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Los Prisioneros

Rosina observaba la celda de Sal para ver si tenía compañera de celda y vio a un hombre durmiendo en la esquina. Frunció el ceño y abrió la cerradura para comprobar quién le había hecho eso a Sal, su espía.

Rosina colocó su mano en la frente de Sal para mirar en sus recuerdos y vio cómo la arrastraron a la celda, y el hombre con Sal la había agredido sexualmente.

—¿Qué diablos...? —exclamó Rosina y fulminó al hombre con la mirada. Estaba sorprendida de que el prisionero tuviera el valor de hacer eso en público. Miró las celdas cercanas, que no se inmutaban y observaban cómo sucedía todo.

—Ah, esto me está enfureciendo —suspiró profundamente Rosina—. Cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Aunque Sal era una no-muerta y Rosina detestaba su valor, no le gustaba que su juguete fuera aprovechado por un sucio anciano.

Rosina se acercó al anciano y estaba a punto de patearlo cuando el lobo al lado de su celda le hizo un gesto para que se detuviera.

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