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Aunque Eva y Vincent estuvieran rodeados de silencio dentro de la habitación cerrada, estaban en su propio espacio. Uno se elevaba por la sangre eufórica que había bebido. El otro se quedó ligeramente acalorado por las mordeduras y succiones del vampiro en su piel.
La mano de Eva soltó su vestido, y la tela se enrolló y se deslizó para caer torcidamente. Estaba a punto de retirar su pie, pero Vincent la detuvo. Su corazón se sobresaltó, y él señaló,
—¿Por qué tu pequeño corazón canta tan fuerte hoy? ¿Eh? —le preguntó.
—Me mordiste… ¿Qué esperabas? —respondió Eva.
—¿Entonces no tuvo nada que ver con que chupara tu piel? —Vincent la provocó y recogió su zapato del suelo. Parecía que quería matarla hoy con la vergüenza y no sacándole la sangre, pensó Eva en su mente.
—No —aunque Vincent tiraba de las cuerdas, Eva no quería darle la satisfacción. Pero el vampiro sabía cuál sería su respuesta. Curiosa, le preguntó:
— En una semana, ¿de cuántas personas bebes?
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