—Sabías que algo así pasaría, ¿no es así, mi Eve? —Vincent la interrogó con una mirada ardiente—. O quizás estás probando mi control y paciencia, pero sabes que carezco de ellos.
La boca y la garganta de Eve se habían secado para responderle con palabras. Su pecho se elevaba suavemente, respirando hacia adentro y hacia afuera, y porque sus dedos se mantuvieron cerca de su busto, cada inhalación rozaba la curva de su suave montículo.
—Quería darte mi sangre —respondió Eve, pero los ojos de Vincent se oscurecieron mientras una ligera sonrisa estaba en sus labios.
—Y aquí pensé que yo era el astuto de los dos a menos que tú seas la oveja engañada por el lobo —la mano de Vincent se posó en el costado de su cuerpo mientras su pulgar se acomodaba justo debajo de su seno—. Si sangre es lo que quieres ofrecerme, es lo que tomaré —le susurró.
Bajó la cabeza y pronto Eve sintió cómo él hundía sus colmillos en la plenitud de su seno.
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