Agarrándose los lados rojos de su cara que ardían como si fueran de puta madre, Carl apretó los dientes y las palabras escapaban de su boca una a una. —¿T-tú... te atreves?! ¿¡Sabes quién soy yo?!
Roy pareció indiferente a su corazón. —No, no lo sé y honestamente, aunque lo supiera, igual te habría abofeteado, estúpido. El sarcasmo salió de su boca como una cascada, mojando a Carl hasta dejarlo como un perro mojado.
—Mentiras. ¡Eso apenas dolió!
Aunque decía eso, su cara decía otra cosa. Las lágrimas escapaban de sus ojos y la marca roja y visible en forma de palma en su cara le decía a todos que la bofetada de Roy le estaba doliendo como una perra.
Los labios de Roy se estiraron en una sonrisa asesina. —Entonces supongo... que tengo que seguir abofeteándote hasta que te vuelvas estúpido.
Roy abofeteó con tal velocidad que Carl ni siquiera pudo registrar lo que pasó antes de que aterrizara en su cara.
—¡Pa!
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