La licántropa de pelaje dorado miraba fijamente a la bruja frente a ella con sus ojos rojos e inyectados en sangre. A su alrededor, algunos de los guerreros licántropos yacían en el suelo, gimoteando de dolor a causa de la magia.
La magia de la bruja les afectaba enormemente, pero su efecto en ella era menor porque era una Hembra Alfa. Su sangre la protegía de la magia.
Sin embargo, aun así la afectaba de ciertas maneras.
Diana podía sentir cómo la conciencia de su bestia empezaba a desvanecerse mientras exhalaba. Sacudió la cabeza para recuperar la concentración.
Lo único que tenía en mente en ese momento era su hijo, Torak. ¿Estaría bien con esa chica? ¿Había sido una decisión acertada dejar a su hijo con ella?
—¡Tenía que encontrar a su hijo antes de que ocurriera algo malo!
Con nueva determinación, los ojos de la bestia se afilaron mientras se lanzaba sobre la bruja y levantaba sus afiladas garras.
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