Madeline nunca había estado fuera de su casa a esta hora de la noche, al menos no cerca del bosque, lo que la hacía preocuparse y asustarse. Sus ojos saltaban a cada sonido que escuchaba. Solo podía esperar que estuviera cubriendo una distancia decente y que llegara al pueblo.
Finalmente, como un rayo de sol, los caballos relincharon, y ella rezaba para que fuera alguien que no perteneciera al castillo. No todos los rayos eran felices, y con ese pensamiento, se situó en el camino para que el cochero pudiera verla y detenerse. Levantando las manos, las agitó. El cochero al principio no se detuvo, y por eso tuvo que usar su boca para alertarlo,
—¡Por favor, deténgase! ¡Por favor! —lloró para captar la atención del cochero.
El cochero se detuvo, mirando a la dama,
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