Cayo miró a la mujer dormida anidada en sus brazos, lleno de amor.
Sus grandes manos tocaron su suave mejilla, bajando por su cuello y hasta su espalda, y la atrajo hacia él para un abrazo más profundo.
El calor prevaleció en su corazón durante mucho tiempo.
Si solo las cosas pudieran permanecer así.
Lamentablemente, sabía muy bien que en el momento en que pidiera exclusividad sería cuando la perdería.
Con este deprimiente pensamiento, apretó un poco más su abrazo y ella se movió. Sintiéndose culpable, le palmeó suavemente la espalda, arrullándola para que siguiera durmiendo.
Soltó una sonrisa complicada mientras oía que su respiración se estabilizaba de nuevo.
—No pienses en eso —se dijo a sí mismo—. Solo disfruta del tiempo que pasas con ella.
El tiempo de paz duró hasta que sonó el timbre.
Frunció el ceño al sonido y cuando nota que Khalifa comienza a despertarse, la besa en la frente para tranquilizarla. —Sigue durmiendo, amor. Iré a abrir.
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