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Capítulo 37: ¡Viva México!

Miranda

 

 

 

 

No lo podía creer. Era, sin duda alguna, una de las mejores noticias que recibimos en los pocos meses que llevábamos frente a nuestra galería, y todo gracias al excelente trabajo de Verónica en redes sociales.

—Ese evento se llevará a cabo desde el 15 de marzo al 5 de abril, tenemos tiempo para renovar nuestros pasaportes, contratar personal que quede a cargo de la galería, hablar con la señora Jiménez, y…

—Cariño, cálmate, llevemos las cosas con calma —dije al interrumpirlo. Axel estaba muy emocionado.

—Está bien…, está bien…, una cosa a la vez —dijo, aún emocionado.

—Exacto… Además, tenemos que revisar nuestro estado financiero para ver si podemos costear ese viaje. Recuerda que debemos pagar la tercera cuota del local y nuestros impuestos en Año Nuevo —alegué.

—Es cierto, pero ya esos pagos los tengo previstos… Recuerda que hace poco recibí una buena cantidad de dinero con una pintura, de lo cual guardé para nuestros impuestos. En cuanto a la tercera cuota del local, entre enero y febrero, recibo otro pago sustancioso. Uno de mis socios obtuvo cincuenta y cinco mil dólares por una de mis obras, ¿puedes creerlo? Aunque espera mi decisión respecto a mis ganancias, pues me está ofreciendo un automóvil cero kilómetros y un apartamento en Puerto La Paz.

—Si mis cálculos no fallan, tus ganancias por esa pintura son de poco más de treinta mil dólares… ¿No sería posible que te transfiera el dinero? De ser así, nos facilitaría mucho la idea de ir a México.

—No creo que eso represente un problema para él, se lo haré saber mañana mismo.

No me asombraba la manera en que Axel se anticipaba ante los compromisos. Era una de sus tantas virtudes desde que empezó a tener éxito.

Por otra parte, teníamos que proponerle a Verónica que nos acompañase, pues ella también fue fundamental en nuestro éxito, y para eso, la invitamos a una cena en un restaurante cercano a la galería, donde asistió con un exhausto Isaías. Su cartera de clientes seguía creciendo de tal manera que consideraba asociarse con sus colegas para fundar un bufete.

—Han sido días estresantes, pero lo bueno es que es a causa del trabajo —comentó Isaías minutos después de encontrarnos frente al restaurante.

—Le he dicho que se tome unos días de descanso, pero cada día son más las personas que solicitan su asesoría —continuó Verónica.

—Bueno —interviene—, aprovechemos esta noche para relajarnos. Supongo que ya le diste la buena noticia, ¿verdad, Verónica? —le pregunté.

—Sí, por eso accedió a acompañarme, para que celebremos juntos —respondió.

—Me parece genial —dijo Axel—, aunque más que una celebración, les tenemos una propuesta.

Entramos al restaurante y pedimos una mesa para cuatro, donde fuimos atendidos por un camarero que nos trató de maravilla. Ordenamos una botella de champaña y, sin ver el menú, un asado de res y ensalada rusa, el cual degustamos antes de centrarnos en nuestra conversación respecto al viaje a México.

—¡Estuvo delicioso! —exclamó Axel, quien poco solía romper su rutina nutricional.

—Exquisito —continué.

—Gracias por la invitación, Axel. y a ti también, Miranda —dijo Isaías.

—Bueno, no podemos empezar hasta que nuestra niña termine de comer —dijo Axel con voz socarrona.

Verónica siempre solía tardarse a la hora de comer. Comía en porciones muy pequeñas y masticaba bien su comida.

—La comida es para disfrutarse, señores —alegó ella al terminar de comer.

—Tienes razón —comenté.

—Bueno, a lo que venimos —dijo Axel—. Primero, quiero hacer un brindis por el éxito que hemos logrado desde que fundamos la galería.

Axel llenó por tercera vez nuestras copas y alzó la suya mientras esbozaba una bella sonrisa.

—Brindo por nuestros éxitos, nuestras caídas y por la vida en general… ¡Salud! —exclamó.

Chocamos copas con él y exclamamos «Salud» casi al unísono.

—Segundo —continuó—, nos gustaría hacerles una propuesta, y esto te incluye, Isaías… Esta consiste en que nos acompañen a México para la Feria Internacional de Arte que se llevará a cabo en Guadalajara.

Verónica e Isaías se asombraron con la propuesta, y luego giraron hacia mí como si intentasen confirmar que lo que decía Axel era cierto; me limité a asentir.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Verónica.

—Querida —dije—, si no es por la excelente labor que hiciste en nuestras redes sociales, esto no fuese posible… ¡Por supuesto que es en serio!

—No sé qué decir —musitó con un dejo de emoción.

—¿Tú no vas a decir nada? —le preguntó Axel a Isaías.

—Tampoco sé qué decir —dijo. Sus orejas, como siempre, cuando experimentaba mucha emoción, se enrojecieron.

Esa noche, después de los agradecimientos por parte de Verónica e Isaías, acordé con ella hacer nuestras diligencias juntas y dejar todo en orden antes del viaje. Mientras que Axel e Isaías se ofrecieron a acompañarnos en la diligencia de los pasaportes, pues ambos tenían bastantes cosas que hacer respecto a sus ámbitos laborales.

♦♦♦

El 12 de marzo, tal como acordamos, nos encontramos en el Aeropuerto Internacional de Ciudad Esperanza, esperando nuestro vuelo con destino a Ciudad de México, desde donde teníamos que tomar otro avión para llegar a Guadalajara.

Estábamos muy emocionados ante la oportunidad de representar a nuestro país y, además, darle una mayor visibilidad a nuestras obras, las cuales habíamos enviado en febrero a través de FedEx; el costo de envío, por suerte, lo costeó la Secretaría de Cultura de México.

Nuestro vuelo estaba programado para las seis de la mañana, pero como ocurre en los aeropuertos, este se retrasó por poco más de dos horas, así que salimos a las ocho con quince.

Axel pasó parte del trayecto durmiendo con tal de evitar el pánico que le causaba volar por tanto tiempo, mientras que Verónica e Isaías iban unos puestos más adelante cuchicheando.

Fue un vuelo de cinco horas, por lo que el avión aterrizó a pocos minutos para las dos con quince de la tarde. Una vez establecidos en el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México, donde estuvimos más de una hora mientras pasábamos por el control de migración, aprovechamos de comprar los boletos con destino a Guadalajara ese mismo día.

Nuestro vuelo con destino a Guadalajara estaba programado para las siete de la tarde, pero por alguna razón que no supieron explicar, se retrasó por una hora.

Así que, salimos de Ciudad de México a las ocho con veinte de la noche y llegamos finalmente a Guadalajara a las nueve con cincuenta. Una vez más, y para nuestro estrés, estuvimos dos horas esperando por el control de migración.

Aun así, no dimos importancia a esos detalles, y cuando logramos salir del Aeropuerto Internacional de Guadalajara, pedimos un taxi que nos transportó al Grand Fiesta Americana Guadalajara Country Club, donde habíamos reservado habitaciones hasta el 25 de marzo; solo permaneceríamos diez días en México.

La Feria Internacional de Arte se iba a llevar a cabo en La Universidad del Valle de Atemajac, que nos quedaba bastante cerca del hotel. Axel y yo teníamos una idea de lo que sucedería en dicho evento, ya que tuvimos la fortuna de asistir a uno similar en el Instituto Nacional de Bellas Artes en Ciudad Esperanza.

Verónica, por su parte, nunca había tenido la oportunidad de asistir a un evento parecido, y en pocas palabras, era el premio que merecía por ser quien nos permitió vivir una gran experiencia en México.

El hotel, tal como habíamos visto en Google, era una maravilla que ansiamos recorrer, aunque tan pronto llegamos y nos registraron, nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones para dormir; había sido un día estresante.

Cuando Axel y yo nos establecimos en nuestra cómoda habitación, fuimos a ducharnos y luego, después de secarnos y vestirnos con nuestros pijamas, caímos como un costal de papas en la cama.

Al día siguiente, nos pusimos en contacto con el señor Fuentes, quien se alegró al saber que ya nos encontrábamos en Guadalajara dos días antes del evento.

El señor Fuentes nos recomendó encontrarnos en la universidad, pues, así como nosotros, había otros artistas que iban en representación de sus respectivos países y a quienes la Secretaría de Cultura de México les daría a modo de bienvenida un recorrido por los sitios turísticos de la ciudad.

Después de desayunar, nos dirigimos a la universidad y nos encontramos con el robusto señor Fuentes. Este nos recibió con amabilidad y nos agradeció por asistir a la feria. Alegó que nuestras obras eran una maravilla del arte latinoamericano; eso nos halagó mucho, sobre todo a Verónica.

Minutos después, nos unimos a un grupo de doce personas, todos artistas plásticos y representantes de España, Argentina, Colombia y Honduras. La mayoría se mostró amable con nosotros y el cuarteto argentino, compuesto por tres mujeres y un hombre, nos dijeron que admiraban nuestro trabajo, mismo que habían apreciado a través de nuestras redes sociales.

Gran parte de ese día lo dedicamos al recorrido que nos ofrecieron por aquellos lugares llamativos de la ciudad, aunque estos poco llamaron nuestra atención. La mayoría íbamos centrados en una conversación referente al arte. Hasta Isaías se tomó la libertad de dar sus opiniones.

La situación cambió cuando el recorrido hizo su penúltima parada, en un lugar que nos resultó exótico e inspirador, sobre todo a los que pintaban; Axel estaba maravillado.

El Puente de Arcediano fue un sitio que acaparó nuestra atención de lleno, tanto que ni siquiera escuchamos al señor Fuentes hablarnos de ello, pues Verónica y yo platicábamos respecto a la idea de realizar una escultura inspirada en este, tan pronto volviésemos a nuestro país.

Axel, por su parte, sí prestaba atención junto a Isaías respecto a la historia del paraje, la cual nos contaron por la noche cuando llegamos al hotel.

Una vez más estábamos exhaustos, pero bastante relajados en comparación con el día anterior. Durante la cena, nos topamos con una pareja de escultores españoles, quienes también se hospedaban en el mismo hotel que nosotros. Eran Estefanía y Miguel, que al igual que Axel y yo, compartían una relación romántica y tuvieron la amabilidad de invitarnos una botella de vino tinto.

Con ellos, estuvimos hasta la media noche compartiendo anécdotas y hablando de nuestra formación académica; la verdad es que la pasamos muy bien.

Cuando Estefanía y Miguel se despidieron de nosotros, Verónica e Isaías se levantaron y nos desearon las buenas noches, por lo que Axel y yo también optamos por ir a nuestra habitación para tomar un merecido descanso; fue un gran día.

♦♦♦

Días después, cuando posábamos para una fotografía frente a nuestras obras, las cuales habían acaparado la atención de aficionados y críticos, Verónica e Isaías optaron por regresar temprano al hotel.

Axel y yo cruzamos miradas cómplices al saber el porqué, razón por la cual Isaías se hizo descubrir, como siempre, con el enrojecer de sus orejas; les deseamos una feliz velada.

Axel y yo optamos por quedarnos hasta el final del evento, lo cual fue un acierto, ya que llamamos la atención de un crítico francés que, aunque se mostró pedante, alegó admirar nuestras obras.

Era un señor de fino bigote y una vestimenta bohemia que presumía con su porte erguido. Llevaba una boina negra, unas gafas al estilo de John Lennon, una camisa de mezclilla azul, una ridícula bufanda de colores, pantalón negro y sandalias en vez de zapatos.

MonsieurMadame… Un placer conocerles, me llamo Pierre Petit, soy un importante y reconocido crítico de arte, y también representante del famoso y prestigioso Museo del Louvre —dijo con marcadísimo acento francés y una soberbia que no nos agradó.

Merci beaucoup, Monsieur —replicó Axel. El señor Petit frunció el ceño y yo dejé escapar una carcajada—. ¿Dije algo gracioso? —me preguntó después.

—Le dijiste muchas gracias —respondí en mi intento de contener la risa.

—Ah, lo siento, señor… Pensé que le había dicho mucho gusto —le dijo Axel al señor Petit.

—No tome nuestra rica lengua como broma, Monsieur —replicó.

—Bueno, tampoco es para tanto, señor… Mucho gusto, mi nombre es Miranda Ferrer —intervine para presentarme.

—Yo soy Axel Lamar, mucho gusto —continuó.

El señor Petit asintió y, sin muchos rodeos, empezó a hacernos preguntas referentes a las técnicas que usamos para nuestras obras y la fuente de nuestra inspiración.

Era evidente que se trataba de un profesional del arte, algo que iba más allá de la crítica, lo cual supuse que era requisito mínimo para atreverse a ser crítico y, además, representar al Museo del Louvre.

Básicamente, el señor Petit se centró en interrogarnos como si fuésemos unos estudiantes recién graduados, y aunque respondimos a todas sus preguntas con profesionalismo y sin inmutarnos, este no parecía estar convencido con nosotros. Quince minutos después, pidió nuestra información de contacto y se despidió con esa soberbia que lo caracterizaba.

Al final del día, después de supervisar que nuestras obras fuesen trasladadas a un lugar seguro con el mayor de los cuidados, ya que habíamos visto cómo un joven del protocolo dejaba caer una escultura, regresamos al hotel y nos reencontramos con Verónica e Isaías; se les notaba muy contentos, mucho más de lo normal.

Axel y yo bromeamos un poco sobre su momento a solas, y como siempre, al pobre Isaías se le enrojecieron las orejas. Era gracioso cuando se hacía descubrir de esa manera. Nosotros optamos por una cena ligera y subimos para tomar un merecido descanso, emocionados porque faltaban pocos días para regresar a casa.

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