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Capítulo 5: Bajo la Llama de Draxos

Nave: Veritas Imperii

Destino: Estacionado en órbita sobre el Planeta Draxos

La Veritas Imperii se encontraba en la órbita baja de Draxos, y la atmósfera en la nave era tan pesada como el planeta sobre el que flotaba. A través de las pequeñas ventanas en los corredores, Rivon podía ver el cielo grisáceo de Draxos, cubierto de nubes negras y turbulentas. Aunque nunca pondría un pie en la superficie del planeta, sabía que el caos y la muerte estaban asegurados allí abajo. La batalla entre las fuerzas del Imperio y los Zhal'khan seguía su curso, pero en la Veritas Imperii, el trabajo de los esclavos continuaba como si las explosiones y los gritos de la guerra fueran una constante olvidada.

Los pasillos de la nave estaban repletos de actividad. Los soldados ascendidos se preparaban para un segundo asalto en Draxos, ajustando sus armas y armaduras mientras intercambiaban palabras breves y precisas. Para ellos, la guerra era un ciclo constante: luchar, reabastecerse y volver a luchar. Pero para los esclavos, como Rivon, la guerra solo significaba más cuerpos que cargar, más sangre que limpiar, y más agotamiento que cargar en sus espaldas.

Después de haber pasado horas trabajando en las cámaras de reciclaje, Rivon finalmente fue enviado a una nueva tarea en los compartimientos de suministros. La nave se preparaba para desplegar una nueva ola de tropas, y los esclavos debían asegurarse de que todo estuviera en su lugar. Thorin, como siempre, estaba a su lado, moviendo cajas con la misma eficiencia mecánica de siempre.

— ¿Crees que alguna vez saldremos de esta nave? — murmuró Thorin mientras empujaba una caja llena de raciones hacia un contenedor de transporte.

Rivon lo miró de reojo. No había esperanza en la voz de su compañero, solo resignación. Ambos sabían que no había escapatoria. Los esclavos no eran más que engranajes en la maquinaria del Imperio, y su destino estaba sellado desde el momento en que nacieron.

— Solo saldremos cuando dejemos de ser útiles — respondió Rivon finalmente, su voz baja y neutral. No había odio en sus palabras, solo la aceptación de una verdad que ambos compartían.

Las luces en los pasillos parpadearon, señal de que la nave estaba haciendo ajustes a su posición en órbita. El suelo bajo los pies de Rivon tembló levemente, pero nadie lo notó. Estaban demasiado acostumbrados a esas vibraciones para que algo así los inquietara. Los esclavos seguían trabajando, y los soldados se preparaban para lo que vendría a continuación.

Mientras Rivon cargaba otra caja, un grupo de soldados ascendidos pasó cerca de él, hablando en voz baja sobre la situación en Draxos.

— Los túneles están llenos de Zhal'khan. No tenemos idea de cuántos hay ahí abajo — dijo uno de ellos mientras ajustaba su visor. — Pero las órdenes son claras: nada debe quedar en pie.

Su compañero asintió, su expresión oculta bajo el casco, pero su postura rígida denotaba la seriedad de la situación.

— Si la Sombra está aquí, no podemos permitir que se propague. No podemos dejar que esa maldita corrupción llegue a nosotros — respondió, su voz cargada de una tensión que Rivon raramente escuchaba en los soldados.

Rivon sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar la palabra Sombra de nuevo. Sabía que había algo mucho más peligroso que los Zhal'khan en juego, algo que podría significar el fin de todos ellos. La presencia del Inquisidor del Núcleo aún pesaba en su mente, una señal clara de que algo oscuro acechaba en el corazón de Draxos.

El día continuaba, pero la sensación de inminente desastre era palpable en el aire. Mientras Rivon y Thorin seguían moviendo suministros, los murmullos sobre la Sombra y la batalla en la superficie se hacían más frecuentes entre los soldados. No había miedo en sus voces, pero sí una especie de respeto cauteloso por lo que podían enfrentar.

La tensión dentro de la Veritas Imperii iba en aumento. Los esclavos podían sentirla, incluso si no tenían todos los detalles. Rivon sabía que algo grande estaba por ocurrir, algo que pondría a prueba no solo a los soldados ascendidos, sino a todos a bordo. El hecho de que la nave solo pudiera ser reparada completamente en una nave principal o en un planeta colonizado hacía que el peso de cada daño fuera más notorio. Cualquier falla en las reparaciones temporales significaría un desastre no solo para la nave, sino para todos los que dependían de ella.

Unos minutos después, las sirenas resonaron de nuevo. Esta vez, la alarma era diferente, más aguda y penetrante. Rivon se detuvo un momento, sintiendo cómo la vibración de la nave aumentaba.

¡Todos los esclavos, a sus posiciones designadas inmediatamente! — ordenó la voz metálica de los altavoces. — La nave está entrando en estado de combate. Repetimos, estado de combate.

El corazón de Rivon dio un vuelco. Aunque él no participaba directamente en las batallas, sabía lo que significaba un estado de combate. La Veritas Imperii estaba en peligro, y cuando eso ocurría, los esclavos eran los primeros en ser sacrificados para proteger las funciones vitales de la nave.

Rivon y Thorin intercambiaron una mirada rápida antes de empezar a correr hacia su próxima asignación. Sabían que la situación en Draxos se había complicado, y la Veritas Imperii estaba a punto de verse envuelta en el caos.

Los pasillos se llenaron de esclavos corriendo hacia sus puestos. El sonido de los Custos Automa, con sus pasos mecánicos y la luz roja de sus ojos, se mezclaba con el zumbido de las armas preparándose para el combate. Rivon sabía que no importaba cuán rápido corrieran. Si la nave sufría un impacto directo, sus vidas acabarían en un instante. Pero incluso ese pensamiento, tan aterrador como debía ser, ya no lo inquietaba. Había pasado demasiado tiempo en la Veritas Imperii para sentir miedo ante la muerte. Para él, morir era solo una parte inevitable del ciclo.

Cuando finalmente llegó a su estación, las órdenes ya estaban claras. Los esclavos debían asegurarse de que los sistemas de soporte vital estuvieran protegidos y que las cámaras de reciclaje pudieran manejar el flujo de cuerpos que seguramente llegarían. Rivon se preparó mentalmente para otro largo turno de trabajo, sabiendo que lo peor aún estaba por venir.

 

 

Rivon se apresuraba por los pasillos, siguiendo el flujo de esclavos que se dirigían a sus posiciones asignadas. Las luces intermitentes y el constante sonido de las alarmas anunciaban que la situación era grave. A pesar del caos que lo rodeaba, Rivon mantenía su paso firme, concentrado en llegar a las cámaras de soporte vital. Sabía que cualquier fallo en esa área podría significar la muerte para todos a bordo.

Los Custos Automa vigilaban los movimientos de los esclavos, sus ojos brillando con una luz roja que parpadeaba al ritmo de las alarmas. Los esclavos no podían detenerse, ni mostrar signos de debilidad. El Imperio no toleraba la ineficiencia, y en momentos de combate, los errores eran pagados con la vida.

Cuando Rivon finalmente llegó a las cámaras, el calor sofocante lo golpeó de inmediato. Los sistemas de soporte vital eran esenciales para mantener la nave funcionando en el espacio profundo, pero estaban al límite después de tantas reparaciones improvisadas. Los esclavos trabajaban frenéticamente para asegurar las válvulas, reparar las fugas y evitar que el sistema colapsara bajo la presión. Cada pequeño error podía desatar una cadena de fallos que pondría en peligro a toda la Veritas Imperii.

Thorin, que había llegado un poco antes que Rivon, ya estaba trabajando en una de las tuberías principales. Sus movimientos eran rápidos y precisos, pero había una tensión en su rostro que Rivon no había visto antes.

— Esto no va a durar mucho — murmuró Thorin entre dientes, mientras ajustaba una válvula que chisporroteaba peligrosamente. — Estos parches son temporales. Necesitamos una reparación real.

Rivon no dijo nada, sabiendo que Thorin tenía razón. La nave solo podía ser reparada adecuadamente en una de las naves principales o en un planeta colonizado, pero hasta que llegaran a uno de esos lugares, tendrían que conformarse con mantener las cosas funcionando como pudieran.

Mientras trabajaban, el zumbido de las turbinas de la nave resonaba a su alrededor, y el eco de los cañones de la Veritas Imperii disparando hacia la superficie de Draxos se sentía como un latido constante. La batalla en el planeta estaba en pleno apogeo, y aunque Rivon no podía ver lo que sucedía abajo, sabía que cada disparo significaba más cuerpos que eventualmente serían enviados de vuelta a la nave para ser incinerados.

De repente, una explosión resonó en las profundidades de la nave. El suelo bajo los pies de Rivon tembló violentamente, haciendo que algunos esclavos cayeran al suelo. Las luces parpadearon, y el sonido de metal retorciéndose llenó el aire.

— ¡Fuga en los conductos de energía! — gritó uno de los esclavos mientras corría hacia una de las válvulas principales.

Rivon se apresuró a ayudar, sabiendo que si no controlaban la fuga, la presión podría destruir toda la sección. Mientras luchaba por asegurar las válvulas, el calor aumentaba, y el aire se volvía más denso y difícil de respirar. Las cámaras de soporte vital estaban a punto de ceder.

El sudor goteaba por su rostro mientras apretaba las manos alrededor de una de las llaves de control. Thorin a su lado, gruñía mientras luchaba con otra válvula que parecía estar a punto de explotar.

— ¡Rápido! — gritó Thorin, su voz ahogada por el ruido de la maquinaria y las alarmas.

Rivon, con los músculos temblando por el esfuerzo, finalmente logró estabilizar su sección. El aire comprimido que escapaba disminuyó, y el sistema comenzó a nivelarse nuevamente. Thorin, con el rostro cubierto de sudor y grasa, asintió brevemente hacia Rivon antes de seguir ajustando las reparaciones.

A pesar del alivio momentáneo, Rivon sabía que la situación no mejoraría. Estaban manteniendo a la Veritas Imperii con parches y piezas desgastadas, y cada minuto que pasaba aumentaba la posibilidad de un fallo catastrófico. La nave estaba siendo castigada por la guerra y el paso del tiempo, y no había mucho que los esclavos pudieran hacer para cambiar eso.

Unos minutos después, las alarmas cambiaron de tono, y una voz resonó a través de los altavoces:

Impacto enemigo detectado. Revisión de daños en curso. Todos los esclavos manténganse en sus posiciones.

Rivon sintió el suelo temblar de nuevo, pero esta vez fue diferente. Había una vibración más profunda, más intensa, que recorría toda la nave. Algo había golpeado a la Veritas Imperii, y no era un golpe menor. Los esclavos intercambiaron miradas nerviosas, sabiendo que cualquier daño a los sistemas de soporte vital podría ser fatal.

Unos segundos después, un Custos Automa se acercó a Rivon y Thorin, sus ojos brillando con una intensidad amenazante.

Desplazamiento inmediato a la sección 34. Se requiere reparación urgente.

No había tiempo para descansar. Rivon y Thorin, junto con algunos otros esclavos, comenzaron a moverse hacia la nueva ubicación. Sabían que no importaba cuán graves fueran los daños, su tarea era repararlos, o morir en el intento. El Imperio no permitía fallos.

Mientras corrían por los pasillos, el zumbido de las alarmas se volvía más intenso, y las luces parpadeaban más rápidamente. La Veritas Imperii estaba al borde del colapso. Rivon podía sentirlo en cada vibración bajo sus pies, en el aire cada vez más pesado que llenaba los corredores, y en la mirada desesperada de los otros esclavos.

Cuando finalmente llegaron a la sección 34, se encontraron con una escena de destrucción. Los conductos de energía habían explotado, y las tuberías que mantenían el flujo de oxígeno estaban destrozadas. El calor era casi insoportable, y el sonido del metal gimiendo bajo la presión llenaba el aire.

Rivon sabía que tendrían que trabajar rápido. Si no lograban reparar los sistemas a tiempo, toda la sección colapsaría, llevándose consigo a todos los esclavos y soldados cercanos.

— ¡Empieza por los conductos de oxígeno! — gritó Thorin, su voz apenas audible por encima del caos.

Rivon se lanzó hacia los restos de los conductos, su mente enfocada solo en la tarea que tenía por delante. Sabía que no había margen de error, y que cualquier fallo podría ser el último. Mientras trabajaba frenéticamente, la sensación de inminente desastre crecía en su interior.

Rivon y los otros esclavos trabajaban a contrarreloj. El calor en la sección 34 era casi insoportable, y el aire viciado se volvía más denso con cada minuto que pasaba. Las explosiones en los conductos de energía y las tuberías de oxígeno habían dejado la nave en un estado crítico, y Rivon sabía que, si no lograban reparar los daños, todos en la sección estarían condenados.

Thorin estaba a su lado, luchando con una válvula que se negaba a cerrarse. Su rostro, cubierto de sudor y mugre, reflejaba la misma desesperación que compartían todos los esclavos. El ambiente era sofocante, y el ruido ensordecedor de las alarmas y el metal retorciéndose añadía una capa de caos a la situación.

— ¡Maldita sea! ¡No cierra! — gruñó Thorin, tirando con todas sus fuerzas.

Rivon intentó ayudar, pero los conductos estaban demasiado dañados, y las válvulas no respondían como debían. Mientras intentaban controlar la fuga, una explosión cercana sacudió el suelo bajo sus pies. El metal crujió violentamente, y una nube de vapor sobrecalentado salió disparada de una de las tuberías rotas.

— ¡Cuidado! — gritó Rivon, intentando apartarse.

El vapor, abrasador como fuego líquido, se liberó con una fuerza implacable, alcanzando a Thorin antes de que pudiera reaccionar. El vapor lo golpeó de lleno en el rostro y el torso, arrancándole un grito desgarrador que resonó por toda la sección. Rivon observó horrorizado mientras la piel de Thorin se quemaba y desprendía bajo el calor, los músculos retorciéndose bajo la carne carbonizada.

Thorin cayó al suelo, su cuerpo convulsionando mientras intentaba respirar, pero el vapor había destrozado su tráquea y su pecho. Su grito se convirtió en un gorgoteo ahogado, y sus ojos, llenos de dolor, buscaron a Rivon por un instante, como si intentara decir algo.

Rivon intentó acercarse, pero sabía que no había nada que pudiera hacer. El daño era irreparable, y Thorin estaba más allá de cualquier ayuda. El cuerpo de su compañero se retorció en espasmos finales antes de quedar inmóvil, su piel calcinada y su rostro desfigurado por el vapor ardiente. El olor a carne quemada llenó el aire, una mezcla nauseabunda que Rivon apenas podía soportar.

Los otros esclavos apenas tuvieron tiempo de procesar lo que acababa de suceder. Las órdenes seguían llegando por los altavoces, y el Custos Automa que patrullaba la zona no mostró ningún interés por la muerte de Thorin. Para ellos, un esclavo menos no era más que un número eliminado. Otro más caería en su lugar.

Rivon, aún en shock, se levantó lentamente, sus manos temblando. Sabía que si no continuaba trabajando, él sería el siguiente. Con un nudo en el estómago y el dolor emocional embotado por la desesperación, volvió a concentrarse en las reparaciones. Las válvulas seguían goteando, y las tuberías vibraban peligrosamente, pero no había tiempo para lamentos. En la Veritas Imperii, la muerte era algo cotidiano, incluso para los que habían estado a su lado durante años.

Los esclavos continuaron trabajando en silencio, sus miradas evitando el cadáver calcinado de Thorin, que yacía en el suelo a pocos metros. Sabían que pronto sería recogido por los Custos Automa y llevado a las cámaras de reciclaje, como todos los demás cuerpos que pasaban por la nave.

El aire seguía siendo tóxico, y cada respiración quemaba en la garganta de Rivon, pero no podía detenerse. La muerte de Thorin había sido brutal, pero no era la primera vez que veía algo así, y no sería la última. La Veritas Imperii seguía adelante, indiferente a las vidas que destruía en su interior.

Con cada ajuste que hacía a las tuberías, Rivon sentía el peso de la realidad aplastarlo un poco más. El trabajo continuaba, implacable, y la muerte de Thorin era solo un recordatorio más de que nadie estaba a salvo. El Imperio no se preocupaba por sus esclavos, ni siquiera por sus soldados. Todos eran sacrificables, y la guerra, así como la maquinaria que la sostenía, nunca se detenía.

Cuando finalmente lograron estabilizar los sistemas de soporte vital, Rivon se detuvo por un momento, respirando con dificultad. Su cuerpo temblaba de agotamiento y dolor, pero sabía que no habría descanso. Las órdenes seguían resonando por los altavoces, y el ciclo de servidumbre y muerte continuaba sin interrupción.

Miró por última vez el cuerpo de Thorin, ahora inerte, antes de girarse y seguir adelante. No había tiempo para duelo en la Veritas Imperii.

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