—N-No... —murmuró Edrea.
Su rostro ya estaba pálido, sus ojos estaban muy abiertos y por cómo le temblaban los labios, era evidente que estaba asustada.
Muy asustada.
—N-No... No soy una espía enviada por ningún reino... No soy una espía...
—¡NO SOY UNA ESPÍA! —Edrea gritó en pánico y miedo.
—Señorita Edrea... las cosas no se deciden por lo alto que puedas decir las... —murmuró el hombre sentado frente a Edrea.
Él era el mismo hombre con apariencia de erudito que interrogó a Edrea hace un día.
Ahora mismo, Edrea estaba dentro de la sala de interrogatorios, sentada sobre sus rodillas, con las manos atadas detrás de su espalda.
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