Me quedé ahí parado, contemplando el antiguo texto, las palabras se mezclaban delante de mí. El peso era sofocante: el peso de la responsabilidad, el peso de la maldición, y, sobre todo, el peso de saber que Aimee estaba sufriendo por mi culpa. Habían pasado semanas desde que comencé mi búsqueda de una manera de romper la maldición negra que asolaba a mi familia, y durante todo ese tiempo, no había encontrado más que callejones sin salida y enigmas crípticos.
—Aimee, no puedo detenerme —susurré, aunque sabía que ella podía escucharme. No necesitaba mirarla para saber que estaba preocupada. Se le notaba en la cara —Si me detengo... si no sigo buscando... esta maldición ganará. Nos destruirá.
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