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—¿En qué estás pensando? —preguntó Oso.
—¿Es una afición tuya conocer mis pensamientos, Oso? —Hera sonrió con ironía, echando una mirada por encima del hombro hacia donde su más leal secuaz estaba de pie—. He notado que últimamente preguntas mucho sobre lo que pienso.
—Es mi trabajo conocer tus pensamientos —razonó él—. Y es peligroso ahí. Bebiste un poco, jefa.
—¿Hay algún lugar en este mundo en el que vivimos que no grite peligro? —Hera soltó una risa.
—No lo había, pero no podía decirlo. No había necesidad porque la verdad estaba grabada profundamente en sus huesos.
—Oso, deja de tratarme como a una niña pequeña. Han pasado años desde que tomé el control de la organización —Hera miró hacia abajo, impasible ante la altura a la que caería si perdiera el equilibrio—. ¿Crees que esta caída sería suficiente para matarme?
—Eres humana —comentó él—. No saltes.
—¿Qué te hace pensar que estaba pensando en saltar?
—Una corazonada.
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