—¡Tú...! —Shenlian Yingyu elevó su vigilancia al máximo. ¿Qué estaba planeando hacerle la heroína en esta situación?
Pero, al ver la débil respiración de la heroína, las manos de Shenlian Yingyu, que instintivamente iban a empujarla, se detuvieron.
Todo el mundo en el mundo pequeño frunció el ceño.
Huang Bai Xing respiraba con dificultad. El sudor brotaba de su frente.
—¡Dejen…me en paz! —Gritó con ferocidad a otro médico que quería tocarla. Lamentablemente, su tono era débil.
—¿Por qué gritas? Vienen a ayudarte —Sikong Yanya bebía un vino tinto y preguntaba juguetonamente.
—No... hace... falta —rodeó con su mano la cintura de Shenlian Yingyu y enterró su rostro sangriento en su cuello.
Nadie podía salvarla. Ella lo sabía. ¿Para qué llamarlos y molestarla? Su cuerpo, lo conocía bien. Había aprendido medicina y leído innumerables libros sobre enfermedades.
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