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Quejidos y Mordiscos

Cuando llegó la mañana, Seren se despertó incapaz de moverse. Un brazo fuerte todavía rodeaba su cintura, manteniéndola en su lugar, y pertenecía nada menos que al hombre de ojos rojos durmiendo a su lado. Quería levantarse ya que había tenido suficiente de este contacto piel con piel. Sentía su hombro derecho un poco dolorido por dormir en la misma posición durante tanto tiempo. 

Con cuidado deliberado, sostuvo su mano e intentó levantar su brazo para salir de la cama, pero entonces lo escuchó decir en una voz baja y ronca algo que le envió escalofríos a lo largo de la columna. 

—Mi Reina, no deberías moverte si no quieres meterte en problemas.

«¿Lo desperté? Y fui tan cuidadosa...» El cuerpo de Seren no pudo evitar congelarse. «Parece que me castigará por perturbar su sueño. Debería haber dormido lejos de mí desde el principio para que no lo molestara. No es mi culpa, pero ahora me culpa por ello.» 

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