Eliás observaba en silencio mientras ella dormía. Enroscada como un gato, dormía con las manos aferradas a las suyas con fuerza. Se sentó al borde de su cama, una pierna cruzada sobre la otra mientras la observaba. Notó hábitos extraños de ella, como su nariz que de vez en cuando se movía, el fruncido de su ceño y cómo se acercaba más a él.
—Qué cosita tan delicada... —Eliás apartó suavemente su cabello para que durmiera más cómoda. Estaba acostada de lado y enfrentándolo. La pobre no conocía la habilidad que poseía.
Adeline hablaba de amor y compasión como si no supiera quién era. Solo había una persona en este mundo que podría enseñarle esas emociones.
Eliás negó con la cabeza lentamente. Era tan tonta como sabia. Su conversación había muerto hace tiempo. Por fin la había convencido de dormir unas horas antes, pero seguía sosteniendo su mano.
Eliás prometió que se habría ido para cuando ella se durmiera, pero permaneció pegado a su lado.
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