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La Fiesta de Otoño (2/3)

—No te lo pregunté porque ya no tenías una segunda opción en tu armario y te habías tardado mucho en salir, ¿Pero por qué ahora decidiste vestirte como un delredador? —Me susurró Ray a mi lado, quien me había dado su antebrazo izquierdo para recargar mi mano derecha.

—En dos meses cumplo los 21. ¿No crees que es buena idea demostrar que no seré la presa de nadie? —Le respondí disfrutando de la atención que recibía con el fantasma del anonimato que daba la máscara.

—Lo dices como si fueras a mostrar interés por alguien. ¿De verdad quieres meterte en tantos problemas estando tan cerca de un compromiso, hermanita? —Me susurró esta vez Cedric en mi lado opuesto, donde apoyaba mi mano izquierda sobre su antebrazo derecho.

—Sigo siendo soltera y disponible para todos hasta no hacer ningún anuncio. —Le dije con media sonrisa, lo que me ganó una mirada de reojo de su parte. No le gustaba nada lo que estaba haciendo, pero sabía que si la plática en el carruaje no me había disuadido para detener este plan, nada lo haría.

—Solo no te metas en problemas y no te emborraches. Ya tendrás más de 18 para beber, pero no el permiso. No quiero lidiar con nuestros padres por tu culpa.

Con eso, se desprendió de mi mano y se marchó a donde habia un grupo de chicos hablando entre ellos. Los hombres eran más fáciles de identificar a pesar de todo el disfraz, pero las mujeres ciertamente podían llegar a ser un enigma o una pancarta.

—¿Y tú? ¿Te tengo que repetir esas mismas palabras, lobito? ¿O podrás controlarte en esta ocasión que tienes un objetivo claro? —Le susurré a Ray, con cierto tono de diversión.

—Ocúpate de tus asuntos y yo me ocuparé de los míos. —Dijo con simpleza, llevándome a una zona llena de chicas cerca de una mesa. —Ya sabes las reglas. Nos vemos a la entrada por la una de la noche. Si no llegas a la media, te daremos por muerta y nos iremos sin ti.

—Ja, ja. Largo, lobito.

Después de escoltarme a la seguridad de la manada de las chicas, se desapareció entre la multitud de gente. Solo sus demonios sabían qué haría en adelante.

Por mi parte, fui inmediatamente a la mesa de bocadillos. Tenía una especial debilidad por las tartas de chocolate con frutos rojos del palacio.

—Sabía que te encontraría aquí. —Una voz se acercó a mi posición y levantando la vista del delicioso bocadillo en mis manos, evalué el disfraz: orejas grandes y redondas, una nariz rosa, bigotes, cuerpo blanco y una cola rosa... Un ratón, sin duda. Y solo una mujer podría disfrazarse de algo así sin vergüenza, y era Dulce. —En serio, mujer. Deberías concentrarte más en la gente que en la comida, por eso no encuentras a nadie más que a nosotras para charlar a pesar de ser popular.

Me encogí de hombros, enseñándole la tarta.

—Sabes que no puedo resistirme a estos.

—Vas a engordar.

—Pero seré feliz.

Ambas nos reímos por un momento, antes de que ella evaluará con mayor detalle mi disfraz. Detrás de su máscara, noté su ceja elevada.

—¿No crees que tú disfraz afecte tus prospectos de interés romántico? —Dijo sin filtros, cruzándose de brazos mientras yo disfrutaba de la delicia que acariciaba mis papitas gustativas. —Sin mencionar, claro, tus antojos.

—Si les da miedo entregarme flores, ni siquiera son dignos para hablarme, ¿No crees?

Me sonrió, riendo bajito por mi lógica.

—Hasta parece que estás buscando que te den flores. ¿No detestaste siempre que te llenaran las muñecas y el cuerpo de flores?

Ciertamente eso era verdad. En mis primeros años asistiendo, cuando cumplí los 18, recibí bastantes flores que más bien parecía florero. Pero no hice caso a ningún avance y a mis 19 ya no fui la "reina" del otoño. Ese mismo suceso se repitió a mis 20, siendo mejor una chica inalcanzable, pero bien respetada.

Este año, los que contaba como si fueran mis 21, las cosas iban a cambiar.

—No quiero recibir tantas. —Admití imaginando que mi disfraz perdería su toque si me llenaban de flores una vez más. —Sino que quiero entregar.

Eso pareció sorprender a Dulce. Sus ojos detrás de su máscara lo demostraban.

—¿Quién eres y qué le hiciste a Diane?

—La capturé y la dejé amarrada en el sótano. —Seguí su broma, agarrando tres flores de la canasta de la mesa y anotando mi nombre con uno de los pinceles puestos abajo para ello. Eso solo ganó una sorpresa aún mayor de su parte.

—¿Estás hablando en serio? ¿Y tres? ¿En qué estás pensando?

Me encogí de hombros, agarrando también un vaso de vino blanco espumoso de una de las torres de bebidas. Iba a necesitar un poco de alcohol para hacer lo que iba a hacer.

—Quiero dejar en claro algunas cosas para ciertas personas. —Fue todo lo que le dije, pero nuestra amistad era suficiente para que ella entendiera al menos la mitad del significado.

—De alguna manera siempre te metes en problemas, pero siempre te sales con la tuya. —Dijo entre risitas, dando media vuelta a tomar una flor de la mesa por su cuenta. —Bueno, yo haré mi propia cacería. Ya tengo 21, así que es hora de poner más empeño en buscar a alguien que me mantenga por el resto de mis días.

—Solo no elijas al que te llame la atención. Tus elecciones siempre son buenas para elegir idiotas. —Sus pasados novios, elegidos por ella, siempre habían sido patanes y desinteresados. Ella tenía un radar para elegir a los peores. —Mejor elige el que no eligirias de primera. Te salvarás de unas cuantas.

—Ja, ja. Entonces eligiría a los solteros de estante. Buen dinero por un poco de atención.

Los que ella decía eran los solteros más viejos de la fiesta. Los que aún iban más por desesperación que por amor.

Nos despedimos deseandonos suerte y de inmediato me puse en una posición estratégica para ver a los chicos.

Realmente que ellos no se esforzaban mucho en ocultar su identidad. Pude ver a los amigos de Raymond hablar y beber tan irresponsablemente como cuando eran más jóvenes. Eran los problemáticos de siempre. En otro lado ví aquellos mas serios hablando con mujeres y hombres a la par, siendo diplomáticos y descubriendo las posibilidades tanto de parejas como de oportunidades de negocio. Entre ellos estaba mi hermano Cedric, aunque en su caso estaba más rodeado de chicas que de chicos. Él también era uno de los que recibía bastantes flores azules.

Muchas chicas se mantenían en grupo grandes, platicando y riendo de cotilleos y posibles romances.

Todo aquello me recordó que yo no solía encajar demasiado en ese tipo de reuniones sociales. Era más del tipo de chica que prefería hacerse de contactos en la sociedad, usando el poder e influencia que cargaba mi apellido y haciéndome de un poder para mí misma. Así me habían criado.

Y pensé que el haber hecho todo eso me ganaría el poder de tener al menos un poco de decisión al momento de elegir un esposo, pero al parecer no fue el caso como recién había descubierto.

Ahora solo era una vaca más prestigiosa y cara para vender, y fue un golpe mayor del que esperaba, no solo por mi ligero temor a Sergei, sino también a mi ingenuidad y ego.

Nunca había tenido opciones. Solo era la moneda de cambio de mi padre cuando se presentara una buena ocasión.

Pensar en ello me hizo enojar otra vez. No tenía las habilidades sociales para coquetear con nadie. Aunque solía decir en voz alta que no me interesaba, en realidad solo era mi inseguridad hablando. Y las palabras de Dulce eran una de las razones principales. Viniendo de ella no me molestaba, pero cuando yo lo pensaba, me hacía sentir incómoda.

¿Qué hombre querría realmente a una mujer con personalidad fuerte? ¿Alguien independiente que se valiera por si misma?

Siempre era lo mismo. Veía que a las chicas más sumisas y dependientes se les acercaban a montones. Era un instinto muy evidente pero poco mencionado el querer proteger a una chica indefensa. Se sentían útiles, necesitados, más grandes y poderosos. En cambio, a mi lado parecía ser que se sentían intimidados y a nadie parecía gustarle. Y eso mismo me provocaba la inseguridad.

¿Encontraría algún día a alguien a quien yo le agradara?

Mis pensamientos de inmediato viajaron a ciertos ojos dorados... Y sentí la cara caliente.

No, él no era una opción. ¿Por qué había pensado en él, de todas mis opciones?

Tomándome toda la bebida de una, dejé salir mi frustración con un "Ush".

Recordando las palabras de Cedric, me obligué a pensar con más frialdad y claridad, dejando de lado mi enojo. Mis padres me habían educado de cierta manera. Ya no había vuelta atrás. Ahora mejor seguir adelante y usar todo en su contra.

¿O cómo era?

Pronto encontré a uno de los chicos que me interesaban: Carter Gunner. En algunas de mis evaluaciones de posibles candidatos, él era uno de los prospectos que más llamaba la atención. Su familia era una de las más ricas en el reino. Tenían un imperio de minería, joyería y en general de minerales preciosos y útiles para forjar armas y armaduras. Haberlo elegido como esposo implicaba menos gastos y más ganancias para nosotros. Pero tenía su propia fama de mujeriego y donjuan que había detenido muchas charlas de matrimonio. Ahora mismo no me importaba eso; mi plan era diferente.

Me acerqué al chico que estaba rodeado de chicas disfrazadas de conejos, aves y venados. Se lo veía sonriente y encantado por la atención, pero cuando levantó la vista a mi dirección, ignoró a todas las demás.

No sé si me reconoció o simplemente le llamó la atención mi atuendo por la manera en que sus ojos se pasearon por mi cuerpo, pero sin duda alguna parecía que le gustaba lo que veía.

No me molesté en hablarle directamente. En vez, le sonreí de lado, le pasé los ojos de pies a cabeza y luego desvié la vista, dirigiendome a una de las mesas con sillas alrededor.

Eso era algo que veía que hacían algunas chicas. Llamar la atención de hombres que les interesaban, verlos con cierta intención y darles un indicativo para invitación a que se acercaran. Y parecía funcionar por la manera en que pareció despedirse de su pequeño club de fans y dirigirse a mí.

Por lo menos servía el poner atención a lo que hacían los demás en ese tipo de lugares, pero no esperaba que sirviera tan bien. Si no hubiera tenido la máscara puesta, estoy segura que todos podrían ver mi cara roja. Esto no me salía natural, solo imitaba a otras.

—Tuve que ver dos veces lo que tenía enfrente, milady. —Carter se acercó a mi mesa como era lo esperado, sin esperar a pedir permiso para sentarse a mi lado. —Es poco común que una dama se disfrace con tal fiereza. Pero sin duda alguna, logra ser el centro de atención.

Abrí mi abanico, ocultando mis labios y con ello toda la expresión de mi rostro.

Necesitaba más alcohol para esto.

—Y sin embargo, no cualquier hombre estaría dispuesto a acercarse a una señal de peligro. —Dije intentando ponerme en el papel dominante. Con las chicas era fácil, pero me ponía un poco nerviosa poniéndolo a prueba con hombres. —No cualquiera acepta un reto, milord.

Carter sonrió ante mis últimas palabras, acomodándose en la silla para acercar todo su cuerpo a mi. Puso el brazo detrás de mi asiento y su rostro se acercó mucho más al mío.

Estaba vestido como un dragón dorado, y con su aliento que parecía derramar alcohol, no me sorprendería que si alguien le acercaba fuego podría soltar una llamarada.

Esto me estaba perturbando. ¿De verdad quería hacer estás cosas? Pero por el momento no había vuelta atrás.

—¿No reconoces quien soy, milady? Por eso deberías saber que no soy un hombre que se aleja de retos. ¿No te gustaría averiguarlo por tu cuenta? Puedo ser muy... Perseverante.

Esto me estaba provocando náuseas... Pero una figura en la periferia de mis ojos me llamó la atención.

A unos metros de nosotros y totalmente quieto como una estatua, estaba alguien de cabello plateado, disfrazado de león. En su mano estaba sujetando una copa con vino, pero incluso desde lejos noté que había roto la parte inferior de este.

Mis nervios se pusieron a tope enseguida y solo por eso pude adivinar quién era. Solo había una persona que me provocaba escalofríos solo con una mirada.

—¿Y por qué cree que aceptaría enseguida, milord? Los retos son para trabajarse, no para tomar la vía rápida. —Con esos nervios como combustible, me obligué a seguir actuando. Agarré una de las flores que tenía en mis dedos y amarré una alrededor de su muñeca. —Si de verdad le interesa, le deseo suerte.

Con eso, me levanté de mi asiento dejándolo ahí y fui por otra copa de vino. Me temblaba un poco la mano cuando la recogí.

Sentía la mirada de Sergei en mi espalda, pero no me digné a voltear a verlo. No aún.

Tenía que terminar mi plan, esperando que sus celos e inseguridad ganaran lo mejor de su racionalidad y prefiriera romper el compromiso.

Debía entender que no tenía interés en él. Si no funcionaba de la forma indirecta como esta, tendría que tomar medidas más drásticas y no sabia cómo hacerlo aún.

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