—¿¡Tienes idea de lo que has hecho!? —gritó Ricardo, caminando de un lado a otro con agitación. La molesta migraña solo avivaba más su enojo.
Samantha estaba sentada en el borde de la cama, sus ojos fijos en sus pies, negándose a mirar a su esposo. Ella esperaba que él se molestara, pero la intensidad de su enojo era abrumadora.
—Estaba tratando de humillarme, Ricardo —se defendió suplicante Samantha, su voz apenas un susurro—. ¡Lo hizo a propósito para arruinar mi ropa, lo sé!
Ricardo dejó de caminar y se volvió hacia ella, sus ojos se estrecharon incrédulos. Quería decirle que esa ropa no era de ella desde el principio, pero aún así logró contener las palabras.
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