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Noah se detuvo en la entrada de la mansión, su presencia tan imponente como siempre. Observó en silencio cómo los paramédicos cargaban al General Gabriel en una camilla, sus movimientos eficientes y apresurados.
Cuando Fletcher, su médico, lo atendió, Gabriel apenas respiraba. Habían perdido tanto tiempo antes de llamar a una ambulancia. El anciano no solo estaba desangrándose, también tenía hemorragias internas.
Tomó una lenta calada de su cigarrillo, la punta brillando en naranja ardiente en la luz tenue. El humo se rizaba perezosamente alrededor de su rostro, mezclándose con el fresco aire vespertino. Su expresión era inescrutable, tan serena como siempre.
El médico se acercó a Noah. De pie a su lado, observó al general herido siendo llevado a toda prisa. —Ha perdido mucha sangre. Esperemos que sobreviva la noche —comenzó, siguiendo con la mirada a los paramédicos que lo colocaron en la ambulancia.
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