Los angustiados gritos de Alicia resonaban por el palacio esa noche mientras la luna de sangre ascendía lentamente en el cielo, arrojando un siniestro resplandor carmesí sobre el reino. Los médicos corrían de un lado a otro, con el ceño fruncido por la preocupación, pero su dolor resultó estar más allá de su comprensión.
Fuera de la cámara, el Príncipe Harold caminaba inquieto, su corazón se comprimía de miedo por su amada Alicia.
Él había rogado desesperadamente a los médicos que hicieran cualquier cosa para aliviar su sufrimiento. Cualquier cosa. No había usado su tono usualmente autoritario, ni les habló con la autoridad que poseía. Había suplicado como esposo. Como amante.
Le resultaba aún más doloroso porque no podía estar dentro con ella, especialmente cada vez que gritaba su nombre.
Afortunadamente, Lance había arrastrado a Paulina lejos, así que había una distracción menos en el exterior.
Pero en la voz del médico, él había dicho:
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