—¿Siempre quisiste usar una corbata conmigo? —preguntó ella.
—Desde luego que quería atarte —admitió Hugo, ganándose un ligero golpe en su fornido pecho.
—¿Sabes que todos tus hombres querían tenerte solo para sí, verdad? —preguntó Hugo, como si confirmara.
—Hmn, pero qué hacer... Yo los quiero a todos ustedes.
—Hm, esa es mi reina —dijo con un dejo de rendición, frotando su rostro en el sensible hombro y cuello de ella.
—Me alegra que tengas familia que te acompañe aquí —dijo ella—. Sin duda él era mucho más afortunado que sus otros hombres, y estaba feliz de que al menos uno de ellos tuviera parientes de sangre aún presentes.
—¿Te agradan? —preguntó Hugo, acariciando su curvilínea cintura.
—Mucho —dijo ella—, nunca tuve figuras maternas en ninguna de mis dos vidas.
Esto hizo a Hugo sentirse a la vez desolado y feliz —¡Ahora las tienes! —le dijo—. ¿De verdad no puedes quedarte? Ellas serán tu madre y abuela... y de verdad querrían pasar más tiempo contigo...
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