La siguiente mañana, Eva fue despertada por el canto de los pájaros que se habían posado cerca de los árboles de la oficina de Vincent. Cuando intentó estirar su cuerpo, se encogió de dolor ya que su piel que estaba sanando no se lo permitía. Empujándose desde el sofá, notó cómo los rayos del sol pasaban a través de las ventanas de la habitación.
Vincent no estaba en la habitación, y Eva se preguntó dónde habría ido.
Lo último que recordaba era a Vincent bebiendo sangre de su cuello. Su mano tocó su cuello, recordando la noche anterior. Fue como si él hubiera tenido algún tipo de interruptor mental anoche, y ella nunca lo había visto mirarla de esa manera antes.
—Amigos —murmuró Eva antes de rodar los ojos.
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