando, o un sirviente. Tal vez alguno de mis hermanos, aunque eso era aún más improbable.

No ví a nadie y tampoco ví nada que delatara alguna manera en la que hubiera escapado anoche. Habría pensado que hice alguna cuerda o algo así, pero no.

Regresé a mi habitación a meditarlo un poco más.

Fui al baño a buscar respuestas, pero me incomodaba ver mi propio reflejo. Además, ¿Qué esperaba encontrar ahí? Ni siquiera las ventanas eran lo suficientemente grandes para darme algún escape.

Caminé de forma incansable por la habitación. Ahora que no sentía fiebre, debilidad ni dolor de cabeza, sentía que podía hacer cualquier cosa.

Algo que fue persistente, sin embargo, fue el pequeño tamborileo que escuchaba apenas afuera de la puerta. No sé qué era, pero realmente estaba metiéndose bajo mi piel. Estaba desesperandome.

Consideré gritarles que lo detuvieran, pero intenté calmarme. Provocar problemas no me haría nada bien.

Volví al balcón y me senté bastante rato a tomar el sol y a pensar.

Intenté recordar algo más de la noche, pero era imposible. Solo era un gran vacío mental y pensar en eso era muy bizarro por si solo.

A cierto punto el sol empezó a quemarme un poco del lado derecho donde me golpeaba y giré la silla para cambiar la posición, momento en que mis ojos se enfocaron en la jardinera que estaba en la pared...

El recuerdo repentino de mi mano siendo cortada golpeó mi cabeza y con eso pude averiguar entonces cómo había escapado anoche. Recordaba vagamente bajar por esa improvisada escalera y cortarme al final.

Me levanté de golpe, viendo por fin luz a través del túnel de ese confinamiento.

Volteé a ver al interior de mi habitación hacia la puerta una última vez y aunque los nervios empezaron a comerme por lo que quería hacer, tenía cosas qué hacer. Una de ellas era comer algo y la otra, de ser posible, buscar al taur y preguntarle qué había pasado anoche. Saber si lo que vagamente recordaba era sueño o realidad.

Di el salto hacia la jardinera. No sé cómo lo había hecho anoche, pero ahora mismo me dió un poco de miedo. Se balanceaba y hacia ruidos incómodos apenas bajaba, pero recé porque no sucediera nada malo justo ahora.

Lentamente llegué al fondo y ahora en la luz del sol logré ver una mancha roja sobre las plantas de la jardinera y la madera misma.

Así que no lo soñé.

Eso me ponía más nerviosa.

Una vez fuera, corrí viendo cada esquina con miedo. Si mi madre me había encerrado en mi habitación, entonces eso significaba que no debía estar afuera y seguramente todos lo sabrían.

Pero después de pasar por algunos pasillos y espacios del jardín donde usualmente habría gente –como las mucamas lavando ropa o los sirvientes recibiendo comida y organizando diversos pedidos– noté que no había casi nadie.

¿Qué está pasando?

Aunque eso hizo mi pequeña misión de conseguir comida mas fácil, empecé a sentirme nerviosa. ¿Qué estaba sucediendo en la casa? ¿Por qué no había actividad?

Salí de la cocina con un pequeño botín de comida. Un poco de pan, queso, jamón, fruta... Por lo menos espantaría mi hambre por un par de horas, pero sabía que eso no era un buen alimento.

Pero por el momento sería suficiente y comí en el camino a las mazmorras a través del jardín.

Aún no lograba ver a nadie y eso empezaba a preocuparme de verdad.

Cuando llegué a la entrada de las celdas, ocurrió lo mismo. No había guardias. Eso era aún más sospechoso.

Entré sin problemas, claro. Fui a las celdas finales en busca de los esclavos y solo encontré dos espacios vacíos ahí donde deberían estar.

Aunque eso explicaba la falta de guardias, no lo hacía la duda de donde estarían.

Regresé por mis pasos, acabando rápido con mi comida, pero aún sintiéndome hambrienta. No sé cuándo había sido la última vez que había comido.

Aunque no podía ver a nadie, tampoco me atrevía a deambular por ahí como si nada. Si alguien de hecho lograba verme, alertarian de inmediato a mamá y no sé qué sucedería entonces. Pero una cosa era segura y es que se supone que debería estar encerrada en mi habitación.

Volví a la jardinera pues y viendo dos veces a mi alrededor para verificar que no me veía nadie, subí de nuevo. Afortunadamente no ocurrió nada más que el preocupante bamboleo de la jardinera, pero apenas llegué al balcón, escuché a alguien tocar la puerta.

—¿Diane? ¿Estás despierta, cariño? —Era mi madre. —¿Cómo estás? ¿Ya... Terminó todo?

Corrí en puntillas a mi cama, pero sus palabras me hicieron detenerme apenas unos segundos. ¿Terminó? ¿Qué cosa?

Entonces escuché una llave abrir las puertas de mi habitación y yo me escondí rápidamente en las sábanas, sin saber qué otra cosa hacer.

—¿Má? ¿De qué hablas...? —No había hablado hasta ahora, y descubrí que mi voz estaba realmente seca y dañada. Pensé que me preguntaría al respecto, pero resultó que eso fue lo mejor ahora.

Mi madre parecía más lúcida de lo que la había visto en mucho tiempo, y me veía con ojos tristes.

—Cariño... ¿Recuerdas algo de anoche? —Se me aceleró el corazón. ¿De verdad sabría algo de lo que había hecho? —Seguramente no... pero tenemos que hablar.

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