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La víctima

**Narra Bahar.**

Grité una y otra vez, fuerte, cuando aprecié el cuerpo inerte de mi bebé.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡Dios! ¡No!— repetí tantas veces, sintiendo cómo el sufrimiento no terminaba de desprenderse de mi pecho. Me sentía vacía, inútil por no haber podido mantener a mi bebé dentro de mi vientre.

—Dios, ¡¿por qué?!— chillé— ¡¿por qué?! ¡Me quiero morir! Por favor, ya no lo soporto más.

Continué gritando; ni siquiera sabía de dónde tomé fuerzas para sacar este dolor. Me sentía tan débil, pero el amor que sentía por ella, aún sin haber pasado mucho tiempo de mi embarazo, era inmenso. Yo la adoraba; ella era mi mundo entero, mi vida, por la cual sacrifiqué todo. El acto de amor más grande que hice fue por ella, para su protección, y saber que no sirvió de nada me enloqueció y perdí los estribos.

—Mi niña— intenté tomarla entre mis manos, pero Melek le ordenó al doctor que se la llevara de mi lado— ¡no, por favor!— supliqué— por favor, no se la lleve— solloce— ¡no se lleve a mi hija! ¡Es mía!

El doctor me miró con lástima y se quedó de pie frente a mí, pero Melek habló:

—Creo que fui bastante clara, doctor. Llévesela, no la quiero ver aquí. Le hace daño a mi hija.

—¡Eres una maldita! Jamás te perdonaré todo lo que me hiciste— le grité— te voy a matar, eres una desgraciada— la tristeza se convirtió en cólera— mataste a mi bebé y ni siquiera tienes una pizca de remordimiento. ¡Te odio!

El doctor sostuvo en sus manos al pequeño cuerpo inerte y ensangrentado.

—No, por favor— le supliqué nuevamente— déjame tomarla entre mis manos, ¿sí? No se la lleve, por favor.

—Lo siento— me dijo— debo hacerlo.

Y se giró. Yo me levanté de la cama sin importar lo lastimada que estaba.

—¡No!

Corrí hacia él, pero Melek fue más rápida y me sostuvo del brazo con brusquedad.

—¡Bahar! Quiero que veas lo positivo de esto.

—¿Lo positivo de qué?— cuestioné, intentando evitar las ganas de estrangularla.

Mi respiración era un caos; quería irme, salir detrás del doctor. No quería separarme de ella, no estaba lista para despedirme todavía. Tenía la esperanza de que su corazón continuara palpitando, tenía la ilusión de que estuviera viva, aún si eso no hubiera sido posible.

—Tu hija no sufrirá y está en un mejor lugar, créeme.

—¡No tenías ningún derecho!— mi grito desgarrador ardió en mi garganta y lloré desconsoladamente— ¡Mi hija! ¡Mi bebé, mataste a mi bebé!

—¡Cállate!

Me abofeteó y mi cuerpo se golpeó contra la cama. Mi cabello se esparció sobre mi cara y se mezcló con esas lágrimas que estaba derramando.

—Es tu culpa. Fuiste una golfa que se entregó al primer hombre que le dijo palabras bonitas. Así que no cuestiones mis métodos, cuando tú provocaste esto.

—¡¿Dónde está mi bebé?! ¿Dónde la vas a sepultar?— cuestioné.

—No te lo diré, no tiene caso. Olvídate de que alguna vez estuviste embarazada. Los únicos hijos que tendrás son los de tu marido.

—¡Maldita seas! Tú me prometiste que ibas a dejar nacer a mi bebé— exclamé con voz llorosa— por eso acepté casarme con ese hombre. ¡Eres una maldita perra calculadora!

—Sobrepasas tus límites, pero esto lo dejaré pasar porque estás triste. Sin embargo, cuando pasen cuarenta días quiero que dejes ir lo que no pudo ser. Si después de cuarenta días me continúas faltando el respeto, te juro que no seré condescendiente contigo.

—¡Cuarenta días no serán suficientes para olvidar que perdí a mi bebé por tu culpa!— chillé— ¡Maldita sea! ¡Ojalá que la maldita casa de los Evliyaoglu caiga sobre tu maldita cabeza!

Una persona abrió la puerta de la habitación.

—Pues tendrán que ser suficientes— manifestó con hostilidad— debes estar como si nada hubiera pasado, de lo contrario, ellos van a desatar el infierno en la tierra. Aprovecha estos días y llora todo lo que quieras, porque cuando volvamos a Estambul no podrás hacer estas escenas.

—Sus gritos se escuchan hasta allá afuera.

—Cédala— pidió con frialdad— ya me duele la cabeza. No soporto escucharla gritar.

—No te atrevas— le señalé— no te atrevas a tocarme.

—En su estado no es bueno que grite, señora— me aconsejó Mónica— déjeme ayudarla a conseguir la paz.

—Bahar— sentí que alguien tocaba mi cuerpo, llamándome desde esa espantosa pesadilla.

Grité fuerte cuando la enfermera enterró la aguja en mi piel...

—¿Bahar?— esa voz insistente. ¿Acaso Kemal me estaba llamando? No, esto tenía que ser producto del alcohol. Él me había dejado sola; lo sentí cuando se levantó de la cama con anterioridad.

Abrí los ojos rápidamente y sentí cómo cada una de mis mejillas estaban empapadas de lágrimas. El dolor era tan intenso que, de manera inconsciente, rompía en llanto.

—Solo fue una pesadilla, tranquila— su voz ronca y suave invadió mi zona auditiva y supe que estaba a salvo de mis demonios. Me quedé en silencio mirando sus ojos marrones; su mirada gentil me derretía.

—Kemal, ¿eres tú?— pregunté. Tal vez el alcohol que había ingerido estaba provocándome visiones— ¿eres tú?

¿Acaso era una ilusión producto de mi desbalance nervioso provocado por los efectos del alcohol?

—Sí, soy yo, linda— pronunció— estoy contigo.

Me derretí, sonreí entre lágrimas y exhalé con alivio al entender que eso no estaba pasando en realidad. Aunque recordar me lastimaba, vivirlo fue algo tétrico, una maldita pesadilla como esta de la que siempre había querido despertar.

Exhalé aliviada.

—Solo fue una pesadilla— repetí, mi cabeza daba vueltas. Una maldita pesadilla producto de la realidad.

Sequé cada una de mis lágrimas y recordé que no podía demostrar estos sentimientos porque luego iban a venir las preguntas, preguntas que no iba a contestar.

—¿Qué haces aquí?— cuestioné al recuperar parte de mis sentidos.

—Te cuido para que no vuelvas a escapar— acarició con gentileza mi mejilla entre toques suaves y continuos— sin duda ha sido una noche muy larga.

Todavía mi corazón no había dejado de latir a toda prisa, atemorizado por las cosas que volví a recordar.

—Estoy asustada— admití— quédate conmigo esta noche, solo esta noche.

Creí que pedir esto sería una locura y que él se iba a negar; sin embargo, me equivoqué.

—Entonces acuéstese en mi pecho— propuso. Me tomó en brazos y me dejó recostarme encima de su pecho. Su antebrazo se aferró a mi espalda y, al escuchar los latidos de su corazón, mi sistema nervioso pudo relajarse. Cerré los ojos aspirando el olor de su colonia masculina ligado con su olor corporal, ese que tanto me gustaba.

—No te dejaré sola, lo prometo.

—Pensé que sí— murmuré— pensé que ibas a irte.

—¿Por qué?

—Porque te dije cosas muy feas— las lágrimas se volvieron a derramar y lloré en silencio— perdóname.

Esa disculpa era sincera; había salido de lo más profundo de mi corazón.

Acarició mi pelo y me di cuenta de que estaba húmedo y levemente ondulado. Me miré los brazos y también caí en cuenta de que era su camisa la que estaba vistiendo mi cuerpo.

—No tengo nada que perdonar— dijo en respuesta—. Eso lo dices porque todavía estás borracha, pero sabes muy bien que jamás te dejaría en un momento tan vulnerable. No debiste tomar así; te pudo pasar algo.

"No es más dañino que estar sin ti"— quise confesarle— no puede haber dolor más grande que saber que los he perdido a los dos...

Apretó mi cuerpo más al suyo y besó la coronilla de mi cabeza.

—Si te hubiera pasado algo, no me lo hubiera perdonado nunca... Tuve suerte de verte salir.

—Sé que quieres ayudarme, pero no debiste intervenir...

—¿Me vas a decir lo que sucede?— insistió, pero de una manera calmada— de verdad me preocupa tu bienestar y veo que no estás bien emocionalmente. Puedes hablar conmigo cuando desees.

Lo miré a los ojos y temblé por tener toda su atención. Estaba expectante, esperando a que le confesara todo lo que estuviera pasando por mi cabeza.

—No tengo absolutamente nada. No seas absurdo. Tengo mucha presión... Es todo.

—Puedes compartirla conmigo; no deberías pasar por todo eso tú sola.

Me tensé. No quería confesarle nada porque tenía mucho miedo de lo que iba a acontecer con Melek. Sin duda, ella no iba a ser condescendiente con ninguno de nosotros; Kemal ni siquiera era su hijo biológico y la sangre no era un impedimento para matar a alguien en esta familia. Eso lo decía por mí, porque a pesar de que ella me dio a luz, había sido déspota y cruel toda la vida.

Levanté mi cabeza para verlo a los ojos. Mi pecho volvió a tomar vida; nuestros corazones latían desbocados, desquiciados de amor al mismo compás. No quería volver a torturarme, pero si torturarse era estar así disfrutando de su calor masculino, entonces yo quería, yo deseaba fundirme en la tortura. Lo valía.

—¿Quieres que lo vuelva a repetir?

No quería volver a meter el dedo en la llaga, pero él me estaba alentando. Ya no quería llorar delante de él; estaba tan cansada de rogar por lo que alguna vez fue mío.

—Creo que hay algo más que no me has dicho— declaró, y las vibraciones que emitió su voz me estremecieron el vello de la piel de mi cuello.

Acarició mi barbilla y me acerqué más a su cara. Pose mi nariz encima de la suya y su respiración se mezcló con la mía.

—No tengo nada que decirte— dije en respuesta— así que... No me pasa nada.

Me quedé mirando sus ojos, los cuales me estaban estudiando, incrédulo y dudoso de mi respuesta.

—¿Por qué me mientes?— preguntó— no entiendo por qué lo haces, linda.

—¿Y qué pretendes que te diga?— mi tono fue levemente agresivo— ¿Quieres que me humille más? ¿Quieres que te diga lo miserable que soy porque me abandonas? ¿Acaso no te basta con lo que viste de mí hoy?— hice silencio esperando su respuesta, la cual nunca llegó, así que continué— no quiero eso. Es una tortura.

—Por favor, Bahar— pidió— sé que hay algo que no me dices.

—¿Y por qué no lo dices tú, Kemal? Si estás tan seguro de que hay algo que no te digo, pues dime, ¿qué diablos no te digo?

—Debes calmarte. No te estoy atacando.

—¿Si no lo hago, qué? ¿Vas a besarme otra vez?

Le echó una mirada intensa a mis labios.

—Planeo hacerlo, todas las veces que quieras, pero primero tenemos que hablar.

Me alejé de su cara y, al hacerlo, vi cómo cada expresión en su rostro comenzaba a decaer. Era como si hubiera estado conteniéndose de no mostrar esa expresión de tristeza. Fruncí el ceño y acaricié su mejilla.

—¿Sobre qué? ¿Cambiaste de opinión?— me mostré inquisitiva.

—Sobre...— su voz se rompió— ...nuestra hija— pegó su frente a la mía. Me desconcertó verlo romperse tan repentinamente— Bahar, lo... sé todo...

Pero yo no quería que él continuara hablando porque cada vez que me reprochaba me sentía peor. Lidiar con el asesinato de mi hija era difícil y, de igual forma, lidiar con la crucifixión de su padre hacia mí. Y no era su culpa; era la mía por ser tan cobarde.

—Cada vez que la mencionas, me destruyes el corazón— bajé la cabeza, esperando una palabra desalentadora—. No quiero hablar de eso contigo porque tú todavía no estás dispuesto a entenderme.

—Lo sé todo, Bahar, sé lo que pasó.

Me quedé inmóvil, sintiendo cómo el alma se desprendía de mi cuerpo y un miedo terrible invadía mi pecho.

—¿Qué... qué? ¿Qué es lo que sabes?— cuestioné, intentando esconder lo desesperada que estaba interiormente.

Tragó saliva.

—Perdóname, mi amor— pidió, con el ceño levemente fruncido en una mueca de dolor— lo siento tanto... Perdóname. ¿Sí? Dime que me perdonas.

Tragué saliva al entender lo que estaba pasando. Si Kemal sabía lo que pasó con Dafne, entonces, ¿quién se lo dijo? ¿Quién le dijo aquel secreto?

—Tenemos que hablar— presionó de una manera sutil.

—¿Qué le dijiste a Melek?— inquirí alarmada— por favor, dime que no hiciste un escándalo.

—No— negó, mientras con el dorso de su mano acariciaba mi mejilla. Exhalé con alivio, y mi corazón dejó de palpitar fuerte. El miedo en mi pecho cesó totalmente porque él seguía a salvo. Y en ese momento, rompí a llorar.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué?— le reproché— tenía derecho a saberlo. Ahora me siento la escoria más grande de la tierra.

—Quería protegerte— chillé— no quería que lo supieras porque pensé que harías un escándalo.

—Tengo tantas ganas de gritar, Bahar, decirle a mamá cuánto la aborrezco... Imagino todo lo que tuviste que pasar tú sola, sin mí... Sin mi apoyo...

Esas palabras que me dijo me hicieron sollozar más y él me atrajo hacia su pecho.

—No sabes... lo doloroso que fue— murmuré entre sollozos— perderla. Sentir que jamás iba a poder escucharla balbucear como bebé, que jamás iba a verla gatear ni caminar, que ni siquiera me iba a poder reflejar en esos hermosos ojos y que jamás iba a poder escuchar su tierna voz decirme mamá.

Sentí cómo mi corazón se destruía con cada pensamiento.

—Ni siquiera me dejó tomarla entre mis manos... Decía que...— ahogué un sollozo— fue mi castigo por... ser una golfa...

—Perdóname, por cómo te hice sentir.

—No fue tu culpa; yo no te dije la verdad y tú sacaste conclusiones y hablaste desde tu dolor. Te di motivos, Kemal. Primero te dije que no te amaba y que lo de nosotros había sido un error, pero solo fue porque quería proteger a mi bebé. Mamá sabía que estaba viéndome con alguien más y me tenía vigilada. Y... tenía miedo porque tú eres diferente; estabas dispuesto a todo. Y no me ibas a escuchar.

—Cariño— elevó mi barbilla y me encontré con su oscura mirada— te amo tanto, tanto, tanto... Y no debes temer.

—Claro que sí— murmuré, secando mis lágrimas— nos pueden matar.

Frunció el ceño.

—¿A qué te refieres? Pensé que no me lo decías porque tenías miedo de lo que pudiera pasar... Ya sabes, por la moral...

—No, Kemal— respiré profundamente— a mí me pueden matar. Mientras seamos jóvenes, no sabemos las atrocidades que son capaces de hacer en nuestra familia... Después de que las mujeres nos casamos, nos dan un manual de leyes que son dictaduras las cuales no podemos romper.

—¿Qué?— cuestionó, estupefacto.

—Tú no lo sabes porque... a veces viajabas por mucho tiempo... Pero esta maldita tradición es así, Kemal. ¿Ahora entiendes por qué no te lo dije? Porque nos matarían. Pero... en lugar de nosotros, fue nuestra hija la que tuvo que pagar el precio... Yo... estaba dispuesta a luchar por ti; mi plan era dar a luz y buscarte, luego, decirte la verdad de todo lo que había pasado— acaricié su mejilla— desmentir todo ese maldito disparate que te dije porque yo te amo y nunca dejé de hacerlo.

Pasó saliva, tragando el nudo que se había instalado en su garganta. Sus ojos estaban llorosos, a punto de soltar lágrimas de dolor. Me dolía verlo de ese modo, pero lo que más me tranquilizaba era que teníamos el uno al otro y que por fin estaba diciendo la verdad. Esa verdad que tanto callé, ahora se estaba revelando ante él y me quité ese peso de encima.

—No debí encerrarme en ese dolor; no debí creer lo que decías... Fui un idiota. Ni siquiera sé qué clase de personas son mi núcleo familiar. Los desconozco.

—A veces tengo pesadillas— hablé entrando en trance— sueño con ese momento tan perturbador... Y muchas veces tengo sueños. Ella está conmigo, acaricia mi cara y me dice "mamá"— sonreí entre lágrimas— su voz es tan dulce que me relaja y siento sus pequeñas manos acariciarme con gentileza... Tiene tus ojos y me veo reflejada en ella. Nunca dejaré de amarla, nunca dejaré de extrañarla, nunca dejaré de recordar cómo se movía en mi vientre, como los pequeños aleteos de una mariposa cuando comía chocolate.

La extrañaba muchísimo, a cada minuto. Nunca pude concebir la idea de perderla; eso me hizo entrar en una tétrica pesadilla de la cual nunca pude escapar.

La vida se había ensañado tanto conmigo que me provocaba ansiedad todo lo que pudiera pasarle a él. Si quedábamos expuestos, por eso quería escapar sin darles razones, abandonarlo todo, empezar una nueva vida e irnos lejos de aquí. Sin duda, hubiera sido maravilloso.

Cuando era una adolescente soñadora, no pensaba mucho en las cosas que hubieran podido pasar, porque a mi corta edad no sabía lo cruel que eran los miembros de mi familia. Ignoraba muchas cosas crueles y las bodas arregladas para mí eran totalmente normales. Hasta que me enamoré de él, hasta que crecí y forjé mi personalidad porque me negaba a ser esa mujer tradicional, esa que se quedaba en silencio y se dejaba golpear por los hombres. Por suerte, había tenido un padre amoroso que, aunque tenía sus defectos, nunca me lastimó físicamente. Mis hermanos siempre me cuidaron y me trataron con mucho amor y cariño. Incluso Murad, que a veces solía ser un amargado, tenía algunos arranques de ternura. Pero, ¿qué había de las mujeres que no corrieron con mi suerte? A las mujeres que no pudieron estudiar, a las mujeres que persiguieron hasta el cansancio y a todas esas que murieron por haber querido desafiar el sistema. La vida les había fallado y las demás mujeres se quedaban en silencio y no levantaban la voz por miedo. Incluyéndome.

Quería cambiar eso, desafiar el sistema patriarcal que nos sometía, sumergirme en la mente de cientos de mujeres y cambiar el curso de la historia, poner un ejemplo de que sí podríamos hacerlo. Sin embargo, no tendría los recursos, ni el dinero, ni el poder. Mi familia era poderosa, regida por aquellos hombres mártires y mujeres que se dejaron someter por cientos de años. Ahora debía pensar solo en mí y tal vez, solo entonces, ayudaría a otras también.

Kemal lloró junto a mí; acaricié su cabello negro mientras su cabeza descansaba en mi pecho. Podía sentir la humedad de las lágrimas tibias descender en mi pecho.

Necesitábamos este espacio entre los dos, olvidarnos de todo y llorar por lo único que fue nuestro: por nuestra inocente bebé que ahora descansaba. Pero a pesar de que sabíamos que estaba en un mejor lugar y que no iba a sufrir, hubiera preferido tenerla mil veces conmigo que ese "mejor lugar".

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**Narra Kemal.**

Después de que ella me contó cómo fueron las cosas, sentí un dolor desgarrador en mi pecho, tanto que no pude contener esas lágrimas de dolor. Quería gritarle a mamá, decirle que era la peor mujer del mundo y que estaba totalmente decepcionado de ella.

Yo siempre la admiré y la quise; ella nunca me trató con diferencias y siempre fue una madre para mí. Sin embargo, nada se comparaba con el amor que sentía por Bahar. Después de lo que me contaron, jamás volvería a verla con los mismos ojos; incluso empecé a sentir resentimiento por ella. De tan solo pensar cuántas lágrimas derramó Bahar por ella, me enloquecía de ira. Me sentía traicionado por lo embustera que fue cuando la culpó frente a mí, cuando ella tenía la culpa de todo. Se hizo la víctima muchas veces.

Me sorprendió cómo contó esa versión de la historia, tan segura de sí misma, mirándome a los ojos, y no pude percibir que mentía. Tal vez no pude hacerlo porque creía que las madres querían lo mejor para sus hijos; ellas no le hacían daño. Sin embargo, me equivoqué, y la palabra madre le quedaba demasiado grande.

Quería ir, acercarme a ella y decirle tantas cosas, pero Bahar me suplicó que no le dijera. Y cuando ella me explicó lo que les podían hacer si rompían las reglas, me entenebrecí de miedo; quedé totalmente perturbado. Creí que las tradiciones eran distintas y que se seguían solo por voluntad propia, pero esto había sobrepasado los límites; esto no eran tradiciones, esto era sometimiento.

Subí la cabeza para observarla; ella se había quedado dormida, su pelo descansaba en la almohada y había dejado una mancha de agua por lo húmedo que estaba. Era tan hermosa, no existía otra mujer más hermosa que ella.

Llevé mi mano hasta su mejilla y acaricié con delicadeza su pómulo. Sus carnosos labios se tensaron y arrugó levemente su pequeña y respingona nariz. Sonreí débilmente y aproveché para terminar de secar esas manchas de lágrimas que estaban en sus párpados y mejillas.

La amaba. Y no sabía qué iba a hacer con Samira. Pero yo no podía abandonarla. Yo quería estar con ella. Iba a liberar a mi mujer; íbamos a ser muy felices. Ya nada me importaba, solo ella.

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