Zhao Lifei se giró para enfrentarse a su abuelo que tomaba té sin ninguna preocupación en el mundo. Parecía que estaba en su jardín zen, donde las flores gloriosas estaban en plena floración y los pájaros canturreaban de fondo. Estaba demasiado tranquilo para ser un hombre que acababa de gastar cuatrocientos cincuenta millones de dólares en un solo instrumento.
Al verla inquieta y ansiosa por hablar, Zhao Moyao depositó lentamente su taza. Ahora, esa sí que era una taza de té bien preparada. Con una voz despreocupada, le preguntó:
—¿Qué sucede?
—El piano... no puedo aceptarlo —susurró, sintiendo cómo la culpa se asentaba en ella. No le gustaba depender de su dinero ni disfrutar de la idea de que alguien gastara en ella de esa manera. Se aseguró de mantener su voz baja para que las personas a su alrededor no pudieran oírla.
—Está bien, entonces lo tiraré a la basura.
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