—¿Crees que estará bien? —preguntó Altea mientras observaba cómo los representantes Bellugan desaparecían de vista.
Garan se inclinó y besó su cabello. —Tendrá que estarlo si quiere sobrevivir —dijo y acarició la cabeza de su esposa mientras ella se apoyaba en él de nuevo.
—Pronto, los aborígenes vendrán por nosotros —dijo ella. Oslo había confirmado lo que esa persona, Bart, le había insinuado a Garan antes. Había muchos territorios aborígenes interesados en sus fichas. Pronto se verían inundados por la guerra.
—Es como si los enemigos vinieran de todas direcciones…
Garan asintió, sin mentir, pero la besó en la mejilla para consolarla. —Consideraremos tantas cosas como podamos para que, al menos, nos sintamos seguros en nuestro propio hogar pase lo que pase.
Altea se rió entre dientes, besando su mejilla. —Serás como la torre de vigilancia de Altera… —murmuró, luego se estremeció al recordar algo.
—Hablando de torres de vigilancia…
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